La mañana era hermosa. Esplendía el sol, radiante, soplaba un vientecillo refrescante y el cielo azul sin nubes parecía el manto de la Virgen tendido sobre el mundo.
San Virila salió de su convento. Iba a la aldea a pedir el pan para sus pobres. En el camino se topó al rey Cleto con su cortejo real.
El monarca detuvo al frailecito y le ordenó:
-Haz un milagro para divertirme.
Respondió San Virila:
-Primero haz tú algo para divertirme yo.
Un gesto de ira apareció en el rostro del rey Cleto, y un murmullo de asombro y reprobación se oyó entre los cortesanos.
San Virila le dijo al soberano:
-Los milagros son algo milagroso. Sólo se han de pedir cuando en verdad se necesiten. Además yo no hago milagros: los hace la fe. Si un día llegas a tener fe tú también podrás hacer milagros.
Así dijo San Virila, y siguió su camino hacia la aldea a pedir el milagro del pan para sus pobres.
¡Hasta mañana!...