Importará observar la manera como el papa Francisco apoyará el giro que está dando la jerarquía católica mexicana; algunos con entusiasmo, otros a regañadientes y habrá los convenencieros.
Hace tiempo que la Secretaría de Relaciones Exteriores dejó de administrar prestigio y se convirtió en bombero que intenta apagar, sin éxito, las fogatas e incendios provocadas por extranjeros claridosos. También fracasará en su intento por modular el discurso de un Papa jesuita. Uno de los principios de esa orden, explica James Martin, SJ, es lograr una fusión armoniosa entre la "contemplación" y la acción. El jesuita, según este mismo autor, debe estar dispuesto a escuchar a los otros para regresarlo transformado en un mensaje cristiano y viable. El papa Francisco siempre ha condenado al crimen organizado, a la corrupción y a la violencia. Van ejemplos recientes.
En Brasil (2013) fustigó a los "mercaderes de muerte" que siguen la "lógica del poder y el dinero a toda costa". En Nápoles (marzo de 2015) exclamó: "¡Cuánta corrupción hay en el mundo!" para luego sentenciar que un "cristiano que deja entrar dentro de sí la corrupción no es cristiano, apesta". En Calabria (junio de 2015) categorizó a la mafia como una "adoración del mal" que debe ser combatida por la Iglesia; puso manos a la obra y anunció ¡su excomunión! Hace unos días condenó "al México de la violencia", de la "corrupción" y de "los carteles". Ése, concluyó, "no es el México que quiere nuestra Madre".
Su mensaje adquiere significado si se le enmarca en el gran cambio que está viviendo la jerarquía católica mexicana que por mucho tiempo se distinguió por una pasividad que bordaba la complicidad. En 1993 el nuncio apostólico Girolamo Prigione pidió al presidente Carlos Salinas que recibiera a uno de los Arellano Félix (el encuentro no se realizó), hubo prelados que defendieron las narcolimosnas porque, si bien era cierto que los capos de la droga eran "pecadores", también "hacían obras de servicio social" y cuando se desencadenó la tragedia humanitaria la mayoría fue insensible ante el dolor de las víctimas. La indolencia está cambiando en parte porque la violencia los está afectando. Entre 1990 y 2015, en México han sido ejecutados un cardenal, 39 sacerdotes, un diácono y cuatro religiosos.
Ha sido un cambio discreto y pausado. En febrero de 2011 una delegación de obispos "de zonas que sufren la violencia en México" y de laicos como Adalberto Saviñón visitaron Bogotá para entender lo que hacían sus contrapartes por la paz y ante el "crimen organizado y la guerrilla". En noviembre de 2014 el episcopado mexicano reiteró su solidaridad con las familias de los 43 normalistas y lanzó un grito de inconformidad: "¡Basta ya de tanta corrupción, impunidad y violencia!". El pasado 31 de enero Desde la Fe, (Semanario oficial de la Arquidiócesis de México) publicó un editorial durísimo contra las cuentas alegres oficiales y contradijeron abiertamente una famosa expresión de Enrique Peña Nieto al precisar que, para ellos, "la misión no está cumplida". Por indicios de este tipo Bernardo Barranco escribió en Proceso de esta semana que "un sector de la jerarquía católica quiere una visita light", pero "otros obispos, incluyendo al cardenal Norberto Rivera, desean una visita más rigurosa que responda a los dramas de la realidad mexicana".
El Papa es un pastor espiritual que actúa en política. Por tanto, tiene que conciliar la espiritualidad con la condición humana. Para resolver esta tensión los jesuitas son preparados para tener "flexibilidad". Francisco la va a necesitar, se moverá entre las presiones de una feligresía lastimada y enojada, de un Estado a la defensiva y de un crimen organizado que observará con lupa el efecto que tendrá sobre sus negocios los mensajes del Vicario de Cristo.
Estoy entre quienes tienen esperanza de que el Papa apuntalará el gran viraje de la Iglesia católica mexicana. Ignoro la forma en cómo lo hará. ¿Señalará en público y con índice de fuego a corruptos y asesinos o será discreto y conciliador?, ¿convocará a una cruzada contra la práctica de desaparecer personas, crucificar migrantes y menospreciar a indígenas y pobres?, ¿llamará la atención de los sacerdotes y prelados reacios a cumplir con su deber cristiano? Independientemente de lo que haga, su presencia incidirá sobre la estrategia social y gubernamental ante la violencia y la corrupción. Ahí radica la importancia de la visita a México del primer Papa jesuita.
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Colaboró Maura Roldán Álvarez.