Llegó sin anunciarse y me dijo de buenas a primeras:
-Soy el número uno.
Eso no me sorprendió. A lo largo de la vida he conocido a muchos que se creen el número uno.
Le pregunté:
-¿En qué puedo servirlo?
Me dijo:
-Escriba en su columna que soy el número uno.
-Imposible -me negué-. Si digo eso otros mil números uno se enojarán conmigo.
El número uno se desconcertó:
-¿Tantos hay?
Le contesté:
-Sí. Están el 11, el 111, el 1111, el 11111, y así hasta el infinito.
Dijo entones el número uno:
-Muy bien. No escriba acerca de mí. Pero no les diga a los demás unos que yo soy el verdadero número uno. No quiero lastimarlos.
Así aprendí que todo aquel que se cree el número uno jamás dejará de creerse el número uno.
¡Hasta mañana!...