Siglo Nuevo

Riegersburg

El embrujo del sur austriaco

Recreación de los juicios de brujas. Foto: Manuel Serrato

Recreación de los juicios de brujas. Foto: Manuel Serrato

En la cima de un volcán apagado, como si hubiera sido esculpida en la misma piedra, la fortaleza medieval de Riegersburg domina los valles sureños de Steiermark y su pináculo se observa desde los diminutos poblados que van salpicando el camino.

La carretera que serpenteaba entre praderas se convierte en una pendiente y, después, a la entrada del pueblo, en un breve laberinto adoquinado. La estación de policía -en la que una sola patrulla basta para la vigilancia comunal-, una escuela con brujas en las ventanas y una taberna, lastimosamente cerrada aquel mediodía de primavera, son nuestras exploraciones iniciales de esa pequeña localidad austriaca, tan apacible como enigmática, tan arrobadora en postales y almanaques turísticos como incendiaria y violenta en un pasado que aún hoy flota en su atmósfera.

Además de exuberantes paisajes, Riegersburg tiene una historia ligada a la hechicería y persecuciones a presuntas brujas durante el siglo XVII. A nueve kilómetros de ahí, el tribunal de Feldbach procesó entre 1673 y 1675 a 95 personas, en su gran mayoría mujeres, por actos de magia negra. Dentro del castillo, convertido hoy en museo, las salas dedicadas a los juicios y torturas por brujería, roban el aliento. En medio de las maquetas, infografías y documentos que relatan el dominio romano, las cruentas invasiones bárbaras entre los siglos III y IX, los conflictos entre húngaros y otomanos en el siglo XV o la toma del castillo por las fuerzas soviéticas en la Segunda Guerra Mundial, destaca la recreación, con tétricos maniquíes, de una parranda de 20 días que inició el 6 de abril de 1635, dos años antes de que el castillo pasara a manos de su dueña más importante: Katharina Elisabeth von Galler, conocida como “la señora Gallerin”, quien lo amplió y remodeló entre 1637 y 1653, dos décadas antes del furor por la cacería de brujas. El castillo, que existe desde 1122, pertenece actualmente a la familia Liechtenstein, la dinastía regente en el principado que lleva su nombre. Es una pena que debamos irnos, que no podamos aguardar la noche y compartir el cielo estrellado con los fantasmas que seguramente danzan en los bosques aledaños. Y es que otra de las curiosidades del museo, es un mapa del siglo XVII que muestra los sitios donde los magos y presuntas brujas ejecutaban sus siniestros rituales e incluso las rutas hacia donde volaban para evadir a la justicia. Todo quedaba en los alrededores, pero ya debemos partir.

Salimos del castillo y descendemos por el mismo camino escarpado. Aún es temprano y los prados brillan con un verde imposible, un viento inocuo mece los árboles acariciando las furtivas hiedras que se encaraman en los muros de las casas, los callejones y hasta en las cruces metálicas del pequeño cementerio junto a la iglesia; para los que reposan debajo, quizá el sueño eterno sea tan apacible como la vida que transcurre sobre el suelo, sobre esos túneles de piedra y escalinatas vetustas que nos conducen pueblo abajo. Antes de dejar Riegersburg, damos una última mirada a su espesura. Detrás de los abetos se asoman las montañas de Eslovenia; son nuestra próxima parada. Mientras tanto, la taberna ha abierto sus puertas y, como en un sortilegio incontenible, nos llama a despedir la tarde. Sobre las brujas, parece ya no haber rastro alguno. Cuando el clima se deteriore y el granizo arruine los viñedos o broten rosas desafiantes en los campos nevados, ya no habrá a quién culpar. La naturaleza, sencillamente, tiene sus propios conjuros.

Twitter: @manuserrato

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