El mar, el siempre mar, me llama con su eterna voz.
La escucho y creo oír a Dios que me está hablando.
Lo mismo siento cuando escucho las palabras de un niño o la canción de una mujer. Lo mismo siento cuando oigo el viento entre los árboles del bosque o el pespuntear de la lluvia sobre el tejado de mi casa campesina.
Todas las cosas son una misma cosa. Todas las voces de este mundo son la misma voz. Las palabras que ahora me está diciendo el mar son las mismas que me dijo alguna vez mi padre. Todo lo que en el mundo se dice o se canta ya se cantó o se dijo. Todo suena a Dios.
Déjame oír al mar.
Quiero decir, déjame que te oiga, que me oiga. Permíteme escuchar las armonías que del cielo vienen y las plegarias que hacia el cielo van.
Déjame oír al mar.
Déjame escuchar a Dios.
¡Hasta mañana!...