En Pakistán, poderosos clérigos musulmanes forzaron al Gobierno a dejar abiertas las mezquitas durante el Ramadán. (EFE)
Cada año, durante el Ramadán, la mezquita Luz de Mahoma coloca largas mesas en la calle y sirve comida gratis al anochecer para que los pobres rompan su ayuno de la jornada. Es una obra benéfica de la que depende mucha gente en este distrito empobrecido en los límites de la capital egipcia.
Pero en esta era del coronavirus, resulta demasiado peligroso. En Egipto, como en muchos países, se han prohibido esas "Mesas del compasivo".
Como muchos en Egipto, la mezquita tiene que cerrar las puertas como precaución contra el virus, de modo que utilizará los fondos que habría dedicado a las grandes mesas comunales para distribuir comida y dinero a los necesitados.
"Esperamos que esto pueda aliviar su sufrimiento", dijo Sheikh Abdel-Rahman, almuédano de la mezquita en el distrito de Bahtim.
El Ramadán comienza esta semana con la luna nueva, y los musulmanes de todo el mundo intentarán mantener las atesoradas tradiciones del mes más sagrado del islam sin expandir más el brote de coronavirus.
La pieza central del Ramadán es el ayuno entre la salida y la puesta de sol, que pretende inspirar la contemplación de Dios. Pero junto con el sacrificio de no comer ni beber durante horas, el mes trae consigo un espíritu de comunidad. Familias y amigos se reúnen para grandes comidas al anochecer conocidas como iftar. En algunos países, cafeterías y eventos culturales se llenan de gente hasta bien entrada la noche. Los fieles van a la mezquita durante horas para las plegarias vespertinas, conocidas como tarawih. Muchos hacen obras benéficas.
Ahora, en medio de las medidas impuestas contra la pandemia, los musulmanes se ven privados de buena parte de lo que hace especial este mes. Muchos países han cerrado las mezquitas y prohibido el tarawih para impedir aglomeraciones. Líderes religiosos en lugares como Arabia Saudí han instado a la gente a rezar en casa.
Los gobiernos intentan equilibrar las restricciones con las tradiciones.
Líbano y Egipto, por ejemplo, han suavizado su toque de queda para que comience a las 20:00, entre una hora y 90 minutos después del atardecer. Eso da algo de margen para las reuniones del iftar, pero no mucho: la gente no puede ir demasiado lejos para comer con otras personas a menos que estén preparados para pasar allí la noche.
Otros países han prohibido los viajes internos largos, mientras que Siria redujo su veto para permitir los desplazamientos entre provincias.
En Malasia, Mohamad Fadhil dijo estar resignado a perderse el pico de trabajo del Ramadán en el bazar donde él y otros comerciantes venden comida para halcones y bebidas. Los bazares están clausurados.
Sin embargo, esperaba que las medidas de confinamiento se relajaran para poder llevar a casa a su hija de siete años. La niña se ha quedado atrapada en la casa de sus abuelos, a una hora de distancia, donde estaba cuando se impusieron las restricciones hace seis semanas.
"Confío en que podamos estar juntos como una familia durante el Ramadán", dijo.
En Indonesia, el país musulmán más poblado del mundo, el gobierno ha prohibido a millones de empleados del gobierno, incluidos soldados y policías, viajar a sus casas durante el Eid al-Fitr, el feriado que marca el final del Ramadán.
"El miedo al coronavirus nos ha impedido celebrar el Eid con mis padres", explicó Rachmad Mardiansyah, funcionario en Yakarta.
La ausencia de comidas benéficas perjudicará especialmente a la gente que está perdiendo su empleo durante las restricciones del coronavirus. Algunos trataban de llenar ese hueco.
En Cachemira, un territorio de mayoría musulmana disputado por India y Pakistán, voluntarios con mascarillas y guantes dejaban sacos de arroz, harina, lentejas y otros productos básicos para el Ramadán en los umbrales de personas necesitadas en la ciudad de Srinagar.
Intentaban hacerlo con discreción, para que ni siquiera sus vecinos supieran que estaban recibiendo ayuda.
"Tenemos que cuidar la autoestima de esta gente", dijo un voluntario, Sajjad Ahmed.
Taïb Socé, un famoso predicador islámico en Rfm, una emisora privada de radio en Dakar, la capital de Senegal, dijo que aunque el gobierno tome medidas, "los ricos también deben ayudar a los pobres".
Los donantes no pueden ayudar en todas partes cuando la necesidad crece tan deprisa.
En la Franja de Gaza, el grupo Salam Charitable suele recibir donaciones de Turquía, Malasia, Jordania y otros lugares para sus programas de ayuda por el Ramadán. El año pasado pudo distribuir 11.000 paquetes con comida y ropa para niños. Las organizaciones benéficas son cruciales en Gaza, que lleva 13 años bajo un bloqueo de Israel y Egipto que ha dejado a más de la mitad de la población de 2 millones de personas viviendo bajo el umbral de la pobreza.
ESTE AÑO, LA AYUDA NO LLEGA
"En esta época el año pasado, ya teníamos tres contratos para dar paquetes de comida a los pobres. Este año no tenemos ninguno", dijo Omar Saad, vocero de la organización. "Creo que perdimos la oportunidad, porque el Ramadán comienza pronto".
En Pakistán, poderosos clérigos musulmanes forzaron al gobierno a dejar abiertas las mezquitas durante el Ramadán. El mulá Abdul Aziz de la Mezquita Roja en la capital, Islamabad, ordenó a los fieles que acudieran en masa a las plegarias. El pasado viernes, los asistentes estaban hombro con hombro.
Aun así, las llamadas de los influyentes clérigos saudíes también han tenido efecto.
"Vemos por televisión lo que dicen los grandes imanes", dijo Zaheer Abbas, residente en Islamabad y que ha estado rezando en casa. "Rezar es rezar. Dios no está sólo en la mezquita".
En Somalia, donde la gente lamentaba la pérdida del sentimiento de comunidad en el mes feriado, el vecino de Mogadiscio Osman Yusuf intentó buscar algo de optimismo. Las restricciones, señaló, "mantienen más cerca a tus seres queridos para encontrar consuelo", dijo.
No todas las tradiciones del Ramadán derivan de la religión. Egipto es conocida por las comedias y series dramáticas que lanza para este mes, emitidas entre el iftar y la comida previa al amanecer. Esta año se está produciendo una nueva remesa, pese a las restricciones.
Los iraquíes tienen que renunciar a una tradición particular: los torneos de un juego llamado "mheibes". Equipos de hasta docenas de personas se colocan en línea, y un miembro esconde un anillo en su mano. Un miembro del equipo rival debe adivinar quién lo tiene, normalmente caminando de un lado a otro frente a la línea mientras trata de identificar tics faciales y otras pistas. El largo torneo se ve acompañado de dulces, té y cánticos.
Las autoridades sanitarias apelaron a Jassim al-Aswad, veterano campeón de mheibes y organizador del torneo, para que lo suspendiera por el bien de la seguridad pública, al tiempo que elogiaban sus "habilidades sobrenaturales y poderes de discernimiento sin igual".
Al-Aswad, de 65 años, aceptó a regañadientes.