Llegó sin avisar y me dijo de buenas a primeras:
-Soy el número uno.
Lo miré con atención y, la verdad, no tenía traza de ser el número uno. Parecía el dos, el cinco o el siete, pero no el uno. Le pregunté:
-¿En qué puedo servirle?
Respondió:
-Diga que soy el número uno.
-No puedo decir eso.
-¿Por qué?
-Porque hay otros números uno, y se molestarían si yo dijera que usted es el único número uno.
Me preguntó:
-¿Hay otros números uno?
-Claro que sí -le contesté-. Mire: 11, 111, 1111, 11111.
El número uno se alejó, mohíno, y ya no ha regresado.
Estoy feliz.
No me gustan los que se creen el número uno.
¡Hasta mañana!...