Foto:Archivo Siglo Nuevo
Rainer María Rilke nació en Praga el 4 de diciembre de 1875. Es considerado por la crítica como el último poeta en contacto con los dioses. Su poesía es existencialista; sin embargo, su existencialismo, más allá de ser angustiado, como sucede en un autores como Kierkegaard y Dostoievski, es por el contrario cálido y esperanzador.
Rainer María Rilke fue el hijo único de un matrimonio de la aristocracia alemana venido a menos. Su padre tuvo que trabajar como burócrata mientras su madre lo confundía con una primogénita que había muerto antes de su nacimiento. Sophie, su madre, lo vistió de niña hasta que cumplió la edad de cinco, como en un intento de traer a la vida a la hija muerta. Sus padres se separaron cuando el poeta cumplió la edad de nueve. A pesar de ser obligado a entrar al colegio militar, Rilke desde muy joven se interesó por las artes. Su primera obra literaria, El libro de las horas (1894), fue publicada cuando apenas contaba con 19 años. En esta publicación ya es posible confirmar la potencia literaria que nuestro autor alcanzaría en piezas como Las elegías de Duino (1923) o Los sonetos de Orfeo (1923).
A los 22 años conoció en París a Lou-Andreas Salomé, la mujer quien había rechazado una propuesta matrimonial del filósofo Friedrich Nietzsche. Ella al ser 14 años mayor sería una gran influencia para el novel poeta. Se dice que fue a ella con quien acudió cuando terminó de escribir en una sola noche su Canción de amor y muerte del corneta Cristóbal Rilke (1903). Salomé en una de sus cartas le escribe que ese es su primer texto de importancia. Rainer María Rilke se casó una vez con Clara Westhoff, con la que tuvo una hija, llamada Ruth; sin embargo, el matrimonio duró poco debido a que el poeta sólo tenía cabeza para la poesía. También se sabe que durante los primeros años del siglo XX, Rilke fue secretario del escultor Auguste Rodin. La influencia de este último es palpable principalmente en El libro de las imágenes (1906).
UN VERSO ES LA ACUMULACIÓN DE TODA UNA VIDA
Rainer María Rilke no sólo dejó como legado su poesía lírica, sino que también se rescataron principalmente 10 cartas donde habla del arte de escribir. Estas cartas enviadas entre 1903 y 1908 a Franz Xaver Kappus son su ars poetica; no obstante, se ha dicho que estas misivas en su conjunto son uno de los textos filosóficos más importantes del siglo XX. Se ha dicho esto debido a que en ellas es posible encontrar una ética, una propuesta para habitar el mundo en una modernidad que en lugar de simplificar la vida parecería que la ha complicado.
Las cartas se recopilaron en un volumen titulado Cartas a un joven poeta, publicado en 1929, cuatro años después de la muerte del autor. Posteriormente en otras áreas del conocimiento y otros personajes han utilizado la misma fórmula, así como lo hizo Mario Vargas Llosa en su libro titulado Cartas a un joven novelista. Ninguno ha alcanzado la lucidez y la profundidad respecto al origen de la creación literaria como lo hizo Rilke. Ninguno tampoco ha podido extrapolar el conocimiento de la creación artística a hechos concretos de la vida. Rilke comenta en estas epístolas a quien fuera en aquel entonces el joven Kappus, que la poesía jamás surge por una necesidad exterior, jamás se escribe para ser publicado en las revistas o periódicos, sino que la escritura surge de una necesidad vital y que sólo en esa necesidad podrán ser valorados los versos. Asimismo, a grandes rasgos, Rilke afirma que esa necesidad sólo puede encontrarse en la más silenciosa y solitaria de las horas; es ahí donde el aprendiz de poeta debe preguntarse, ¿moriría si me estuviera vedado escribir? Si la respuesta es afirmativa, entonces el poeta precisa regir su vida con ese fin, con el de la poesía.
Rainer María Rilke es el poeta de la soledad. En la correspondencia que tuvo con Kappus constantemente habla de ello. Más de una vez le dice que es en la soledad donde el hombre puede conocerse. Si para un hombre común es deseable pensarse, para un escritor se presenta como una urgencia. Sólo en la soledad, en el silencio de la misma es donde las cosas del mundo adquieren su proporción verdadera. No se distorsionan con angustias externas. Es en el silencio cuando el hombre se confronta y cuando en la lucidez de ese estado se abre paso hacia y a través de la muerte. Rilke más de una vez dice “esfuércese por amar sus propias interrogantes”, ame sus dudas y “no busque de momento las respuestas que necesita. No le pueden ser dadas, porque usted no sabría vivirlas aún -y se trata precisamente de vivirlo todo. Viva usted ahora sus preguntas”.
Quizá en nuestro tiempo lleno de exigencias externas estas palabras parezcan un tanto conformistas; sin embargo, para nuestro autor la vida se trata más de experimentar todo el espectro de emociones, que sólo quedarse con la parte hedonista. Para Rilke está ahí la falsedad de los tiempos modernos y de lo que se ha llamado progreso. Para el poeta alemán más bien resulta un engaño. También es pertinente amar y comprender nuestras tristezas.
HAY QUE BUSCAR LA PROPIA MUERTE
La obra poética de Rilke tiene como trasfondo a la muerte, de ahí su vena existencialista. Rilke a lo largo de su vida se encargó de buscar la muerte que le pertenecía. Desde luego que no se debe malinterpretar como un pesimismo ante la vida, sino como el hecho de asumir que la muerte es parte de la misma vida y que esta es la que le da sentido, y que el peor peligro que se tiene en la existencia es el de dejar pasar de largo la posibilidad de encontrar un final congruente con lo que se ha vivido. Rilke es un crítico de las grandes ciudades, donde según él, se le quita al individuo la oportunidad de experimentar su propia vida. Principalmente este tipo de reflexiones las podemos encontrar en la única novela que escribió Los cuadernos de Malte Laurids Brigge (1910).
Sería un error creer que el poeta alemán fue un hombre que vivió en la completa ensoñación. Cuando la Primera Guerra Mundial estalló fue llamado a integrarse al ejercito Austrohúngaro. Por 10 largos años no escribió nada. Había redactado en 1912 solamente las primeras líneas de su magna obra Las elegías de Duino; sin embargo, a lo largo de la guerra no pudo tomar la pluma. Quizá otro poeta hubiera forzado la escritura, con el miedo de dejar pasar los años y con la eminente posibilidad de la muerte durante la guerra, sin terminar el poema. Rainer María Rilke esperó con paciencia hasta que en 1922 tuvo de nuevo la calma y el hálito de la escritura. En el castillo de Duino, propiedad de una amiga aristócrata, en la completa soledad terminó en pocos meses las Elegías, después de 10 años de silencio. Al terminarlas en un abrupto de inspiración también terminó en escasas semanas Los sonetos de Orfeo. Estas dos piezas, las cuales son una síntesis de todo el pensamiento Rilkeano, son consideradas como cumbres de la poesía alemana de todos los tiempos.