Ahora que estamos embarcados, ya de lleno, en el proceso de sucesión presidencial, es importante reflexionar sobre las oportunidades y riesgos que enfrentamos como país. El contexto externo no es particularmente generoso: las negociaciones del TLC no han avanzado de manera tersa y las elecciones primarias para el congreso estadounidense que se avecinan seguramente reabrirán mucho del discurso anti-mexicano que ha caracterizado a la administración Trump desde su campaña. En el ámbito interno, no cesa la rijosidad, todo lo cual eleva el nivel de conflictividad para el momento en que los votantes decidirán quién habrá de gobernarnos.
En adición a lo anterior, enfrentamos riesgos reales que, por encima de las estrategias que lleguen a emplear los propios candidatos y sus partidos en materia de redes sociales y manipulación del electorado (todo ello legítimo y cada vez más normal en los procesos electorales), otros intereses -internos o externos- se aboquen a influir el proceso por razones ajenas a las que atañen directamente al electorado. Hoy en día es claro que hubo intervenciones externas en las elecciones británicas que decidieron el llamado Brexit, en las estadounidenses en que triunfó Trump y en las del referéndum catalán. No hay razón para suponer que nuestro caso será distinto: no hay que olvidar que México, como Berlín, Viena y otros lugares estratégicos en la era de la guerra fría, fueron protagonistas de las intrigas entre las potencias.
(más contenido)