
Trono de sangre, 1957
Con un carácter deslumbrante y por momentos estrafalario, Toshirō Mifune reinventó la mítica figura del guerrero errante. El primattore recurrente de Akira Kurosawa, consolidó una carrera con más de un centenar de filmes rodados entre Japón, Estados Unidos y México. Una leyenda del cine mundial.
En el vestíbulo de las oficinas financieras de Toho Films, ubicadas en la exclusiva zona de Ginza (Tokio, Japón), un hombre barbado de elegante suéter marrón y pantalón celeste apareció mirando su reloj Seiko. Por la indumentaria y sus gentiles maneras, resultaba difícil adivinar que se trataba del mismo samurái errante que cimbraba las pantallas del mundo. Toshirō Mifune acudía así ante el corresponsal cubano Aldo Isidrón del Valle, que viajó a Japón en 1965 para presentar una exposición fotográfica de los primeros seis años de la Revolución Cubana y, una vez en el archipiélago, buscó afanosamente un encuentro con el actor. Cuando el periodista mostró publicaciones cubanas que alababan su labor histriónica, Mifune tomó un número de la revista Bohemia y leyó un fragmento con aceptable pronunciación. La causa: había aprendido español para filmar en México Ánimas Trujano (1962), película dirigida por Ismael Rodríguez, en la que interpretó a un ebrio e irresponsable indígena oaxaqueño que anhelaba la mayordomía de las festividades de su pueblo.
Para entonces, Toshirō Mifune ya se había consolidado como el samurái por antonomasia del séptimo arte y proyectaba la estatura que al final alcanzó: la del actor japonés más emblemático del siglo XX.
EMOCIONES DE RITMO DELIRANTE
Las flechas caen como lluvia desgarrando la neblina y se clavan a centímetros del guerrero Washizu, regente y señor del Bosque de las Telarañas. Su propio ejército le ha dado la espalda por temor a que se cumpla la profecía del viejo espíritu y su derrota resulte inminente. Del otro lado de la Fortaleza, el enemigo avanza a paso firme. Es así como inicia una de las escenas cumbre de Trono de sangre (1957), adaptación del clásico shakespeariano Macbeth, en la que Akira Kurosawa desplegó su legendaria meticulosidad como realizador al hacer que arqueros profesionales dispararan justo en frente de Toshirō Mifune no sólo para incrementar la espectacularidad del ataque, sino para capturar, con mayor dramatismo, la tensión y el pánico en el rostro de un señor de la guerra a punto de ser derrocado. Y es que si algo apreciaba Kurosawa de Mifune, era la intensidad emocional y el ritmo delirante que imprimía a sus interpretaciones.
Nacido el 1 de abril de 1920 en Qingdao (un puerto chino ocupado militarmente por Japón entre 1914 y 1922), Toshirō Mifune había cultivado una enorme pasión por la fotografía, lo que le llevó a desempeñarse como agente de reconocimiento aéreo para la Armada Imperial Japonesa y, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, como camarógrafo asistente en los estudios Toho Films, de Tokio. En 1947, una huelga de actores obligó a la realización de numerosos castings para cubrir la demanda de intérpretes y, casi a manera de broma, unos amigos de Mifune lo inscribieron a las pruebas sin su consentimiento. Reticente y malhumorado, el futuro samurái decidió atender los llamados y, tras algunos rechazos, logró debutar en Snow trail, película de Senkichi Taniguchi.
LA PUERTA AL MUNDO
Después de El ángel ebrio” (1948), donde interpretó a un joven yakuza enfermo de tuberculosis y del film noir El perro rabioso (1949), el éxito mundial para el tándem Kurosawa-Mifune llegó con Rashōmon (1950), un filme de revolucionaria originalidad basado en el cuento homónimo de Ryonosuke Akutagawa. Debido a que la censura en Japón se iba haciendo menos rígida durante la posguerra, la película contribuyó a instaurar nuevos esquemas narrativos que en un inicio parecían extravagantes. Rashōmon cuenta el juicio por asesinato de un samurái desde la perspectiva de cuatro involucrados: el bandido Tajomaru, presunto asesino (Mifune); el propio samurái, quien habla desde el más allá a través de una médium; la esposa violentada del samurái y un leñador que dice haber presenciado los hechos. El filme obtuvo en 1951 el Óscar a la mejor película extranjera y el León de Oro en el Festival de Venecia.
Poco después, en la espesura de la península de Izu, se construía el más grande capolavoro del cine japonés y una de las joyas de la cinematografía universal: Los siete samuráis (1954). Cansados de las bandas de saqueadores, los taciturnos habitantes de una aldea pretenden reclutar samuráis dispuestos a protegerlos, aunque sólo puedan retribuirles con puñados de arroz. En este ambicioso filme, Toshirō Mifune ofrece una cátedra de calidad y magnetismo actoral al encarnar a Kikuchiyo, estrafalario aprendiz de samurái que se revela, junto al resto del grupo, como un valiente y voluntarioso guerrero. Los toques de humor que Mifune imprime, la emotividad de la fotografía y la impresionante batalla final, son elementos indispensables en el éxito de la película, que obtuvo el León de Plata en la Mostra de Venecia, dos nominaciones al Óscar y apariciones recurrentes en los rankings que enumeran a los mejores filmes de la historia.
Tras su prodigiosa actuación, el director Hiroshi Inagaki reclutó a Mifune para su llamada Trilogía samurái. Mifune interpretó al célebre Musashi Miyamoto, un guerrero del Japón feudal, descendiente del poderoso clan Harima y autor del famoso Libro de los cinco anillos, un tratado sobre artes marciales y estrategia militar escrito en 1643. La primera película de la trilogía obtuvo el Óscar a la mejor película de habla no inglesa en 1955.
Tras volver como primattore de Kurosawa con Trono de sangre (1957), Yojimbo (1961) y Tsubaki sanjuro (1962), Toshirō Mifune demostraba que el kimono del samurái estaba hecho a su medida.
EL OBI WAN KENOBI QUE NO VIMOS
Para la creación de todo el universo Star Wars, George Lucas obtuvo una buena cuota de inspiración a partir de La fortaleza escondida (1958), otro de los éxitos del tándem Kurosawa-Mifune. No sólo ello: el realizador estadounidense construyó el concepto 'jedi' basándose en la mística y códigos de los antiguos samuráis y labró el personaje de Obi Wan Kenobi pensando en Toshirō, quien terminó declinándolo.
UN LUGAR EN LA HISTORIA
Después de filmar Barbarroja (1965), la relación entre la exitosa dupla se desgastó de tal manera que ambos artistas se alejaron durante casi 30 años. Mifune emprendió una aventura en el cine estadounidense con Infierno en el pacífico (1968), de John Boorman; Sol rojo (1971), de Terence Young; 1941 (1979), de Steven Spielberg y la serie Shogun (1980). En 1993 se reencontró con Kurosawa en el funeral del actor Hishiro Honda, con quien ambos habían trabajado. Según los testimonios, se fundieron en un abrazo.
En 1995, la esposa de Mifune, Sachiko, con quien se casó en 1950 y procreó a Shiro y Takeshi, murió de cáncer pancreático. El actor, que ya padecía Alzheimer, cayó en una profunda depresión y su deterioro se aceleró. Finalmente, el 24 de Diciembre de 1997, en plena Nochebuena, se extinguía la vida del otrora recio y deslumbrante samurái. Kurosawa moriría nueve meses después. Nacían así dos de las leyendas más sólidas del siglo XX: “el emperador” y “el lobo” de la cinematografía. Su lugar en la historia estaba reservado.
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