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Mitos de la Edad Mediática

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Mitos de la Edad Mediática

Mitos de la Edad Mediática

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

La llamada Edad Media es descrita comúnmente como ese período de la historia mundial en el que la ignorancia, el oscurantismo y la superstición reinaban sobre la sociedad. Aunque esta visión está cargada de una ideología moderna que pone en contraste a esta etapa frente al clasicismo grecolatino previo y al Renacimiento posterior, y es inexacta puesto que sólo sería aplicable a una parte de Europa, está soportada sobre la base de una realidad: la poca disponibilidad de información y el acceso restringido a la misma. Mientras que sólo un reducido grupo de nobles y sacerdotes podían leer y escribir y, por lo tanto, generar o recibir información en cualquiera de los soportes existentes (papiro, pergamino y papel) entre la caída de Roma (476) y la de Constantinopla (1453), el grueso de la población era analfabeta y se mantenía al margen de ese conocimiento, sólo con la posibilidad de acceder a la tradición oral.

Hoy, en lo que podríamos llamar la Edad Mediática -en referencia a la columna del periodista mexicano Marco Lara Klahr-, existe un marcado contraste con ese período "oscuro". Una de las características que más presumimos de nuestro tiempo es precisamente la enorme disponibilidad de información, la gran capacidad de generar conocimiento y la facilidad con la que se puede acceder a él. Montados en un arrebato de orgullo bautizamos a esta época como la Era de la Información, cuyos orígenes los podemos rastrear hasta la invención de la imprenta moderna, método que permitió por primera vez producir libros de forma masiva y, con ello, extender el conocimiento. Las revoluciones industrial, burguesa y socialista impulsaron la democratización de la educación lo que tuvo como consecuencia que cada vez más personas supieran leer y escribir. Contrario a lo que ocurría en la Edad Media, hoy los analfabetas son la excepción en la mayoría de los países.

Luego del libro impreso llegó la prensa, único vehículo de información actualizada hasta el siglo XIX. Y en un lapso de 150 años, la comunicación se revolucionó con el telégrafo, teléfono, cine, la radio y televisión hasta llegar a la internet. Hoy, la Era de la Información es también la Era Digital en la que una extensa red de servidores y ordenadores permite generar, almacenar y/o consultar de forma virtual información en texto, foto, audio o video. Es la cúspide de poco más de 500 años de evolución informativa. Estos progresos continuos nos han llevado al punto de que al alcance de uno o varios clics podemos tener acceso a una cantidad de datos que supera infinitamente nuestra capacidad de procesarlos durante toda nuestra vida, incluso si estuviéramos concentrados exclusivamente en consultarlos.

Martin Hilbert, doctor en Ciencias Sociales y en Filosofía de la Comunicación, reveló recientemente en una entrevista para The Clinic que la cantidad de información disponible en el mundo hoy ronda los 10 zettabytes. Para darnos una idea, esto es como 20 millones de veces más que el contenido de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, la más grande del mundo, que contiene alrededor de 160 millones de piezas (libros, manuscritos o publicaciones). Según palabras del propio especialista, si se pudieran trasladar 10 ZB a texto podrían formarse 9,000 pilas de libros desde la Tierra hasta el Sol. Y asegura que entre 2014 y 2016 la humanidad generó más información que desde la Prehistoria hasta 2014. Inimaginable. Inabarcable… al menos en apariencia.

En realidad, cuando especialistas como Hilbert hablan de esa cantidad descomunal de información, algunos incluso se atreven a llamarlo conocimiento, lo que en realidad están cuantificando son datos. Y los datos no son propiamente información, mucho menos conocimiento. Habría que empezar por cuestionar primero cuánto del contenido que hay en internet es original y no réplicas de un mismo contenido. Luego tendríamos que preguntarnos cuántos de esos datos vertidos en el ciberespacio constituyen información de valor. Por último, cuánta de esa información se traduce en verdadero conocimiento para el ser humano. Por decirlo de alguna forma, una obra de Aristóteles puede contener mucho más conocimiento en sustancia y haber contribuido más al progreso humano que los mensajes vertidos en Twitter en un día, aunque estos sumen infinitamente más datos que todos los textos juntos del filósofo estagirita.

No estoy diciendo que en la antigüedad se generaba conocimiento más valioso que ahora. Simplemente estoy poniendo en duda la afirmación de que todo el contenido disponible en internet -y que cada día crece de forma exponencial- sea en verdad información o conocimiento. Pensar que es así nos puede llevar a un callejón muy peligroso en el que no se establezcan límites claros ni jerarquías entre aquello que es un simple cúmulo de datos y lo que en realidad contribuye al acervo cultural y científico de la humanidad. Todos los días es posible percatarse de la enorme cantidad de "basura informática" que hay en la red de redes y que va desde falsa información, distorsiones voluntarias o involuntarias y mentiras abiertas hasta aquello que es sólo una réplica o repetición.

Contrario a lo que pasaba en la Edad Media, en la Edad Mediática parece que tenemos una sobreabundancia de información. Pero esto no quiere decir que la ignorancia y superstición hayan ido perdiendo terreno en favor del conocimiento. Al contrario. Las redes sociales virtuales se han convertido también en cajas de resonancia de lo insustancial, ruidoso, ruinoso y mágico (las cadenas milagrosas). Cualquiera que tenga acceso a un ordenador y un potencial considerable de réplicas puede verter una mentira en las redes que a fuerza de repetición termina por arruinar la reputación de una persona, meter en aprietos a una empresa o desestabilizar la economía de un país.

Ahora bien, las posibilidades inéditas de interconexión en la Era de la Información no siempre son utilizadas de las formas ideales que en principio se creyeron. Tal y como lo expuso elocuentemente el pensador Zygmunt Bauman, las redes sociales virtuales pueden crear el efecto del encierro, en donde por un ejercicio de selección de afinidades y eliminación de contrastes se termina "dialogando" sólo con personas que piensan igual que uno. Esto limita el acceso al conocimiento nuevo y fragmenta la sociedad en guetos cerrados en donde el diferente no es aceptado.

Peor aún, los motores de búsqueda han alcanzado un nivel de complejidad tal que con el análisis de datos de comportamiento de navegación, interacción y consulta de un usuario es posible allegarle sólo aquél contenido que es de su preferencia. Muy lejos de la conectividad sin límites, lo que se consigue es un encapsulamiento que en casos extremos deriva en una ruptura con el mundo real, la imposibilidad de interacción respetuosa con quien piensa diferente y, en suma, la sustitución del conocimiento por la acumulación de estímulos superficiales y datos insustanciales o repetitivos.

Hay otro aspecto más siniestro que tiene que ver con el valor comercial de los datos de quienes utilizan internet. La información personal y los hábitos de navegación se han convertido en una mina de oro para empresas como Google o Facebook quienes obtienen pingües ganancias vendiendo la inmensa e incomparable base de datos de individuos que poseen. Si en la Edad Clásica el conocimiento era un fin en sí mismo, hoy se ha convertido dentro de internet en un instrumento o un bien para generar beneficios económicos. Es la utilización de datos para generar más datos con fines exclusivamente lucrativos, la mayor parte de las veces sin que el sujeto que pone su vida privada en manos de terceros siquiera lo sospeche. La Era de la Información se está transformando en la Era de la Información Personal y Comercial.

Si en la Edad Media las limitaciones en el acceso al conocimiento propiciaban que quienes tuvieran acceso a él ejercieran poder sobre una mayoría que permanecía ajena al mismo, hoy en la Edad Mediática Digital la masificación del acceso y generación de información se está convirtiendo en un nuevo mecanismo de control que si bien en principio tiene que ver con actividades comerciales, falta ver los alcances que está teniendo en términos políticos. Por otra parte, la aparente sobreabundancia de conocimiento medida en acumulación de datos puede estar proyectando un espejismo deslumbrante que nos impide discernir qué tanto de lo que absorbemos a diario cuando nos conectamos a internet es conocimiento real, útil y valioso para ampliar nuestros horizontes, y qué tanto es "basura informática" o reflejos de nosotros mismos.

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