Me habría gustado conocer a doña Luisa Paz de Luna.
Tenía nombre poético, pero era mujer de genio que hablaba cuando debía hablar y callaba a su prójimo -o a su prójima- cuando debía callar.
En cierta ocasión un orador sagrado -así eran llamados los predicadores- manifestó en su sermón que todos los que estaban en la iglesia en ese momento se iban a ir al infierno por sus pecados, incluidos los niños, que pagarían con el tormento eterno las culpas de sus padres.
-Sí -dijo en voz alta doña Luisa-. Y al primero que vamos a ver ahí es a usted.
Y así diciendo se levantó y salió del templo.
Todos la siguieron, de modo que el orador sagrado se quedó predicando a las paredes.
Me habría gustado conocer a doña Luisa Paz de Luna.
Era toda una mujer.
La verdad es que todas las mujeres son toda una mujer.
¡Hasta mañana!...