Templo del sol.
Son las siete de la mañana y acaba de amanecer en Ollantaytambo, el viajero alista las mochilas y la sube al tren que lo llevará hasta la ciudad de Aguas Calientes. La puerta se cierra y un chiflido ensordecedor indica la salida del Perurail.
Los vagones panorámicos bordean los picos nevados de la gigantesca sierra andina entre valles, ríos, desfiladeros y pueblos milenarios. Música andina del grupo Alborada suena dentro del vagón, dándole ese aire místico y folclórico a la experiencia del viaje. Este recorrido es uno de los paseos en tren más bellos que se pueden experimentar.
Aguas Calientes es un pueblo pequeño situado en un valle a las faldas de Machu Picchu. Es tempano por la mañana y en alguno de sus pequeños restaurantes el viajero toma un mate de hoja de coca para aliviar el “soroche” o mal de altura; además que le dará energías para las largas caminatas que le esperan. Las calles del pueblo son pequeñas y un día es suficiente para recorrerlas todas, probar el menú de los diferentes restaurantes y tomarse una Cusqueña oscura (cerveza) para irse a descansar y recuperar energías para el siguiente día.
Aún no amanece en el pueblo, un mate de coca se calienta en la estufa del hostal y el olor del desayuno ligero despierta los sentidos. Son las seis de la mañana y la gente ya se apiña a la entrada del parque, se recomienda llegar temprano y ver cómo los primeros rayos del día bañan los muros ancestrales, se pintan de color anaranjado y parecen brillar con luz propia; un espectáculo que hacen que valga la pena despertarse a las cuatro de la mañana. La niebla cubre parte del Wayna Picchu, esa montaña que aparece al fondo en todas las fotos y es hogar del templo de la luna.
La ciudad se descubre solo recorriendo cada rincón, cada templo y vereda que exista en la ruta. Uno de los templos más famosos es el Templo del Sol con su impresionante monolito soportando el torreón de roca sólida, un santuario y sitio espiritual para los incas. Cerca de aquí se encuentra la roca sagrada Inti Watana (dios del sol), que se cree que se usaba para fines rituales y constituye uno de los sitios más sagrados de todo Machu Picchu. Es posible recorrer la zona habitacional del grupo dominante con su enorme explanada de jardines donde se puede observar a las llamas comer la hierba y así mantener en buen estado la zona. Imaginarse y pensar en la ciudad como un centro vivo, majestuoso y sagrado es inevitable y el viajero no puede más que agradecer el estar en este sitio.
Uno de los sitios más impresionantes se localiza a tres mil 082 metros sobre el nivel del mar: la montaña vieja. Llegar hasta la cima toma un par de horas y un gran esfuerzo físico, pero al ver las nubes tragarse la ciudad entera y luego esclarecer y poco a poco erguirse sobre sí misma, todo el esfuerzo habrá valido la pena. El viajero se sienta al filo del abismo, debajo se imponen empequeñecidas las ruinas incas por el gran rio Urubamba y las montañas andinas, el aliento se pierde en una de las siete nuevas maravillas modernas. Un sitio y una fotografía que no cualquier visitante tendrá en su colección; el trofeo del auténtico explorador.
Está anocheciendo y hace frío, el viajero está cansado de las largas caminatas y aún hay tiempo para disfrutar. Qué mejor forma de cerrar la aventura que con un baño relajante de aguas termales a orillas del río Vilcanota. Cinco piscinas naturales de aguas azufrosas están disponibles para relajar los músculos, exfoliar la piel y alcanzar una temperatura agradable en el fresco invierno peruano.
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