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John Jairo Uribe Sarmiento

Entrevista

Foto: Aída Moya

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YOHAN URIBE JIMÉNEZ

El investigador colombiano John Uribe es un antropólogo especialista en Planificación y Administración del Desarrollo Regional, máster en Ciencia Política, y doctor en Estudios Políticos y Relaciones Internacionales. Investigador y docente universitario con experiencia en procesos comunitarios de desarrollo y paz en Colombia, Uribe ha trabajado el abordaje del cuerpo, culturas juveniles, manifestaciones recreativas, artísticas y turísticas, así como cultura de la salud, situación de la infancia, participación y metodologías para la investigación social.

Su labor en el diseño, orientación e implementación de políticas públicas en tópicos como formación juvenil, convivencia, promoción de los derechos humanos, salud pública, capacitación para el empleo, cultura y desarrollo comunitario, lo ha llevado como invitado a foros académicos en los que se reflexiona sobre la situación en colectividades violentadas.

¿Qué percibes en el clima de violencia en México?

Me llama la atención que se percibe a una sociedad que tiene miedo. Guarda temores que están allí, enquistados, que no salgo, que sí salgo. La gente destaca las acciones ciudadanas, las iniciativas para recuperar el espacio público, pero todavía se respira el tufo del miedo. Hablando con estudiantes y docentes universitarios uno repara en que también hay un poco de temor para contar la historia de lo que pasó. Es un tema aún difícil porque si hablo de más, o digo de más, me puedo morir.

Eso me llama poderosamente la atención porque pasa como en Colombia; aún hay escenarios en los que no se puede hablar de lo que ocurrió, sobre todo en zonas en las que los paramilitares (ejércitos subversivos de ultra derecha) llegaron a controlar territorios; sigue esa sombra que no deja hablar mucho de lo que pasó, no se permite contar la historia de lo que hicieron un bando y otro. Ese miedo se ve presente en México, a pesar de que en algunas comunidades hay años de distancia entre la época más cruda de la violencia y la actualidad.

¿Cómo contar esa historia?

Me llamó mucho la atención encontrarme con una sociedad que aún tiene miedo, que tiene que tramitar esos fantasmas; contar lo que pasó es parte de esos trámites. Cómo pasó, cómo se vivió, cómo lo volvemos narrativa, arte, teatro. Es un tema que todavía tenemos pendiente. Una estudiante me preguntó sobre las narconovelas, es una discusión muy fuerte porque claro que hay que producir otros contenidos, pero en este caso no debemos quedarnos con la critica al contenido sino reflexionar sobre cómo vemos esas narcoseries, y si podemos construir una educación que responda a la necesidad de replantear la manera de interpretar esos contenidos. Es algo que está ahí.

Esos contenidos, tienen el riesgo de alterar la realidad...

Si, pero debemos recordar que en nuestra infancia veíamos televisión en la sala de la casa con el papá y la mamá, eso hacía que lo observado pasara por una conversación, se volvía parte de los temas en la mesa, había una socialización, es decir, un filtro para reflexionar lo que veíamos. Tenía, hasta cierto punto, una parte educativa. Hoy, como cada quien se encierra en su cuarto y ve lo que quiere, ya sea en la televisión, la computadora, una tableta o el teléfono, existe una diferencia enorme sobre esos mismos contenidos. Necesitamos conversar sobre lo que vemos, para qué lo vemos, cómo lo vemos, discutirlo.

Si es un contenido serio, hasta dónde puede ser serio y qué tanto coincide con la realidad. Si es algo poco serio que únicamente apela a las emociones o si es entretenimiento y cuenta con un alto grado de interés en el morbo, pues también lo podemos discutir. Esto no es exclusivo de las narcoseries, también podemos hacer ese ejercicio con Los Simpson, por ejemplo. Yo creo que debemos preguntarnos quién hace los contenidos y para qué los hace, por qué apela al morbo. Ahora, la pregunta es para quienes producen, pero también para quienes consumimos ese tipo de contenidos.

Los reality, por ejemplo, tienen un morbo muy parecido al de las producciones del narco. Te venden peleas, discusiones, situaciones sexuales, tensiones entre la gente, eso no es otra cosa que telenovelizar la realidad. Lo importante entonces, es discutir cómo lo vemos en las casas, en las familias, cómo llegan a las redes y por qué nos quedamos únicamente en la critica de las grandes cadenas que los producen.

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Foto: Aída Moya

¿Por qué es necesario contar la historia?

En parte, para no repetirla. No se trata de seguir la famosa frase de “quien no conoce su historia está condenado a repetirla”. El postulado hay que replantearlo también en este terreno. En parte, también, porque se trata de una verdad histórica que nos debe permitir pensar las condiciones sociales que nos permitieron llegar a esa crueldad; si no somos capaces de desnudar esas razones, es probable que estemos repitiendo, recocinando lo que hicimos para que en unos años se repita.

Ahora, si se cuenta bien, dependiendo de quién lo cuente y para qué lo cuente, es posible que eso ayude a sanar heridas en las víctimas, en la gente, y sobre todo a recuperar la confianza en lo que fuimos, a pensar de manera distinta a la del miedo, a pensar de forma distinta a la ciudad. Es posible que uno se conquiste a sí mismo, si me permites usar esa metáfora, necesitamos conquistar quienes somos, porque la violencia nos quita lo que somos, nos acorrala, nos vuelve animales reactivos, temerosos acerca de quién me va a atacar. Contar la historia, de manera correcta, puede permitirnos conquistar nuestros espacios y arrebatarle a la violencia la posibilidad de imaginarnos un mundo distinto, un mundo posible e incluso llegar a imaginar un pasado diferente.

¿Y la verdad jurídica?

Cuando hablamos de las masacres, hay que que contarlas, desde la realidad histórica, que es un proceso distinto al de la verdad jurídica. Esos conceptos pueden conectarse pero también distanciarse, porque necesitamos contar la historia de quienes supervivieron y sobrevivieron, de quienes, estando en la esquina del barrio donde todos se volvieron actores de la violencia, lograron dejar pasar eso de lado. Contar todas las historias de aquellos que nos ha ocultado la violencia, porque detrás del manto de sangre hay muchos relatos de personas que sobreviven tanto a pesar de la violencia como a partir de ella.

¿Replantear los modelos de identidad?

Claro, de quien no se vendió, de quien no entró en el negocio, de quien hizo su trabajo bien e incluso recibió amenazas por hacer bien su trabajo y logró sobrevivir. Hay una cantidad de gente muy valiente, en Colombia y en México, aunque la palabra valor se queda corta para describir a esas personas que fueron capaces de supervivir en medio de las condiciones más terribles, haciendo, en el caso de Colombia, café, cacao, artesanías. Esas voces hay que recuperarlas y colocarlas junto a las voces de las víctimas de las masacres.

Hablar de una historia distinta, reinventarnos para podernos proyectar, para imaginarnos esos otros mundos, porque estamos atrapados en el mundo de las posibilidades que la violencia nos ha creado. En ese sentido, las narcoseries requieren una lectura crítica, pero también el periodismo que se hace, ese que se queda en la noticia como espectáculo. Por eso hay que empezar a mirar otros detonantes de historias que nos permitan reflexionar sobre lo que hemos sido y hacia dónde vamos.

¿Cómo se percibe a México en Colombia?

Una frase que se utiliza, digamos en los pasillos, es que que están pasando por otra Medellín, se están 'medellinizando'. Nosotros salimos de eso y ellos (los mexicanos) están en ese proceso; medellinizar es eso, esa cantidad de cárteles, y el Chapo Guzmán, paralelo de Pablo Escobar; y cómo la sociedad pasó a ser controlada por esos cárteles y cómo la guerra entre ellos se volvió la protagonista de la escena pública, y cómo una sociedad quedó atrapada en ese esquema.

Pero cuando uno llega acá y empieza a escuchar todas las voces, creo que no es así. Hay una reacción fuerte de la sociedad para ser dueña de sí misma. Claro, la violencia sigue estando presente, pero creo que no se puede definir una sociedad únicamente por un fenómeno como la inseguridad.

Quienes no compramos la idea de que Colombia super la violencia, nos preguntamos, ¿Por qué siguen habiendo tantos muertos, y por qué sigue siendo el principal productor de cocaína?, ¿realmente se acabó con la violencia?

No. Yo creo que hay que contarnos la historia de otra manera, si me permites, hay que ver hacía Estados Unidos. Hubo un momento en que el negocio lo controlaron los colombianos, en otro momento, ese negocio lo pierden los colombianos y pasa a manos de los mexicanos. Ocurrió un cambio en el modelo de distribución, pero es un negocio, finalmente son socios, no competidores. Hablamos de una industria que está creciendo y desarrollándose, que tiene una serie de encadenamientos hacía abajo y hacía arriba y hay que dejar de pensar que si es colombianización o mexicanización, porque estamos hablando de un negocio donde parece ser que el termino gringalización no se tiene en cuenta.

Creo que necesitamos un análisis más serio del tema, del narcotráfico como una industria o una empresa capitalista que funciona con las mismas reglas del mercado que las otras, con sangre, sí, pero con un montón de reglas mercantiles, oferta, demanda, control de precios, ventajas competitivas, comparativas y que se está moviendo con una cantidad de cosas propias del mercado.

Algo que debemos entender es que en este mercado, lo atípico es que surjan ciclos de violencia, porque la violencia destapa el negocio y hace que las policías hagan purgas y que todo lo que funciona por debajo salga a la luz: cómo funciona dentro de la economía legal, cómo y dónde se esta dando, la forma en que se conecta esa ilegalidad con las economías legales para limpiar todas las ganancias, eso es lo que debemos mirar, más allá de nacionalidades.

En Colombia, bajó una violencia y se transformó en otra. Si hay unos actores armados, coordinados y organizados que desaparecen, que están entregando rutas, laboratorios y cultivos, mas hay un problema enorme para atender a los campesinos, que son el eslabón más débil de toda la cadena del narcotráfico, que necesitan pasar a una economía legal que les permita vivir, porque durante mucho tiempo el país le ha dado la espalda al sector rural y eso permite que la coca se convierta en una alternativa, es un problema agrario serio. Considero que en el caso de México es menos grave, porque es un gran productor alimenticio y no es un gran productor de hoja de coca.

Por otro lado, la economía ilegal se ha venido diversificando, es decir, ya no se ponen todos los huevos en una sola canasta. Quienes eran actores armados se han dedicado a otros negocios ilegales que son menos complejos a la hora de combatirlos, y eso hace que se baje un tipo de violencia, como el hurto p el secuestro, éste último en Colombia prácticamente desapareció. Sí hay un cambio, pero siguen habiendo problemas de violencia.

¿Por qué tantas criticas al proceso de paz?

Una de las razones es que debemos empezar a desarmar las mentes. Muchos de los opositores al proceso de paz con las FARC (movimiento guerrillero denominado Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) nunca han tenido contacto con estos subversivos, pero critican el proceso desde la comodidad que les permite su clase social, alta por lo general. Tenemos que reinventar nuestra propia memoria porque cuando escuchas a quienes han vivido en las regiones violentadas, oyes voces que ven como única salida la paz. Y más allá del trabajo de perdón que necesitamos hacer como sociedad, siempre debemos ver que la paz es sinónimo de terminar con un conflicto.

¿Es inútil el combate al narco mientras no se transforme el sistema judicial?

Sí. Hay que perseguir el tema en todos los niveles, pero eso está muy de la mano también con la política internacional. Es absurdo, pero te pongo un ejemplo: la olla de Odebrecht se destapó en Brasil y salpicó a decenas de gobiernos latinoamericanos y en otros continentes, pero, ¿quién la destapó?, Estados Unidos. Para ponernos más dramáticos, el caso de la FIFA lo destapó Estados Unidos.

Si estamos entrando en una dinámica de atacar la corrupción en distintos niveles es porque los Estados Unidos están puyando por ahí. Bien, muchas gracias a Obama y a Trump pero, ¿qué pensamos nosotros de eso y cómo lo vamos a mover?, ¿en qué medida nosotros como cuidadanos con el ejercicio del voto hemos estado reproduciendo ese sistema?, ¿cuándo vamos a tomar el control de nuestros sistemas judiciales? Tenemos que hacernos esas preguntas.

El fenómeno del lavado de activos es un tema importante que requiere perseguir, señalar y condenar a sus protagonistas. Está conectado con quien vende la droga en una esquina y con el chico que por pura diversión consume algo y se la pasa bien. Detrás de toda esa cadena está la sangre y es tan culpable quien dispara balas como quien hace que ese dinero sucio ingrese limpio al mercado desde el escritorio de una lujosa oficina.

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