Pude haber conocido a Juan Gabriel, y no lo conocí.
Un día su representante me llamó por teléfono:
-Alberto te quiere conocer. Te invita a desayunar mañana en Monterrey.
Yo les había prometido a mis nietos llevarlos no sé a dónde. Una promesa así es sagrada para cualquier abuelo. Me fue imposible entonces aceptar la invitación.
-Otra vez será -dijo el que hablaba.
Y esa vez ya nunca fue.
La muerte de Juan Gabriel enluta a México. Nos dio bellas canciones que vivirán por siempre, igual que su recuerdo. Pero nos dio sobre todo un ejemplo de valor: en un país en el que muchos quieren que todos los demás sean como ellos, él fue como quiso ser.
Era un hombre bueno, generoso. Su mejor canción la dedicó a su madre, y lo mejor de sí mismo lo entregó a su público. Conoció la felicidad y el sufrimiento, y los vivió con igual intensidad. Supo del amor y el desamor, y les cantó a uno y al otro con la misma pasión.
Cada vez que alguien cante una de sus canciones Juan Gabriel volverá a vivir.
¡Hasta mañana!...