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Según autores como George Steiner el género literario de la tragedia no se puede dar en el contexto de la modernidad, ya no existen tabúes, ni atavismos, ni dioses que establecen el destino de los hombres. Para la literatura moderna europea parece que este es el caso, pero ¿qué sucede en las literaturas americanas? ¿La tragedia en la modernidad está muerta?
Si hay un escritor de lengua inglesa que puede ser incluido dentro de la tradición literaria latinoamericana, ese escritor es William Faulkner. Al menos eso fue lo que en su momento Gabriel García Márquez comentó en una de sus múltiples entrevistas. Según el novelista colombiano esto sucedía así debido a que las narraciones de Faulkner tomaron como escenario la cuenca del Mississippi, río que desemboca en el Golfo de México, hecho que a su vez lo acerca al Caribe.
El comentario de García Márquez no es del todo desatinado. William Faulkner dentro de la tradición anglosajona se presenta como una anomalía luminosa, debido a su estilo barroco, mismo que es una contracorriente dentro de la estética inglesa, que valora históricamente la simpleza y el laconismo; sus cuentos pocas veces hablan del hombre civilizado y del progreso propio de la cultura protestante norteamericana; muy por el contrario sus novelas y cuentos son la crónica del sincretismo y mestizaje cultural que se dio en el sur profundo de los Estados Unidos, entre negros y blancos. No es de extrañarse que novelistas del boom latinoamericano, como Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti y el mismo García Márquez, hayan admirado y hasta emulado su estilo, buscando la posibilidad de expresar ese mismo sincretismo.
William Cuthbert Faulkner nació el 25 de septiembre de 1897 en Oxford, Mississippi, Estados Unidos. Fue merecedor del Premio Nobel de Literatura en el año de 1949. Antes de esto Faulkner, a pesar de tener varias novelas publicadas, era un escritor desconocido, casi por completo olvidado. La mayoría de sus libros, los escribió durante la edad de los treinta. En este sentido podemos decir que se trata de un escritor precoz, si tomamos en cuenta que se dice que la edad favorece a los novelistas por la acumulación de experiencias.
Faulkner era miembro de una familia acomodada del sur del vecino del norte. Su familia, heredera de los hombres del Ejército Confederado, durante el siglo XIX tuvo grandes extensiones de tierras y esclavos. Por este hecho tuvo una especial mirada acerca de los problemas culturales e identitarios de la región.
Durante la Primera Guerra Mundial quiso unirse a las tropas norteamericanas; sin embargo, fue rechazado por su estatura, pues apenas medía 1.65 metros. En busca de la aventura se enlistó en las fuerzas aéreas canadienses, donde tuvo un entrenamiento de seis meses, en los cuales terminó la guerra. Faulkner regresó a casa sin haber volado y sin haber presionado el gatillo de ningún arma, lo cual le avergonzó por el resto de su vida.
NACE UN ESCRITOR
La amistad entre William Faulkner y Sherwood Anderson (quien es considerado el maestro de los novelistas de la generación perdida, entre ellos Ernst Hemingway), es famosa. Se dice que Faulkner, un joven de veintitantos, y Anderson, un hombre maduro y escritor reconocido en la época, salían a caminar por la ciudad de Nueva Orleans hablando sobre literatura. Una buena tarde Faulkner desapareció. Anderson al cabo de algunas semanas de no saber nada de él, fue a buscarlo a su pequeño cuartucho para descubrir que se había puesto a redactar una obra literaria. Se dice que Anderson, asustado de que le pidiera leerla, salió del pequeño departamento para no acercarse más a su amigo. Cuando, después de tres meses, Faulkner terminó la obra decidió pagarle la visita y llevarle la novela. Anderson prometió recomendarla a su editor si Faulkner aceptaba que no la leería. Así fue como pudo publicar su primer libro La paga de los soldados (1926).
En esa época Faulkner era un escritor muy poco popular. Sus libros no se vendían. Entre 1929 y 1930 escribió dos de las novelas más importantes de siglo XX: El sonido y la furia y Mientras agonizo. A pesar de la notable calidad literaria de estas novelas no se vendieron como se esperaba. Su primer éxito comercial fue una novela policíaca, Santuario (1931), pero aun así su popularidad entre los lectores norteamericanos era escasa. Lo contrario ocurría con los lectores latinoamericanos.
La traducción de Las palmeras salvajes (1939), por parte de Jorge Luis Borges, es paradigmática. Escritores como Ricardo Piglia argumentan que la versión borgiana de esta novela está mejorada, debido a que el lenguaje del original es un tanto caótico. Se dice que Borges le dio claridad y elevó la potencia literaria de esta obra. Independientemente de esto, autores como Juan Carlos Onetti aceptaron con el tiempo que la publicación de la traducción de Las palmeras salvajes, en Argentina en 1940, fue un punto de partida para el posterior desarrollo de la novela latinoamericana. Hay quienes afirman, no sin generar polémica, que esa fue la única novela que Borges escribió y que además fue la novela que dio inicio al boom latinoamericano.
UNA EXTRAÑA FAMILIARIDAD
Reducir la novela latinoamericana del siglo XX a la emulación de las novelas de Faulkner sería reduccionista; sin embargo, son muchos los críticos que han observado las similitudes. El principal rasgo es el lenguaje barroco, la corriente de palabras y pensamiento, que poco a poco van construyendo una trama y una atmósfera. En el prólogo de la La casa verde, Mario Vargas Llosa le agradece a Faulkner haberle enseñado que el arte de la narración estriba en muchos aspectos en la forma. Ahí dice Vargas Llosa que a través de la forma, de buscar un método acorde a la historia, se puede contar cualquier cosa.
Otro rasgo a resaltar es el atavismo y el sincretismo en sus historias, lo cual de nueva cuenta lo emparenta con obras como Pedro Páramo y Cien años de soledad. Quizá esto haya sucedido así por el extrañamiento que las sociedades premodernas generaron en estos escritores (como las del sur de Estados Unidos en el siglo XIX y las zonas rurales de América Latina del XX), quienes en sus respectivas tradiciones renovaron el arte de escribir.
EL ETHOS TRÁGICO
La novelística de Faulkner aborda temas como el racismo y la segregación de la sociedad de Estados Unidos. Casi todas se sitúan a finales del siglo XIX. En este sentido esta narrativa es regionalista. Uno podría pensar que los temas de esta zona del mundo no serían de la incumbencia de un lector ajeno a esta realidad. No obstante, como muchas veces lo comentó Carlos Fuentes, lo que salva a la escritura de Faulkner del provincianismo; es decir, de las temáticas netamente regionalistas entre negros y blancos de hace más de un siglo, es precisamente la sensibilidad que Faulkner siempre tuvo para generar el ethos trágico. De ahí que muchas veces se le haya equiparado con los grandes poetas del teatro clásico griego, como Sófocles y Esquilo, lo cual ya es mucho. Es especialmente en la novela Absalón! Absalón! donde esta cualidad es más evidente. Ahí la destrucción de la familia Sutpen llega a niveles metafísicos. Onetti en más de una entrevista afirmó que era insuperable y que había sido la mejor novela que había leído en su vida. Contradictoriamente, en Estados Unidos esta obra no es valorada de igual forma; la tradición anglosajona casi por sistema desdeña todo lo barroco. Faulkner con su estilo abigarrado y de difícil lectura no puede entrar de una manera unánime al canon anglosajón. Es por ello que quizá sus mejores lectores siempre han sido, y quizá serán, latinoamericanos.
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