Siglo Nuevo

Perder el paraíso

Las manzanas iracundas de Steinbeck

Foto: Anna Koris

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IVÁN HERNÁNDEZ

La novela comienza con Jim Nolan, un desempleado en proceso de afiliarse al Partido. Durante la entrevista le preguntan sobre sus razones y responde: “... toda mi familia ha sido arruinada por este sistema. A mi viejo, o sea mi padre, le aporrearon tanto en los disturbios laborales que lo dejaron sonado”.

Libros como el de John Steinbeck nos hablan no sólo de unos personajes, un lugar, una época. Su discurso trasciende algo tan acotado como un valle poblado de manzanos.

En dudosa batalla es, en cortas palabras, el relato de una huelga y de una célula comunista cuyo objetivo es promover y organizar el ánimo de los trabajadores contra las condiciones salariales puestas por los patrones, los que aprovechando el nomadismo de los braceros, han bajado el jornal.

Conceptos como plusvalía o proletariado son amables en comparación con las realidades que las hacen posibles, realidades que llevadas al terreno de la ficción si bien se quedan cortas, no dejan de despertar a la conciencia no de clase sino humana.

El autor norteamericano armó una narración, más que literaria o periodística, fotográfica. Las instantáneas son tan frescas como los frutos, desde manzanas hasta muertes, que recogen los actores de su puesta en escena.

El final, desde aquí lo adelantamos, es tan redondo como una rotonda de palabras ilustres, como saber que allí está representada una forma de humanidad asequible, palpable, tan desafortunada como llena de esperanza.

La novela comienza con Jim Nolan, un desempleado en proceso de afiliarse al Partido. Durante la entrevista le preguntan sobre sus razones y responde: “... toda mi familia ha sido arruinada por este sistema. A mi viejo, o sea mi padre, le aporrearon tanto en los disturbios laborales que lo dejaron sonado”.

El padre de Jim, una leyenda de las luchas contra el sistema patronal, tipo fortísimo, pero con mala suerte. Steinbeck lo explica con un humor tan simple como numérico: Roy Nolan era capaz de cascar a cinco policías, el problema es que siempre que salía se encontraba con seis.

Jim sorprende a su entrevistador cuando comenta que, contra los deseos de su progenitor, a él le dio por leer. Un chiflado de los que hacen nido en un parque le confeccionó listas de lo indispensable: Platón, Herodoto, Gibbon, Carlyle, Scott, Hegel, Kant, Nietzche, Schopenhauer, Marx.

El lector supera la prueba y así comienza a prestar sus servicios al Partido. De inmediato comienza a trabajar, es así que llega al grupo de Mac, el experto en propaganda en esa demarcación de la Unión Americana.

Lo que sigue son historias: la de Joy, un viejo tocado y muy golpeado debido a su afición por llamar “hijos de perra” a los policías que consiguen prenderle; la de Dick, un elemento valioso y prudente que llama “señor” al agente que lo tiene cautivo, y la del propio Mac, a quien le dieron una paliza además de incendiar la casa de su madre. ¿Su delito? Perpetrar actividades subversivas contra el gobierno, es decir, “Había pronunciado un discurso en el que decía que algunas personas se estaban muriendo de hambre”.

Uno los observa predicar, tratar de convertir una persona a la vez, sufrir la represión, ser golpeados, no sobrevivir, cosas del oficio.

Jim comparte otros episodios de su historia y agrega detalles de su última jornada en el sector de los asalariados. Está contento porque podrá hacer cosas con un propósito.

Mac dice que si el trabajo lo hará feliz, él puede garantizarte una jornada de veinte horas y que si odia el sistema basado en el beneficio, “puedo prometerte, Jim, que no vas a recibir un maldito centavo por eso”.

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Foto: Anna Koris

QUÉ COSA FUERA

Frente al martillo, se necesita ingenio. La inventiva subsana carencias. Esto conduce, aunque no sea la intención, a que una persona se sitúe, y no es inusual que lo ignore, por encima de su hermano, de su compañero de lucha. Los correligionarios se reconocen, hablan y se apoyan uno a otro, se alertan y se protegen contra el peligro, pero incluso entre ellos hay quien sufre la traición de la evidencia y reconoce la mayor valía de uno sobre otro. Esa es una de las lecciones que se extraen de la odisea de Mac y Jim.

Salen de viaje a cumplir con el deber. Su destino es el valle de Torgas, ocupado en su mayor parte por pomares, casi todos los cuales pertenecen a unos pocos propietarios. El ciclo es como sigue: las manzanas maduran y llegan las cuadrillas de braceros a recogerlas. De allí, los trabajadores temporales siguen la ruta del jornal, se marchan a los campos de algodón.

Los propietarios, explican nuestros protagonistas, esperaron a que llegasen casi todas las cuadrillas de braceros, que gastaron casi todo su dinero en llegar a los terrenos frutales, para enterarlos de las novedades con respecto a la paga. Los temporeros se poner a recoger manzanas, quieren reunir, al menos, lo suficiente para marcharse.

Los representantes del Partido tienen como objetivo introducir a esos hombres en el camino de la huelga, organizarlos y montar piquetes.

“Lo bueno es una huelga prolongada. Queremos que los hombres se den cuenta de lo fuertes que son cuando actúan juntos”, dice Mac a su alumno y enseguida: “La dirección de la lucha debe surgir de los propios hombres. Nosotros podemos enseñarles el método, pero ellos deben hacer el trabajo por sí mismos.

Durante la persecución de esas metas, Mac descubrirá la valía de Jim, se dará cuenta de que las aptitudes del 'nuevo' demandan consideraciones especiales.

DERROTA

El título fue extraído de El paraíso perdido de John Milton. La cita se ubica en el libro primero. Satán, jefe de tantas potencias coronadas, se lamenta del poder supremo que consiguió, en dudosa batalla, vencer a su ejército de espíritus rebeldes y decide pelear por toda la eternidad contra el Omnipotente que los arrojó a esas regiones de tortuosa oscuridad.

La lucha retratada por Steinbeck no sólo es dudosa, a ratos es sórdida y a ratos terriblemente humana. El interés, en esta y otras lecturas, puede fingirse, pero no las ganas de luchar, de marchar codo a codo, porque “Cualquiera que aspire a un jornal que le permita vivir decentemente se convierte en radical”.

Los hechos son ficticios, pero Steinbeck bien sabía que sólo se escribe acerca de lo que se conoce o sobre aquello que se cree conocer. El autor de Las uvas de la ira conocía California y conocía esos campos a los que llegan Mac y Jim.

Su primera intención, explicó en una carta fechada en 1935, era escribir la autobiografía de un comunista. Esto se aprecia con facilidad en los primeros capítulos de la novela, armados, en buena medida, con los recuerdos de Nolan que apuntan hacia su incorporación al Partido: “En casa nos pasábamos el tiempo luchando, luchando contra algo; contra el hambre, las más de las veces. Mi viejo luchaba contra los patronos. Yo luchaba contra la escuela. Pero perdíamos siempre, y al cabo de mucho tiempo me pregunté si formaba parte de nuestra condición el hecho de perder siempre”.

La historia de una huelga en un pequeño valle agrícola fue utilizada por el escritor y periodista como “símbolo de la eterna y amarga lucha del hombre contra sí mismo”.

Las páginas de En dudosa batalla, como se comentó al principio, son fotografías a blanco y negro de una derrota con millones de damnificados a lo largo de innumerables generaciones. Son imágenes crudas e intensas, y uno es el encargado de ponerles color, voz y cuerpo a esos desposeídos, a esos sin techo, a esos siempre de pie.

La prosa de este ganador del Premio Nobel de Literatura también invita a preguntarse ¿a qué realidad habremos de despertar luego de la batalla, si es que despertamos? Porque, a menos que los ojos nos engañen, también hay luminosidades dolorosas. Y en esas regiones de condiciones críticas de ocupación, informalidad y salarios paupérrimos, hay seres humanos, más solidarios que orgullosos, llamando a sus compañeros a levantarse y continuar la lucha.

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