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Si una persona tiene una herida cutánea, las bacterias aprovechan el estropicio en el muro protector para ingresar al organismo.
La piel, el órgano más grande del cuerpo humano, es una barrera contra infecciones bacterianas por demás eficaz. No es raro que muchas bacterias entren en contacto o incluso residan en ella. Sin embargo, el muro que nos recubre impide que esos microorganismos nos hagan daño.
Un corte o una picadura de mósquito, sin embargo, pueden representar el inicio de una convalecencia. Entre las enfermedades de la piel una que es muy común y muy contagiosa es el impétigo.
Sus víctimas habituales son bebés y niños. La causan el Staphylococcus aureus, o el Streptococcus pyogenes, o ambos.
Este problema de salud se manifiesta, por lo regular, con la aparición de llagas rojizas en la cara, en especial alrededor de la nariz y la boca, en manos y pies. No obstante, sus señales llegan a brotar en cualquier parte del cuerpo.
Suele hacer acto de presencia en zonas corporales que no muestran alteraciones cutáneas, arriba al organismo luego de una lesión o un malestar que conlleve una alteración en la piel, por ejemplo, una infección micótica (causada por hongos), una quemadura solar o la ya mencionada picadura.
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Debe tomarse en cuenta que algunas personas tienen viviendo en su nariz bacterias de estafilococos o estreptococos, pero sin causar síntomas a resolver. A esos individuos se les considera portadores nasales, como llevan consigo a estos microorganismos pueden producir con frecuencia incidentes sanitarios tanto en el portador como en quienes están a su alrededor.
FACTORES
El impétigo promueve una agrupación de pequeñas ampollas, las cuales revientan y dan paso a la formación de costras color miel.
Si alguien entra en contacto con las erupciones de una persona infectada o bien con objetos que ésta haya tocado el riesgo de contagio es elevado. Para ser claros, por “objetos” debe entenderse ropa, sábanas, toallas y cualquier artículo, hasta juguetes.
Los factores de riesgo comienzan con la edad: los primeros candidatos a padecerlo son los niños de entre dos y cinco años de edad. La transmisión se facilita de la mano de condiciones de hacinamiento; la afección se propaga con facilidad en escuelas y guarderías.
El clima también tiene algo que ver, uno caluroso y húmedo le beneficia. Sí, su estación favorita es el verano.
Hay riesgo de contraerlo mientras se realizan actividades deportivas que impliquen un contacto piel a piel, como a la hora de marcar al oponente en el fútbol o en el baloncesto.
Si una persona tiene una herida cutánea, las bacterias aprovechan el estropicio en el muro protector para ingresar al organismo.
TIPOS
El impétigo es tratado con antibióticos. Los objetivos prioritarios son restablecer la salud del aquejado e impedir la transmisión a otras personas.
Si usted, amable lector, tiene a un hijo afectado por la acción de las bacterias ya mencionadas es importante mantenerlo en casa, no llevarlo a la escuela o a la guardería, según sea el caso, hasta que el médico apruebe su vuelta a la convivencia.
Los signos y síntomas típicos son las llagas, éstas se rompen rápidamente, supuran durante unos días y enseguida viene la costra; pueden extenderse por el cuerpo usando como vehículos de transporte los dedos o la ropa; causan picazón y dolor, pero nada insufrible.
El impétigo no acostumbra ser peligroso, si la infección es leve las ampollas se curan y no quedan cicatrices.
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No obstante, hay una variante menos común del padecimiento que es denominada “impétigo ampollar”, la cual produce ámpulas más grandes en el tronco de bebés y niños. Una diferencia con respecto a su familiar menos severa es que surgen con rapidez ampollas de mayor tamaño. Al reventar dejan al descubierto su amplia base, una que también se cubre con una costra de color amielado.
Un tipo más grave es la “ectima”, la cual se caracteriza por la presencia de úlceras pequeñas y superficiales. Estas se extienden y penetran en capas más profundas de la piel y la destruyen, dando lugar a heridas dolorosas, llenas de pus o líquido, que devienen en úlceras profundas. En la llaga del ectima, la costra es más gruesa y de color marrón-negruzco. La zona que la rodea adquiere un color rojo con tonos morados y se hincha.
A TENER EN CUENTA
En cuanto a las complicaciones propias del impétigo, una que no debe descuidarse es la dermatopaniculosos deformante (celulitis), dado su potencial para afectar los tejidos debajo de la piel y, con el tiempo, expandirse a los ganglios linfáticos y el torrente sanguíneo.
También debe comentarse que uno de los tipos de bacterias que lo producen puede dañar los riñones, esto hay que traducirlo como problemas renales.
En un tema de apariencia, debe comentarse la formación de tejido cicatricial, es decir, las lesiones vinculadas con el ectima pueden conservarse como cicatrices. Entre las personas adultas, quienes padecen diabetes o tienen un sistema inmunitario debilitado son más propensas a tener ectimas.
VIGILANCIA
Si se sospecha que un niño tiene impétigo hay que llevarlo a consulta ya sea con el médico familiar, o con su pediatra o bien con un dermatólogo. El profesional de la salud elabora su diagnóstico en función del aspecto que presenta la erupción.
En la persona víctima de frecuentes infecciones, el galeno recomienda tomar un frotis de la nariz y enviarlo a analizar para determinar si es portadora nasal.
La recomendación elemental para prevenir el impétigo es mantener limpia la piel. Si se produce alguna herida en nuestro muro protector, ya sea algún corte o raspadura o por la picadura de un insecto, lo procedente es lavar la zona afectada y enjuagar de inmediato.
Si en la familia hay alguien con este padecimiento hay que evitar la transmisión. Las medidas a adoptar incluyen lavar las prendas, la ropa de cama y las toallas de una persona infectada todos los días y cuidar que no las usen otras personas.
A la hora de aplicar una crema con antibiótico en las llagas del paciente hay que usar guantes y luego, lavarse bien las manos. Otra recomendación es cortar las uñas del niño infectado, de ese modo evitamos que se lastime al rascarse. Es importante no olvidar que, al cuidar nuestra piel, protegemos una barrera muy efectiva contra la enfermedad.
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