Foto: Alfredo Zeballos
En el último medio siglo, El Alto recibió una abundante migración indígena de la provincia boliviana y allí, en consonancia con el gobierno de Evo Morales, surgió una clase acomodada del pueblo aimaro (amerindios de la región del lago Titicaca) que ha hecho de Freddy su gurú arquitectónico.
El de Freddy Mamani es un estilo que despierta recelos, tanto que adjetivos usuales para describirlo son estrafalario y esquizofrénico. En todo caso, el suyo es un lenguaje arquitectónico que expresa una identidad andina.
El proyectista boliviano ha declarado en varias ocasiones que en su labor retoma aspectos de una cultura ancestral. Con esa información, no deberían resultar tan llamativos ni el colorido atronador ni la geometría a destajo depositadas en sus creaciones. Cosas que distinguieron a los pueblos originarios en ese viejo mundo llamado desde hace unos siglos América fueron la precisión de sus construcciones y el manejo del color en sus artesanías.
El boom de Mamani se ha concentrado en un polo de desarrollo adjunto a la capital del país, La Paz, una ciudad llamada El Alto.
En el último medio siglo, El Alto recibió una abundante migración indígena de la provincia boliviana y allí, en consonancia con el gobierno de Evo Morales, surgió una clase acomodada del pueblo aimaro (amerindios de la región del lago Titicaca) que ha hecho de Freddy su gurú arquitectónico.
El Alto es la ciudad más joven de Bolivia. En la segunda mitad del siglo pasado comenzó su transformación. El impulso de la migración indígena ha hecho que, hoy día, sea la urbe más poblada del país con casi 2 millones de habitantes.
En 2005, Mamani comenzó a diseñar y construir y, como efecto colateral, a llamar la atención de especialistas, turistas y medios de comunicación.
La visión geométrica y los colores chillones son señas de identidad del arquitecto de la élite aimara en Bolivia que busca, a través del arte de los materiales, hacer palpable el renacimiento cultural y económico del pueblo indígena.
CHOLET
El término 'cholo' es utilizado para designar al indígena de la zona del altiplano boliviano; también se aplica a la persona que se traslada del campo a la ciudad y realiza el proceso de mudar sus costumbres de origen a la cultura y modernidad de la urbe.
Ese vocablo se fusiona con el de 'chalet' para nombrar a las piezas más notorias del proyectista andino (cabe aclarar que esa denominación no es de su completo agrado): cholets.
Son inmuebles multifuncionales de varios niveles dotados con espacios específicos para actividades comerciales, salón de fiestas, alguna cancha deportiva o piscina, departamentos y el chalet en el que viven los dueños del lugar.
Las decenas de edificaciones de este tipo ejecutadas por Mamani en El Alto se han convertido en una especie de ruta turística de la ciudad.
A pesar de las críticas y el recelo que causa, el dosier de Freddy contiene más de una centena de fachadas. La mayor parte se concentran en El Alto, pero su fama se ha extendido por América Latina, y en países como Brasil o Perú ya ha echado raíces inmuebles.
Sus edificios suelen albergar una paleta de colores extraída de expresiones tradicionales, cosas como los aguayos, tejido andino usado por las mujeres para cargar a los niños a la espalda.
El objetivo del profesional de los materiales no es menor: generar expresiones arquitectónicas indígenas contemporáneas. En el camino se ha encontrado con el rechazo de un sector de la academia, en la occidental forma de ver la arquitectura no encaja la 'esquizofrénica' propuesta de Mamani.
EDUCACIÓN
Cuando era niño, su padre lo llevada de la mano a los sitios en los que trabajaba como albañil. Así aprendió ese oficio; comenzó a ejercerlo a los 15 años de edad. Sin embargo, obrar de ese modo no era lo suyo. Se puso a estudiar por las noches y realizó cursos de ingeniería y de arquitectura.
Foto: Alfredo Zeballos
La formación peculiar del andino se percibe de buena manera en su método de trabajo: cuando ejecuta algún encargo no se encierra con sus planos en una oficina; el ordenador portátil no es su principal herramienta; a él se le da más la supervisión a ras de suelo. A veces basta con papel y lápiz o bien le da por exponer frente a un muro, a pie de obra, lo que ha de conseguirse.
Los espacios destinados a portar elementos de la tradición aimara son decorados con mucho vidrio, policarbonato y lámparas traídas de China que son armadas pieza a pieza. La demanda de diseños ha sido tal que el proyectista ha llegado a tener hasta 200 trabajadores a su cargo.
Los partidarios de Mamani perciben un ejercicio de la vocación en la que son claros los destellos de la arquitectura neobarroca; los detractores no observan sino a un promotor del mal gusto cuando no de soluciones feas para problemas innecesarios.
A Freddy, confiesa, lo que le interesa es construir puentes, auditorios y museos. Al menos una parte de ese deseo se cumplió cuando le fue encomendada la tarea de realizar una de las plantas del museo más grande de Bolivia, dedicado a Evo Morales y construido en Orinoca, pueblo natal del presidente.
COHERENCIA
Tiene una vida bastante activa en materia de trabajo colectivo; suele invitar a “los amigos dedicados a la construcción” a cursos sobre color y su aplicación en interiores y exteriores, esto a través de la asociación Arquitectura Andina.
Uno de sus motivos es seguir transformando El Alto mediante una arquitectura con identidad y color: con los cholets va por ese camino, incluso sus detractores reconocen que está cambiando el paisaje urbano de la ciudad y que su labor es evidencia del empoderamiento de la nueva burguesía aymara.
El despliegue de Mamani se caracteriza por la fusión de rectángulos, círculos, monolitos, la cruz andina y la iconografía tahuanacota. Vale decir que los motivos decorativos pueden pasar con facilidad por psicodelia. No obstante, hay coincidencia en que se trata de una arquitectura original y netamente boiliviana.
Los colores vivos, los espejos en las fachadas y las exuberantes lámparas colgantes consiguen un efecto sobrecogedor. Las construcciones están encaminadas a aportar en la obtención de una ciudad coherente con sus orígenes y su cultura, un Tihuanaco moderno.
IDENTIDAD
Freddy nació en una pequeña comunidad aimara llamada Catavi. Confiesa que en su concepción del oficio arquitectónico influyó mucho una visita a Tiahuanaco, antigua ciudad preincaica situada a 70 kilómetro de La Paz, el sitio arqueológico más importante de Bolivia.
Quedó impresionado por las formas a tal grado que se dedicó a estudiarlas, a realizar una descomposición y estilización de las formas andinas.
La cultura milenaria de su lugar de origen se convirtió en su venero, también ha extraído ideas de la música, de las danzas tradicionales, de las artesanías, de la fauna local.
Esos elementos de larga relación con el pueblo amerindio son mezclados con atributos modernos, con lo que piden los clientes.
El proyectista se ha quejado de que en la universidad forman arquitectos con una óptica muy rígida en la que lo mejor es lo minimalista y el uso del color no tiene cabida. La cultura aimara, sin embargo, dice otra cosa.
Su cromático ejercicio está influido por la simbología de la tradición, por ejemplo, Mamani suele utilizar la cruz andina o chacana, que representa: un puente al mundo celeste, la síntesis de la cosmovisión andina y un concepto astronómico ligado a las estaciones del año. La cruz es la forma abreviada de apelar a la unidad de la diversidad, de subrayar la existencia de componentes en permanente tensión de correspondencia, destinados a complementarse y a ejercer influencia uno sobre otro.
A propósito de la aparición de obras de arquitectura neoandina en otras ciudades de Bolivia, Mamani ha dicho a medios internacionales que respeta y apoya a quienes siguen su camino. Es natural, afirma, que su estilo aparezca allí donde un hermano de la cultura milenaria está presente.