Por triste y chistosa, en la cartelera política no hay comedia más entretenida en estos días que la protagonizada por los partidos de la Revolución Democrática, Acción Nacional y Revolucionario Institucional. Su orfandad, o sea, la carencia de liderazgo y el arrumbamiento de su respectiva doctrina, les hace cometer locuras increíbles, la más reciente: abrirse para cerrarse.
Simulan ya no importarles quién vaya a abanderarlos en la contienda electoral del año entrante, porque el punto es sobrevivirla y, si se puede, quedarse con la Presidencia de la República aun cuando no sepan qué hacer con ella.
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La elección del año entrante pinta como un referéndum en torno al modelo de desarrollo y esos tres partidos corren en dirección contraria a los polos donde deberían agruparse.
El aliado natural del panismo es el priismo y el del perredismo es el morenismo. La evidencia es obvia, sin embargo, las dirigencias albiazul, tricolor y negriamarilla fingen no darse cuenta. Es comprensible porque, asumirlo, exigiría sacrificar las pequeñas ganancias conquistadas por el grupo hegemónico partidista que controlan. La patria es primero, desde luego; pero antes las prerrogativas, los privilegios y las prebendas.
Bajo esa miope mirada inventan fórmulas y pócimas para ensayar chistosísimos experimentos políticos sin tener muy claro qué es lo que quieren y proponen.
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En nombre de la apertura a la ciudadanía, el priismo rompe los candados que le impiden postular a un simpatizante que, técnico y moderno, propone el matrimonio doctrinario de Plutarco Elías Calles y Manuel Gómez Morín. Un cuadro al que poco le importa el color de la camiseta, siempre y cuando lo vista.
Al panismo, que -según Carlos Castillo Peraza- se alzó con la victoria cultural de sus postulados sobre los del priismo desde 1988, aún le cuesta emparentarse con su supuesto adversario histórico y practica una política esquizofrénica: electoralmente se alía al perredismo y políticamente al priismo. Y, hoy, junto a la cúpula perredista, busca al estadista encubierto que abandere la idea de que la-izquierda-y-la-derecha-unidas-jamás-serán-vencidas. Bajo el ardid de integrar un frente amplio que no acaba de definir qué propone y a qué se opone, la dirigencia panista defiende sus pequeños intereses y niega estar ante la posibilidad de aliarse política y electoralmente al priismo.
La dirigencia formal e informal del perredismo impulsa la política del despecho. Si Andrés Manuel López Obrador sólo invita a las bases perredistas a unirse a su movimiento y no a la dirigencia, mejor es integrar un frente con el panismo. Nada le dice la experiencia de esa alianza con los albiazules, en cuanto conquistan la posición en juego, el panismo los deja colgados de la brocha o les da el esquinazo para acordar con el priismo. Sin hablar, desde luego, del fracaso de sus gobiernos aliancistas.
Los tres partidos se abren para cerrarse.
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Tristes y chistosas las dirigencias de los tres partidos, sus precandidatos hacen juego con ellas. Combinan. De ellos, son contados quienes manifiestan clara y contundentemente su legítima ambición de terciarse al pecho la banda tricolor.
La mayoría de los precandidatos tricolores simpatizantes, militantes o semisimpatantes -es la nueva categoría-, niega descartarse del juego, pero tampoco se encarta en serio. ¡Piden permiso! Y, aun con permiso, sólo en voz baja dicen estar interesados en ocupar la residencia oficial de Los Pinos, pero en voz alta aseguran estar en lo suyo y lo suyo es cumplir con su tarea y servirle al jefe. Juegan, pero no se la juegan. Se toman la selfie, pero no la foto en plano abierto.
El dirigente Ricardo Anaya no niega, pero no afirma su ambición y jura que, de ser necesario, se envolverá en la bandera del Frente Amplio para arrojarse desde lo más alto del Instituto Nacional Electoral a fin de registrar la alianza, aunque su nombre no aparezca en la ansiada boleta. Y el perredismo sufre mucho porque, a excepción de Miguel Ángel Mancera que por lo demás no es militante con credencial, pero sí con afiliados, nomás no tiene cuadro presentable con talla y peso.
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La parte más dramática de la comedia es que, en el fondo, tricolores, albiazules y negriamarillos carecen de cuadros formados en la práctica y la doctrina de su organización, así como en el servicio público o la representación popular de cara a la ciudadanía. Por eso ahora andan pidiendo prestado.
Tanto cerraron los canales de participación dentro de sus propias filas, tanto concentraron el mando en el grupo hegemónico dominante, tanto se acostumbraron a hacer política a partir de las prerrogativas y las prebendas que, ahora, se abren para cerrarse y ver la posibilidad de sobrevivir, aunque no ganen.
Se desplumaron a sí mismos de tanto limitar la política a los cuates y las cuotas. La endogamia y el dinero los echaron a perder. Y, por si algo faltara, los enanos les crecieron, los partidos chicos -la contienda en puerta sería la oportunidad para salir de ellos- están de plácemes porque sus frijolitos pesan y se cotizan en la lotería en que se insertaron los supuestos gigantes de la política.
Quizá, los tres partidos deberían postular como candidato presidencial a Gerardo Ruiz Esparza: una tapadera con garantía. Un político que, cuando se le hace un socavón, tiende un puente y mantiene el paso. Todo como si nada. A lo mejor, como a las víctimas del socavón, le ayuda a las dirigencias a pasar el mal rato.
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Desde hace años, los partidos le cerraron la puerta a la ciudadanía y a sus propios cuadros, hoy frente a la asfixia dicen abrirse. En el fondo, sólo quieren ventilar el ambiente para cerrar de nuevo. Qué triste y chistoso. Qué comedia.