Siglo Nuevo

Juan Pablo Torres

Entrevista

Foto: Estudio Treceveinte

Foto: Estudio Treceveinte

YOHAN URIBE JIMÉNEZ

Con su tercera novela, el escritor guanajuantense Juan Pablo Torres regresa a las librerías y a las ferias del libro del país. Sigue siendo un aficionado al fútbol y a su equipo, el León, pero en esta ocasión, se aleja de los retratos sociales de sus anteriores historias, deja de lado las pasiones del fanático, los códigos socio culturales de las barras, para adentrarse en un experimento narrativo donde hace que coincidan temas como la marginación, la migración y la supervivencia. Escoge dos ciudades que han sido importantes en su vida (la capital mexicana del calzado y Londres, Inglaterra) para crear su más reciente concentrado de párrafos: Zorros urbanos.

En la superficie londinense conviven con los habitantes de la ciudad más de diez mil lobos; aparecen en los jardines de las casas, en las calles de los suburbios e incluso caminan temerosos por el centro de la ciudad. El lobezno desconcierto llevó a Juan Pablo Torres a establecer un paralelismo con lo que le sucede a un inmigrante que termina devorado por la mancha urbana.

Con esta novela, espera regresar a escenarios donde participó con éxito, como la Feria Nacional del Libro de León, la Feria de Literatura del Noroeste, el Festival Internacional de Literatura de Tijuana, la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, y el Encuentro Nacional de Escritores de Reynosa.

¿Cómo defines la novela desde el punto de vista editorial?

Creo que es experimental. Siempre se ha pensado que la literatura está peleada con lo gráfico, con la fotografía, con la ilustración, y recuerdo cuando estaba muy joven que mucha gente defendía que la novela no podía tener un respaldo gráfico, incluso era un tanto denigrado en el mundo intelectual quien concebía algo con ilustraciones, por el pensamiento de que era algo de apoyo, no se veía como algo que sumara, que ofreciera una segunda lectura. En mi caso yo siempre dije que quería hacer un experimento porque siempre que termino un texto, un cuento, una novela, siento que tengo una oportunidad de hacer algo distinto, sobre todo por trabajar con amigos y otras personas que entienden el tema que estoy abordando y pueden complementar la narrativa.

En este caso, la fotografía que acompaña la novela salió de manera natural. Cuando estaba investigando para documentar la historia, ya que gran parte tiene nota periodística de Londres, di con una idea gracias a un amigo fotógrafo. Me había comentado que en el jardín del edificio donde vivía a las seis de la tarde salía un zorro. Así que fui a su casa a cenar y tomamos fotos. La imágenes de Neil Yorath fueron la primeras que tuve de un zorro conviviendo en pleno Londres de manera cotidiana.

¿La historia iconográfica creció a la par de la narrativa?

En cierta medida sí, porque luego otro amigo fotógrafo me dijo que ese ensayo se podía extender; ya luego del proceso de escritura, revisión y corrección, cuando estaba en la parte del diseño, un amigo, Gerardo López, se fue a vivir a Londres, y le di los recorridos que hacen en la novela los personajes, la parte que no es turística, con la intención de que tomara algunas fotos y él se dedicó durante algunas semanas a seguir ese rastro de manera también experimental, ya que las imágenes las capturó no con su cámara profesional sino con el celular. A la editorial y los diseñadores les gustaron mucho las fotografías y se encargaron de dar una lectura alternativa de la historia.

Del formato de libro electrónico pasaste al impreso, ¿te ayudó sacar primero la versión digital?

Saqué la novela electrónica porque el trabajo ya tenía más de tres años terminado y en las idas y vueltas del proceso decidí soltarla de manera digital. No hay mucha lectura en México para este formato y difícilmente se compran impresos. Aunque la plataforma nueva era compleja, me paso algo curioso, lancé el libro digital y no registró ventas, pero sí subieron las de mi anterior novela Los de arriba, que en su edición impresa había tenido buena respuesta. En suma, la aceptación de las dos fue buena.

Las redes sociales y la red que uno va haciendo con los lectores funcionaron tan bien que las editoriales se empezaron a acercar. Entonces fue útil la publicación electrónica porque la poca gente que leyó la novela de manera digital empezó a preguntar por la impresa y eso aceleró las propuestas. Se acercó Editorial Artiva cuya propuesta editorial es muy atractiva tanto en su impresión como en su diseño. Como plataforma, en mi experiencia, lo digital fue muy útil, me acercó a una casa editora independiente de gran calidad y propuesta.

Muchas veces sucede al revés…

Sí, casi siempre se publica primero un libro impreso y luego sale la versión digital, pero cada vez son más los casos en los que la publicación electrónica genera comentarios de lectores y tiene demanda, de manera que alguna editorial de libro impreso se acerca al autor. Eso es bueno. Hay que aclarar que el proceso es el mismo. Cuando la publiqué, la novela ya tenía correcciones, el visto bueno de mi editor, un trabajo previo que debe ser indispensable en ambos formatos. Trabajo con un editor independiente, que me da mucha libertad, pero al mismo tiempo es muy exigente con los textos de los autores que maneja, entonces el proceso también se vuelve de aprendizaje, no sólo en materia narrativa y literaria, sino también en la parte editorial.

¿Los zorros urbanos también son una metáfora de la migración y la supervivencia a la que orillas al protagonista de la historia?

El zorro como metáfora o como analogía funciona muy bien desde mi perspectiva. En mi imaginación primero existieron los zorros y luego Cristóbal (personaje principal). Lo que hice fue jugar con la figura literaria. Es algo que me dejaron los talleres literarios que tomé en Escocia, la forma en que podía integrar a la historia un animal y hacerlo girar en torno a la novela, generar el argumento, aprender a unir el papel de los zorros.

Al final es una analogía que juega con la hostilidad de una ciudad, la migración, el destierro. Los zorros son seres que están desterrados de ese lugar que antes era su tierra; se han vuelto inquilinos incómodos por lo menos para quienes ahora habitan ese mismo espacio. De alguna forma eso pasa con la migración de las personas. En Londres existe el debate acerca de si los zorros son una plaga o animales no domésticos con los que hay que aprender a convivir y a los que se debe alimentar.

Animales también perseguidos...

Existe una tradición de caza de zorros en el bosque que ya se ha ido prohibiendo y que es lo que le da visa a otro personaje de la novela. Cristóbal, refugiado en esa analogía del destierro y anclado en la idea de que es mejor ser un zorro que otro turista más o un residente más, termina por evolucionar mientras se mimetiza en una ciudad en la que, al igual que estos animales, tiene que sobrevivir de manera recursiva.

¿Los migrantes son como zorros en un mundo ajeno a su entorno?

Cristóbal tiene que aprender, está en una especie de evolución, ni siquiera sabe qué hace ahí, sólo comprende que llegó a una ciudad huyendo de la policía y que la escogió porque no le pedían visa para entrar. Por eso, creo yo, los migrantes no tienen los altibajos de otros personajes, que son más estrepitosos. Mi personaje se mantiene más plano porque yo veo la vida así, el ser humano se olvida de los altibajos y las cargas emocionales fuertes cuando tiene que sobrevivir. Por eso busqué explorar un tema como la culpa, el protagonista la carga a tal grado que en todas partes ve a su hermano muerto. Fue muy interesante que el personaje, como los zorros, tuviera que aprender a convivir o por lo menos a existir en un entorno que no es su hábitat.

Es algo propio de la migración arrancarnos de nuestro hábitat. Es difícil imaginar que la capital de Inglaterra tenga en su mancha urbana una población de más de diez mil zorros, un problema para los habitantes. Cuando yo leía estas noticias y observaba la indiferencia de los pobladores, me parecía increíble, es como si acá en León, Guanajuato, tuviéramos una población de diez mil coyotes que andan por el centro y las calles y los patios de las casas y la gente ni siquiera mostrara sorpresa.

En tiempos de crisis como la que ha generado la guerra de Irak ¿la indiferencia con los migrantes es similar?

Para mí, era una maravilla ver a un zorro caminar en pleno centro de la ciudad. La gente, en cambio, no reacciona, a veces se molesta, o es indiferente mientras no saquen la basura de los botes. Lo más aterrador es que así sucede también con los migrantes que llegan a una ciudad como ésta. Muchas veces la nula protección que le da la migración a estas personas que tienen que salir de su entorno es el castigo de la misma ciudad, que no los ve, o mejor dicho, no quiere verlos. Creo que ese y no otro es el estado de animo del personaje, la indiferencia.

¿La historia homenajea a dos ciudades en las que has habitado tus propios estados de animo?

En algún momento entendí que tenía que escribir sobre lo que yo creo que conozco. Sé de mis limitaciones, pero también de mis alcances y estos son mayores cuando hablo de algo que creo que conozco. En el caso de esta historia es así. Después de mi anterior novela, Los de arriba, decidí que mi proyecto literario iba a realizarse desde León, una ciudad como cualquier otra que tiene muchas historias. Si bien ha padecido muchas cosas y tiene muchas carencias, también ha generado mucho, yo comparo esto con otras ciudades del país donde el sentido de identidad y pertenencia es muy particular, no generalizado como en las capitales.

Digamos que, bajo está mirada, Londres se vuelve como un lugar de inspiración para muchas cosas. Es una ciudad que también conozco un poco y que un día me mostró este elemento que no había visto en la literatura, los zorros urbanos; me agarré de esto y lo investigué, lo leí, traté de entenderlo, y es por eso que muchas sensaciones del personaje las llegué a experimentar en ese Londres gris, indiferente, lleno de gente amable, pero que remarca la soledad en cada oportunidad, sin necesidad de haber huido de León. Otra cuestión es que haces un retrato de los ingleses diferente al de los rasgos comunes.

Sí, me interesaba abordar el tema de las ciudades porque, de una u otra manera, Londres también es sinónimo de muchos amigos, de personas que te abren las puertas de su casa, de individuos que, como en la novela, no le disparan a los zorros sino que hacen campañas a favor de protegerlos. Además, es una ciudad que también sonríe, lo hace a través de sus habitantes. No es difícil encontrar a muchos con un sentido de humanidad muy expuesto incluso hacia los migrantes que llegan a ocupar sus calles.

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