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Profecías autocumplidas

Etiquetas y decretos de la interacción

Foto: Chutternsap/Unsplash

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JUAN EUSEBIO VALDEZ VILLALOBOS
La única verdad es la realidad — Aristóteles

Para modificar la realidad es necesario cambiar la idea de que somos personajes circunstanciales de la vida.

En la universidad, la materia de filosofía era impartida por un sujeto lleno de logros académicos. El profesor, con grado de doctor imponía respeto con su gran tamaño (rayaba casi los dos metros) y saber, sin embargo, no dejaban de ser evidentes las deficiencias en sus habilidades sociales y en sus estrategias para exponer una clase. Una mañana me voló la cabeza.

Nos daba, sin mirarnos a los ojos, definiciones sobre la realidad, hacía referencias a distintos filósofos y perspectivas científicas. Honestamente no entendía nada, no sabía cuál era el punto. De pronto dejó de mandar referencias. Se levantó del escritorio, en silencio se dirigió a la entrada del salón, miró hacia fuera y empezó a murmurar. Como si no existiera nadie ni nada más, sólo sus cavilaciones.

En un instante su cara cambió, la angustia invadió su lenguaje corporal. Luego, volteó a mirarnos con ojos pelones y preguntó: ¿Qué es la realidad? Los estudiantes, nerviosos y sin respuesta, sólo reímos. Después, volviendo su cara hacia el exterior, el doctor comenzó a lanzar cuestionamientos a su alumno imaginario: ¿Cómo sé que lo que está detrás de mí existe? ¿Cómo sé que existen las demás personas, si mis ojos no lo ven?

ETIQUETA

Desde esa acción el profesor fue llamado loco por algunos de mis compañeros. Pero, tenía un punto. Nuestros sentidos y percepción en muchas ocasiones nos limitan para poder ver completa nuestra realidad. Por dudas como la expuesta por el maestro existen la filosofía y la ciencia; he ahí el porqué de tantos genios en la historia de la humanidad que se han quebrado la cabeza en búsqueda de una explicación.

Sin caer en ideas filosóficas ni metodologías científicas. Al hablar de la realidad la abordamos desde nuestra perspectiva, lo que ya es limitar la percepción de la vida, enfrascarnos en una sola visión. Esto corta la posibilidad de modificar nuestro entorno, ya que no lo conocemos del todo. Ejemplos de lo anterior son las profecías auto cumplidas, las cuales se reflejan en los patrones conductuales. Algunos llaman a esto destino. Vamos a ello.

ATISBAR

Una profecía autocumplida es una predicción que, por la sola razón de haberse enunciado, convierte en realidad el suceso supuesto.

Supongamos que, antes de conocer a alguien, escuchas que a esa persona le gustas. Al momento de ser presentados, lo normal es actuar de forma amable debido a la primera premisa, esto ocasiona que la otra persona se comporte de forma amena, haciendo que la profecía se cumpla. Todo comenzó por una supuesta interacción de agrado.

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Foto: Rawpixel/Unsplash

Ahora traslademos esto a la crianza o la enseñanza. Cuando etiquetamos a nuestros hijos o alumnos con características negativas o positivas, como llamarlo “burro” por un sólo error cometido o presionarlo a “ser mejor” porque tuvo un desempeño óptimo anteriormente, esos etiquetas pasan a ser profecías, suenan a mandato y reducen las opciones. Nuestras próximas acciones ante el alumno o niño estarán sujetas a la premisa primordial. El destino está echado.

¿TODOS LOCOS?

Entre los años de 1968 y 1972, el psicólogo David Rosenhan llevó a cabo un experimento que constó de dos partes. En la primera tuvo ayuda de ocho pseudopacientes que simularon sufrir alucinaciones acústicas.

Los supuestos enfermos mentales fueran admitidos en 12 centros psiquiátricos de Estados Unidos. A algunos los diagnosticaron como esquizofrénicos. El peso de la etiqueta era tal, contó el investigador, que el personal se limitó a realizar sus actividades sin preguntar nada, eran determinados por la idea de que la persona frente a ellos estaba enferma y debía ser tratada como tal.

Uno de los internos, por ejemplo, se dedicó a documentar todo en su libreta sin siquiera ser cuestionado por enfermeros o médicos, estos asumían que se trataba de una conducta ocasionada por las mismas alucinaciones. Si tan solo hubieran roto la etiqueta podrían haber descubierto la investigación antes de ser expuestos a la opinión pública.

El ejercicio científico generó controversia en las comunidades de salud mental. De la polémica provino la segunda parte. Un hospital, con dudas sobre los resultados, solicitó que le enviaran otros participantes de modo que pudieran detectar a los pacientes falsos. Se elaboraron 193 dictámenes: 41 pacientes fueron calificados, al menos por un miembro del personal, como “muy probablemente simulado”, 23 fueron considerados, por mínimo un psiquiatra, como “sospechoso” y 19 llamaron a dudar a un médico y a otro miembro del personal. Rosenhan confesó que no había enviado a ningún infiltrado.

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Foto:Archivo Siglo Nuevo

En muchas ocasiones, la realidad es determinada por un suceso o una experiencia. Las etiquetas nos acechan y nuestra voluntad se postra ante ellas generando que la vida sea el mandato de un destino que, desde el momento en que lo aceptamos, se va creando con cada paso dado.

CONCLUSIÓN

El mundo está lleno de interacciones. Nuestra imagen, nuestras fantasías e incluso nuestras decisiones se ven influidas por el medio en el cual nos desarrollamos. Adoptamos las definiciones que se nos presentan incluso hasta el grado de repetirlas, haciendo que nuestras expectativas sean reduccionistas.

Situarnos en un lugar tan pequeño y estrecho limita nuestras opciones de ensayo y error. En él, eclipsamos nuestros propios recursos, no los desarrollamos. A final de cuentas consideramos que ya están echadas las cartas de un juego en el que ni siquiera sentimos que estamos participando.

Al voltear hacia atrás, es posible apreciar que aquel profesor tenía un punto: para modificar la realidad es necesario cambiar la idea de que somos personajes circunstanciales de la vida.

Es necesario ampliar la consciencia de nosotros mismos y del ambiente, identificar los modelos de interacción con el mundo externo e interno.

El cambio empieza cuando cuestionamos al destino y, a partir de la duda, buscamos ampliar el abanico de opciones que la vida nos ofrece.

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