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1834: Ve la primera luz Ignacio Manuel Altamirano, ilustre político y escritor mexicano

UN DÍA COMO HOY...

Es recordado como el padre de la Literatura nacional y maestro de la segunda generación de escritores románticos. (ESPECIAL)

Es recordado como el padre de la Literatura nacional y maestro de la segunda generación de escritores románticos. (ESPECIAL)

AGENCIAS

El político y escritor mexicano Ignacio Manuel Altamirano es recordado como el padre de la Literatura nacional y maestro de la segunda generación de escritores románticos.

Con su pluma cultivó la novela y la poesía, pero también el cuento, el relato, la crítica, la historia, el ensayo, la crónica, la biografía y los estudios bibliográficos.

Entre sus obras más importantes destacan Rimas (1871) Clemencia (1868), que es considerada como la primera novela romántica moderna; Julia (1870), y las más conocidas: La navidad en las montañas (1871) y El Zarco (1901, publicada póstumamente), entre otras.

Altamirano nació el 13 de noviembre de 1834, en Tixtla, distrito de Chilapa, en ese tiempo perteneciente al Estado de México, pues el de Guerrero aún no se erigía como tal.

Sus padres fueron don Francisco Altamirano y doña Gertrudis Basilio: “indígenas de pura sangre, oscuros y pobres, que llevaban postizo el apellido legado por un español que bautizó a uno de sus ascendientes”, según Luis González Obregón, discípulo, amigo y uno de los primeros biógrafos de Altamirano.

Luego de los sus primeros aprendizajes con Cayetano de Vega, ganó una beca para el Instituto Literario de Toluca donde se distinguió en el estudio, aunque fumaba y tenía poca práctica religiosa, relata la biografía que sobre el escritor difunde el portal del estado de Guerrero.

Allí se encontró con Ignacio Ramírez, el Nigromante, abogado, periodista, miembro de la Academia de Letrán y diputado del Congreso Constituyente, cuyo interés por la juventud indígena lo convirtió en mentor y amigo de Altamirano, según el portal www.biografiasyvidas.com.

Altamirano llegó a ser encargado de la biblioteca del Instituto y fue aquí que confirmó el encuentro de la cultura universal con su ambición de saber. Devoró tanto a clásicos como modernos, empapándose también en el pensamiento enciclopedista y en los tratados juristas liberales.

En 1852 publicó su primer periódico, Los Papachos, hecho que le costó la expulsión del Instituto. Ese mismo año empezó a recorrer el país, siendo maestro de primeras letras, dramaturgo y apuntador en una compañía teatral itinerante, de “cómicos de la legua”.

En esa época escribió la polémica obra Morelos en Cuautla, hoy pérdida, pero que le dio la primera fama y después cierta vergüenza, según parece, pues cuando hacía el recuento de sus obras no la reconocía, agrega la revista “México desconocido” (www.mexicodesconocido.com.mx)

Llegó a la Ciudad de México y decidió estudiar Derecho en el Colegio de San Juan de Letrán, cuyo costo fue solventado gracias a su labor docente: enseñando francés en una escuela particular.

En 1854 interrumpió sus estudios para adherirse a la revolución de Ayutla, donde se puso a las órdenes del general Juan Álvarez. Comenzaba así su carrera política y el vaivén de estudiar, combatir y volver a los estudios.

Una vez terminada la revolución, Ignacio Manuel retomó sus estudios de jurisprudencia, pero los dejó de nuevo en 1857, cuando volvió a estallar la guerra en México, esta vez la de Reforma, que inició la división ideológica clásica del siglo XIX, entre conservadores y liberales.

En 1859 se tituló como abogado y, una vez victoriosos los liberales, fue elegido diputado al Congreso de la Unión, donde se reveló como uno de los mejores oradores de su tiempo.

Altamirano se casó con Margarita Pérez Gavilán, oriunda de Tixtla también e hija de una supuesta hija natural de Vicente Guerrero: Doña Dolores Catalán Guerrero. El matrimonio no tuvo hijos propios pero el maestro adoptó a los hermanos de Margarita, a quienes les dio su apellido, convirtiéndose en los verdaderos hijos de Altamirano.

En 1863 se incorporó a la lucha derivada de la invasión francesa. El 12 de octubre de 1865 fue nombrado coronel por el presidente Benito Juárez.

Participó en el sitio de Querétaro, donde, cuentan, fue un verdadero héroe y tras derrotar a las imperiales fuerzas de Maximiliano de Hasburgo, tuvo un encuentro con él, del que hace un retrato en su diario.

En 1867 se retiró para siempre de las armas: alguna vez declaró que le agradaba la carrera militar pero lo inspiraba más bien el ideal renacentista del “hombre de armas y letras”. Una vez restaurada la República, declaró: “mi misión con la espada ha terminado” y se consagró enteramente a las letras.

Sin embargo no se desligó de la política pues fue diputado en tres periodos. Fue también procurador general de la República, fiscal, magistrado y presidente de la Suprema Corte y oficial mayor del Ministerio de Fomento.

Sin embargo, su labor más importante fue la que desarrolló en pro de la cultura y la literatura mexicana.

Altamirano se preocupó porque la literatura mexicana tuviera un carácter verdaderamente nacional, que llegara a ser un elemento activo para la integración cultural de un país devastado por muchas guerras y con poca identidad como nación.

En 1897 fundó con Ignacio Ramírez y Guillermo Prieto el Correo de México, pero no fue sino hasta 1859, en enero, en que apareció el primer número de su revista El Renacimiento, un hito en la historia de la literatura mexicana.

Con esta publicación, Altamirano hizo una exhortación a conciliar a los intelectuales de todos los bandos, logrando que escribieran ahí románticos, neoclásicos y eclécticos, conservadores y liberales, juaristas y progresistas, figuras consagradas y novatos de las letras, bohemios poetas, sesudos ensayistas, solemnes historiadores y hombres de ciencia.

Fue así como Altamirano fue el puente entre la generación del liberalismo ilustrado, representado por Ignacio Ramírez, Francisco Zarco, Guillermo Prieto, Vicente Riva Palacio y la generación de los jóvenes escritores como Justo Sierra, Manuel Acuña, Manuel M. Flores, Juan de Dios Peza y Angel de Campo.

Al terminarse el ciclo de esta revista fundó los periódicos El Federalista (1871) y La Tribuna (1875), formó la primera Asociación Mutualista de Escritores, siendo el mismo presidente y Francisco Sosa el secretario. Publicó La República (1880) periódico consagrado a defender los intereses de las clases trabajadoras.

Fue profesor en la Escuela Nacional Preparatoria, la Escuela de Comercio, la de Jurisprudencia, la Nacional de Profesores y muchas más, por lo cual recibió el título de Maestro.

Ignacio Manuel Altamirano murió en San Remo, Italia, el lunes 13 de febrero de 1893, a los 59 años, y con lo que se cumple una frase que, se afirma, le gustaba decir: “en 13 nací, en 13 me casé, en 13 he de morir”.

Su cadáver fue incinerado y las cenizas trasladadas a México donde fueron depositadas en la capilla de José María Iglesias, y luego en la que hizo levantar Catalina Altamirano en el Panteón de la Piedad.

En 1934, al cumplirse un centenario de su nacimiento, se condujeron con honores a la Rotonda de los Hombres Ilustres, en el Panteón de Dolores, donde reposan hasta el día de hoy.

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