En ocasiones, el cuerpo reacciona de manera anormal al consumir algunos productos, pero no siempre es por la misma razón.
En las últimas décadas aumentó el diagnóstico de las reacciones adversas a alimentos, asociadas a los cambios en el estilo de vida y al mayor conocimiento sobre éstas que facilita su detección.
Una reacción adversa a alimentos es cualquier respuesta clínicamente anormal que puede atribuirse a la ingestión, contacto o inhalación de un alimento, de sus derivados o de uno de sus aditivos. Tienen una gran repercusión tanto clínica como social y perjudican la calidad de vida de los pacientes.
Existen principalmente dos tipos de reacciones adversas: las alergias y las intolerancias. Es fundamental aprender a diferenciarlas para tomar decisiones adecuadas frente a éstas y evitar riesgos.
LAS ALERGIAS ALIMENTARIAS
Suelen tener un componente inmunitario generalmente asociado a la Inmunoglobulina E (IgE). Los alimentos que producen alergias más comúnmente, cambian según el grupo etario, esto puede explicarse por los mecanismos de regulación y tolerancia inmunitaria asociados al desarrollo y maduración del organismo. Las alergias al huevo y a la leche son las más frecuentes en menores de 5 años y pasada esta edad, suelen resolverse favorablemente. La alergia más común en los mayores de cinco años, es a algunas frutas frescas.
Sus manifestaciones clínicas dependerán del grado de activación inmunitaria que origine el alérgeno y pueden desarrollarse junto a síntomas de daño local (digestivos) o sistémicos (cutáneos, respiratorios, cardiovasculares).
La aparición de manifestaciones no es ‘dosis dependiente’, es decir, la mínima ingesta o contacto con una sustancia a la que se es alérgico podría desencadenar un cuadro fatal en un individuo (angioedema, shock, paro cardiorrespiratorio, etc.), condición conocida como anafilaxia.
LAS INTOLERANCIAS ALIMENTARIAS
Pueden deberse a un mecanismo farmacológico, metabólico o mixto, sin participación del sistema inmunitario. Las manifestaciones clínicas, en este caso, si suelen ser ‘dosis dependientes’. Esto significa que los síntomas que se presentan y su severidad, dependen de la cantidad de alimento o alérgeno con el que entremos en contacto.
Por ejemplo, una persona con intolerancia a la lactosa puede no presentar síntomas tras la ingesta de 50 g de queso madurado, como un manchego que tiene escasa cantidad de lactosa, pero si presentar un gran cuadro de flatulencias y dolor abdominal con la ingesta de 200 ml de leche.
El tipo de manifestación clínica está asociado al mecanismo causal de la intolerancia y pueden presentarse síntomas como inflamación, flatulencia, dolor abdominal y diarrea; como es el caso de la intolerancia a la lactosa, o dolores de cabeza, sofocos junto con cólico intestinal en la intolerancia a la histamina.
El tratamiento principal para ambos tipos de reacciones adversas a alimentos consiste en evitar el alimento que causa la reacción. En las alergias es fundamental hacerlo para evitar riesgos severos a la salud.
Por su parte, en el caso de las intolerancias, debido a que son ‘dosis dependientes’ y con variaciones individuales, es importante hacer una valoración junto con un profesional de la salud especializado, de la cantidad y tipo de alimento que pudiera llegar a ser tolerado.