El voto ha perdido lustre. Mientras las irregularidades se multiplican, las autoridades electorales se invisibilizan o sacan a relucir su parcialidad o impotencia. ¿Cómo regresarle brillo a la necesaria urna?, para empezar, reconociendo la gravedad del padecimiento.
Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín publicaron en Letras Libres y Nexos del mes de mayo largos ensayos aceptando que la transición se extravió. Pese a su desilusión siguen atribuyéndole virtudes inexistentes a las elecciones. Krauze piensa que la solución está en que las "generaciones jóvenes" encuentren al "candidato ciudadano" capaz de encarar los "grandes problemas nacionales con una nueva visión y nuevas iniciativas". Es una salida fácil e irreal asignarle a un líder providencial la tarea de enfrentarse a cúpulas parapetadas en instituciones férreamente controladas.
La principal debilidad en los análisis de Enrique y Héctor es la manera como desestiman la determinación con la cual las cúpulas excluyen la participación ciudadana. Krauze se sorprende porque no han aparecido en México "partidos políticos de jóvenes (como Podemos o Ciudadanos en España)". Me extraña que le extrañe. Si compara las leyes de los dos países verá lo sencillo que es registrar un partido en España y las enormes dificultades para hacerlo en México. Si los jóvenes mexicanos participan poco es porque carecen de los canales para hacerlo.
Tampoco aceptan la enorme responsabilidad del Instituto Nacional Electoral (INE) y sus OPLES (Organismos Públicos Locales que organizan las eleccciones de las entidades). Héctor reconoce en varias partes de su texto que "nuestras elecciones parecen una subasta" y que "hay un mercado negro electoral de fondos aportados por gobiernos, futuros contratistas y redes criminales". Luego se contradice al celebrar las elecciones de 2015 "porque vimos funcionar en toda su eficacia administrativa y ciudadana las redes y los veredictos de la institución electoral".
Es un autoengaño burdo porque la misma autoridad reconoce su irrelevancia. El sábado pasado un consejero del INE, Ciro Murayama, publicó una columna para Reforma ("Fiscalización y opacidad"), en ella se queja amargamente de que partidos y candidatos sean opacos y de que no informen al INE. Cierra su texto con un revelador lamento: "Ojalá los actores políticos entendieran que la transparencia y la rendición de cuentas son indispensables para remontar el descrédito de la política". ¿Y si persisten en no entenderlo, Ciro?, ¿tiene el Consejo General del INE la autoridad y la voluntad para obligarlos?
La urna está sirviendo para darle una leve barnizada de legitimidad a los funcionarios, pero es incapaz de ser el mecanismo que permita resolver las diferencias de fondo. Respeto a los honestos que se entusiasman con las campañas y sobrellevan con abnegación lo viciado de un proceso que la sociedad percibe y reacciona tratándolo con indiferencia. La situación es particularmente grave porque el asunto está fuera de la agenda ciudadana de cambios urgentes. En algún rincón de la historia se diluyó el movimiento nacional para dignificar el voto.
La sociedad organizada concede muchísima más atención a la defensa de violaciones concretas a los derechos humanos, al combate a la corrupción o a todas esas causas que a las comunidades importan. Son batallas justas y necesarias pero insuficientes. Por ahora, la petición respuestuosa, el cabildeo o la calle carecen del peso que imponga a las cúplas la transformación.
Hay razones para la esperanza porque existe en México una sociedad organizada (organismos civiles, cámaras empresariales, universidades y centros de investigación, medios de comunicación e iglesias) que lanza constantemente iniciativas y campañas. También hay una franja de políticos y funcionarios que entienden la gravedad del momento. Sin embargo, ese movimiento vive una etapa de indiferencia hacia la urna por considerarla inútil. En este momento lo es.
Lo ideal es incorporar a la agenda de la sociedad organizada el salvamento de las elecciones y la regeneración de los árbitros electorales. Para ello, ayudaría que el análisis sobre la democracia tome más en serio el quebranto de lo electoral y de las instituciones responsables de esa tarea. Ignorarlo sólo prolongará la crisis.
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Colaboró Maura Álvarez Roldán.