En este escritorio trabajó mi abuelo.
En este escritorio trabajó mi padre.
En este escritorio trabajo ahora yo.
El mueble es recio, sólido. Tiene la belleza austera de los muebles antiguos. Es de madera de encino. En su cubierta se ven manchas de tinta que le quedaron de los tiempos en que aún se escribía con pluma. Ayer guardó en sus cajones papeles llenos de números. Hoy guarda papeles llenos de letras. Con el mismo celo conservó unos y otros. Es un custodio fiel, un leal cuidador de secretos. Si pudiera hablar no diría nada.
Yo amo a este escritorio por lo que fue y por lo que es. Quisiera ser como él. Tengo también manchas, pero no tengo su misma reciedumbre ni su fidelidad. Él es dueño de todas las firmezas; yo poseo todas las veleidades. Él es el silencio; yo la vocinglería. Me iré y él seguirá en su sitio. Estará cuando yo ya no esté.
Pongo mi mano sobre el escritorio y siento que la he puesto sobre el hombro de un amigo bueno.
¡Hasta mañana!...