Zatoichi y una espada siempre escarlata
En esta historia de acero cubierto de sangre, un invidente que se gana la vida como masajista y apostador llega a un pequeño pueblo que es dominado por un poderoso y despiadado villano llamado Ginzo.
Si algo distingue a la industria fílmica es que no abandona los caminos que le han procurado millones de consumidores para sus productos.
En Estados Unidos, por ejemplo, hace décadas que se marchó la época dorada de los comisarios y los bandidos, pero rodar un western nunca tiene mala pinta. Conducidos por esas férreas vías llegamos a la resurrección de un clásico como Los siete magníficos (más ejemplar para efectos de estas líneas dado que la obra de John Sturges, de 1960, es un remake de una cinta de Akira Kurosawa de 1954).
Si en el vecino del norte retoman una y otra vez aquellos rumbos de diligencias, estrellas doradas, caballos a galope y demás elementos que acompañan a los hombres armados y en pugna por la supremacía definitiva, en Japón hacen lo propio, sólo que en lugar de pistolas y rifles utilizan esplendidas katanas esgrimidas en épocas no tan lejanas.
Es de agradecerse que cuando un género parece no dar más de sí, un referente obligado de la cultura cinematográfica aporte una inesperada joya. Algo así se registró en 1992 con Clint Eastwood y Los imperdonables.
La historia se repitió, con sus respectivas diferencias, once años después. El más conocido de los directores japoneses de estos tiempos, Takeshi Kitano, obsequió a los espectadores una aventura visual llamada Zatoichi.
ARTE ORIENTAL
Para un consumidor habitual de cintas de acción que no suele expandir sus horizontes más allá del cine norteamericano, este platillo puede derivar en al menos tres sorpresas mayúsculas.
La primera es que el protagonista no es el héroe típico de estos lares: ni tiene una envidiable masa muscular, ni un cuerpo duro como la roca que absorbe el castigo como si fuera un líquido indoloro, ni todos sus sentidos están en perfecta forma.
La segunda es que el héroe atípico en Occidente es un viejo conocido del público japonés. Zatoichi, el samurái ciego, protagonizó entre 1962 y 1989 la nada desdeñable cantidad de 26 filmes y una serie de televisión. Con esa cantidad supera, por ejemplo, el total de cintas estelarizadas por Bond, James Bond. Otro dato curioso, mientras el agente británico ha sido encarnado en la pantalla grande por seis actores, el espadachín no ha tenido sino a dos intérpretes: Kitano y el actor Shintaro Katsu, quien tuvo exclusividad sobre el maestro guerrero durante casi tres décadas.
Finalmente, no hace falta cavilar demasiado para darse cuenta de que las películas de vaqueros son a las de samuráis lo que las pirámides de Egipto son a las pirámides de las culturas prehispánicas.
RECONOCIMIENTO
Gracias a esta producción Beat Takeshi, nombre que el actor y director utiliza desde que en una fase temprana de su carrera formó una pareja cómica que era conocida como “los dos Beat”, obtuvo el León de Plata a mejor director del Festival Internacional de Cine de Venecia, los premios del jurado y del público a la mejor película en el festival de Cataluña Sitges, y el premio del público del festival de Toronto.
En esta historia de acero cubierto de sangre, un invidente que se gana la vida como masajista y apostador llega a un pequeño pueblo que es dominado por un poderoso y despiadado villano llamado Ginzo.
El poder que ejerce Ginzo sobre la gente se ve todavía más reforzado luego de que recluta a un habilidoso samurái errante llamado Hattori.
El filme tiene momentos entrañables como el de una especie de musical construido a partir de las herramientas utilizadas por labradores y carpinteros. Los humildes marcan el ritmo dentro de un relato en el que los dominadores, los que tienen mayor capacidad de lucha, se disputan el control del territorio.
Para quienes gustan de la acción, las escenas de los duelos con espadas son gratificantes. La última pelea, entre Hattori y Zatoichi, es particularmente difícil de olvidar. La fotografía, salpicada con sangre de manera constante, se mueve de las estampas coloridas y animadas a los instantes serios, tenebrosos y mortales.
Desde el principio, Kitano eligió hacer un personaje muy distinto al que interpretó Katsu en 26 filmes. La nueva versión del famoso héroe debía conducirse por otros cauces, tanto en la parte física como en la psicológica. La primera decisión de Beat Takeshi fue hacer que el espadachín tuviera el cabello rubio, para dar a entender que su existencia es fruto de una mezcla de razas mal vista en esos tiempos.
Kitano entendió que la anécdota del conflicto con Ginzo era insuficiente para el largometraje. Por ello, incorporó un par de relatos complementarios que se relacionan con la trama principal.
Una de esas tramas secundarias tiene que ver con su principal opositor, Hattori, un ronin que accede a trabajar para el villano con tal de ganar dinero que le permita cuidar de su enferma mujer.
Otra es la de dos geishas que llegan al poblado para vengarse de uno de los jefes criminales. Sus planes, sin embargo, no prosperan porque antes de dar con el enemigo, se topan con un ciego entrometido. El humor del personaje es otro de los puntos fuertes del filme.
DINÁMICA
En esta película, el director cuenta una historia muy distinta a las que han nutrido su filmografía, una que se ha caracterizado por la exacerbada violencia de los contenidos y por no pasar desapercibida en festivales internacionales.
En Zatoichi, el cineasta de Violent Cop y Brother, se recrea en hábitos como sus guiños-homenajes a otro maestro de nombre Akira Kurosawa; ofrece una narrativa visual que en mucho recuerda a los platos de espagueti de Sergio Leone, y, en suma, convierte a su discurso en un relato dinámico que pone a los instantes la luz y el color más adecuado para crear ya sea la atmósfera festiva o el lúgubre preámbulo de la muerte.
Cada actor que aparece a cuadro, aunque no tenga ninguna línea y su papel no vaya más allá de ir caminando por el campo, aporta algo al filme, una sensación que surge en el espectador y que lo relaja o prepara antes del siguiente asalto de frenesí escarlata. Los acontecimientos se suceden a un ritmo que no brinda oportunidad alguna para la desatención.
LIBERTAD
En diversas entrevistas que ofreció luego del éxito obtenido, Kitano compartió que hizo Zatoichi a petición de una amiga de Shintaro Katsu. Al principio no estaba convencido de que fuera una buena idea y si cedió fue porque tanto la amiga como él pusieron una condición que el otro aceptó. Beat Takeshi solicitó hacer la película tal y como quería; la promotora del filme le dijo que tendría completa libertad creativa salvo por dos aspectos: debía respetar la calidad de maestro espadachín del masajista invidente y conservar su genio con los dados.
La visión personal de Kitano es la de un Zatoichi atípico y excéntrico en el que una primera combinación salta a la vista: el rubio platino de la cabeza y el bastón rojo en el que esconde el acero.
En cuanto a la forma de ser, el actor perfiló a un masajista que no se mezcla con individuos buenos, que prefiere estar rodeado de los malos.
Zatoichi, y esto ha sido la constante en la vida ficticia de este guerrero, es prácticamente invencible, puede desafiar a cualquiera.
Un aspecto que se le complicó al profesor de Battle Royale fue el de la lucha con espadas. Los lances estaban cronometrados y Beat Takeshi no podía ser lento, pero como debía hacer todas las maniobras a ojos cerrados, no fue nada sencillo. Además, el uso de katanas dio un giro distinto a la violencia, ese otro personaje de los trabajos de Kitano.
Las andanzas de tan laureado japonés no pueden pasar desapercibidas, mas cuando nos ofrece obras que, además de estar bien hechas, invitan a recordar filmes emblemáticos, hazañas ambientadas en un pueblo del oeste o del oriente.