Tras meses de ausencia, el presidente ruso Vladímir Putin reapareció en actos públicos el 12 de junio pasado para encabezar las celebraciones del Día de Rusia, aniversario de la fundación de la Federación Rusa que cumple 30 años como estado. La fecha resulta confusa en el imaginario ruso ya que se trata de una especie de "día de independencia", pero también de un recordatorio del colapso de la Unión Soviética, evento que Putin ha calificado como "la peor catástrofe geopolítica del siglo XX". No obstante, el mandatario aprovechó la fecha para ponderar la unidad del extenso territorio que conforma la Federación, la inviolabilidad de sus fronteras, la pervivencia de la patria en "la familia, el hogar materno y la tierra" y la perseverancia y resistencia del pueblo ruso ante las dificultades, en alusión a la actual crisis sanitaria y económica provocada por la pandemia de COVID-19. Putin también habló de las reformas constitucionales, las más importantes en décadas, que contemplan la posibilidad de reelegirse en el cargo por dos sexenios más y que serán sometidas a consulta el próximo 1 de julio, una semana después de que se lleve el famoso y aparatoso desfile del Día de la Victoria, con el que se celebra el triunfo soviético sobre los nazis en 1945, desfile que fue movido de su fecha original, 9 de mayo, por la propagación del coronavirus. Son días agitados en Rusia, una vieja potencia que reclama cada vez con mayor insistencia un papel protagónico en el concierto internacional, y que ha desplegado para ello una estrategia geopolítica que la ha llevado a alinear intereses con China, pero que la ha distanciado políticamente de la Unión Europea.
Más allá de la propaganda, el panorama es por demás complicado. Existen serias dudas dentro y fuera del país respecto a la eficiencia y solvencia del Gobierno por la gestión de la pandemia de COVID-19 en su territorio. Rusia es el tercer país con más casos confirmados en todo el mundo -más de medio millón- y una cifra oficial de muertes que, a decir de los expertos, está muy por debajo de la realidad. La parálisis económica obligada por la pandemia se presenta cuando Rusia apenas está recuperándose del golpe de las sanciones aplicadas por Estados Unidos y la UE tras la anexión rusa de Crimea y su intervención en Ucrania. La caída de los precios del petróleo debido a la debacle de la demanda mundial es un golpe mayor para una economía que aún depende en buena medida de la producción y exportación de hidrocarburos. Y estas limitaciones se dan mientras Putin mantiene un despliegue directo o indirecto de fuerzas armadas para apoyar a los bandos de su conveniencia en guerras civiles como las de Siria o Libia. En lo político, las reformas constitucionales planteadas por el presidente ruso, con las que podría prácticamente asumir un control vitalicio del Estado, han reavivado las voces críticas dentro y fuera del país respecto al carácter autoritario y antidemócrata de su Gobierno. No hay que perder de vista que dos terceras partes de los 30 años de la Federación Rusa como estado soberano han sido dominadas por Putin, quien con el actual acumula cuatro mandatos presidenciales -dos de cuatro y dos de seis- y uno como primer ministro. En lo social, Rusia se enfrenta a un estancamiento del nivel de vida, al envejecimiento de la población y a un raquítico crecimiento demográfico.
En materia de política exterior, el contexto no es menos complicado. La tibieza del presidente de EUA, Donald Trump, para con Rusia no ha significado hasta ahora la suspensión de las sanciones, y la creciente oposición al inquilino de la Casa Blanca no augura que esta medida pueda avanzar. Además, Moscú ha ido fortaleciendo sus líneas de afinidad con Pekín, que ha incrementado su distanciamiento con Washington al grado de abrir un escenario de franca hostilidad derivado de la crisis del coronavirus, la competencia comercial y tecnológica, la presencia de fuerzas estadounidenses en el Mar de China meridional y el endurecimiento de la política de control de China en Hong Kong. Con los integrantes de la UE, Rusia mantiene una relación ambivalente de socio necesario pero sospechoso. Y es que la creciente actividad rusa en el ciberespacio, con sabotajes masivos y propagación de noticias falsas, genera en Bruselas una enorme desconfianza, a la par de que existe la consciencia de que por cuestiones de seguridad y suministro de energía se deben construir acuerdos con Moscú. Por si fuera poco, con Putin Rusia ha regresado al gran juego geopolítico por el control de Asia Central y Oriente Medio, con una construcción de relaciones y sociedades que va desde Turquía -integrante de la OTAN- hasta India, pasando por Irán y Siria. Mientras tanto, el poder del Kremlin vuelve a despertar recelos en Occidente por sus actividades ilegales encubiertas (asesinatos, sabotajes, etc.) comprobadas o no, pero que sirven para incrementar lo mismo la intriga que el temor hacia Vladímir Putin.
Para Occidente, Rusia es incomprensible en muchos sentidos. Y esto tiene que ver con sus particularidades históricas y geográficas. Se trata de un estado que se extiende por dos continentes y que no es ni europeo ni asiático. La inmensidad de su territorio y la diversidad nacional y cultural de su población hicieron muy pronto necesaria la presencia de una figura autocrática -la del zar, que en ruso quiere decir César- que aglutinara en sí misma la unidad de un estado de dimensiones descomunales. El expansionismo ruso nació a partir de una estrategia de supervivencia y estabilidad del autócrata para dotar a las élites oligárquicas de tierras y recursos, y esa compulsión imperialista territorial se mantuvo vigente en la concepción del "espacio vital" durante la URSS; hoy ha regresado con Putin, quien mira con nostalgia al pasado soviético y la memoria zarista. Rusia se asoma hoy al mundo como un estado que parece incapacitado para ejercer la democracia liberal y para resignarse a un papel secundario en el orbe actual. Ciertamente las capacidades económicas, políticas y demográficas de la Rusia de Putin no son las de la URSS, sin embargo, ese inmenso país ha vuelto a tener un peso específico en el concierto internacional, a lo que hay que agregar que se trata de un gigante militar que, según algunos especialistas, cuenta ya con el mayor y más sofisticado arsenal nuclear en el mundo. Este solo hecho debería servir como aliciente para mantener a Rusia cerca de todas las líneas posibles de negociación y entendimiento, a la par de una exigencia diplomática del cumplimiento de ciertas responsabilidades para con la comunidad internacional.
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