Ayer ardió todo el día en mi casa una lamparita. Es el modo como mi esposa y yo, igual que hicieron nuestros padres y nuestros abuelos, expresamos nuestra fe en alguien superior a nosotros que nos da su amor y cuida de que no nos falten la casa, el vestido y el sustento.
Habrá quien diga que eso es superstición o ingenuidad, pero a nadie hacemos daño al encender esa pequeña luz, y a nosotros nos da certeza en la incertidumbre. Una luz, aunque sea mínima y vacilante, es siempre mejor que la oscuridad.
Todos los días primero de mes hemos encendido esa lamparilla desde que nos casamos hace 55 años, y nunca nos han faltado el techo, la ropa ni el pan sobre la mesa.
Ayer acudimos otra vez a esa providencia misteriosa -a esa misteriosa Providencia- y le pedimos, igual que siempre, la casa, el vestido y el sustento. Y también salud, amor, alegría y... paciencia en este encerramiento.
¡Hasta mañana!...