Las Carmelitas Descalzas de Gómez Palacio son conocidas como las madres que hacen hostias o venden unas ricas galletas, pocos saben que son consagradas de clausura dedicadas a la oración contemplativa. (DANIELA CERVANTES)
En los primeros meses del 2020 la vida de la sociedad cambió radicalmente: fuimos llamados al encierro a consecuencia de un virus contagioso que puso de cabeza al mundo entero. Pero...pocos saben que antes de la pandemia ya existían personas que asumían su vida desde un aislamiento perpetuo. En su caso, el llamado a la reclusión no lo propagó una emergencia sanitaria, sino un decreto personal. A nosotros nos aisló el COVID-19. A ellas, un mensaje directo de Dios.
Activo el timbre del Monasterio de Nuestra Señora del Sagrado Corazón y San José en Gómez Palacio a medio día, una hora considerada como tiempo del Ángelus. - “¿Eres Daniela?”, emerge una voz del interfón. La puerta de madera se abre para darme acceso al lugar habitado por nueve monjas de clausura, mujeres que en determinado tiempo de su vida renunciaron a todo para recluirse en un mundo consagrado.
Luz Elena Teresa del Santísimo Redentor me recibe en la entrada. Es amable y cálida. Ella será la comisionada de dirigirme a la experiencia de convivir unos días con las llamadas Carmelitas Descalzas, una orden religiosa católica que encuentra sus raíces en el siglo XVI en España.
La página web de la Federación San José de Guadalupe indica que en México se ubican 38 monasterios de Carmelitas Descalzas. Aquí se incluye al de Gómez Palacio (el único en La Laguna), en el que, como ya se mencionó, residen sólo nueve religiosas dedicadas a orar veinticuatro horas al día, siete días de la semana.
“Nuestra vida es estar en comunicación continua con el Señor”, explica la Madre Luz. Hasta el momento, ella es la última hermana que entró al monasterio. Tenía 30 años cuando sintió el llamado. Ahora tiene 42. Es decir, desde hace 12 años el convento de Gómez Palacio no registra ningún ingreso nuevo, un dato que se traduce en una crisis de vocación. Actualmente dos chicas, una de 27 años y otra de 15 están en el proceso de discernimiento. La Madre Luz las acompaña en esta etapa en la que, reafirmarán o declinarán por este tipo de vida.
“Una de ellas va cumplir un año, el proceso de discernimiento lo viven afuera. Vienen una o dos veces por mes. Vemos un tema, les pongo tarea, y es pura tarea personal. Pueden tener la experiencia de vivir mínimo tres meses con nosotros, después de eso se pone una fecha y entran como aspirantes o como postulantes”.
Pero… ¿Qué pasa si alguien ya adentro del monasterio decide declinar? Nada. Santa Teresa de Jesús, fundadora de la orden en España, lo expresó fielmente: “bienaventurada la monja que descubra que aquí no es su lugar”.
Muchas desisten, la Madre Luz no. “No hay otro lugar en el que yo quiera estar”. Por eso ya porta velo negro, el símbolo definitivo de su compromiso con Dios.
Una vez escuchó decir a un sacerdote que presidía la eucaristía en la capilla del monasterio, que le gustaba mucho visitar a las hermanas Carmelitas porque ahí se podía respirar a Dios. “Me daba curiosidad. Me preguntaba: ‘¿a qué olerá Dios?’”. Ahora, sus pulmones se alimentan de esa fragancia a diario. No llevo ni una hora en el convento, pero sí, el aire se percibe distinto. Por tres días seré parte de la comunidad y ese será mi oxígeno.
DOS MUNDOS
Una reja negra es visible en algunas partes del monasterio. Es una frontera. De este lado andamos las almas mundanas. Del otro lado están ellas, las Carmelas, las que en silencio -proclaman los creyentes- edifican las bases sólidas de la iglesia por medio de su poderosa oración.
Bien lo explica el prólogo del libro Los cinco minutos de Santa Teresita (carmelita descalza francesa declarada santa y doctora de la Iglesia) al referirse a las carmelitas de todo planeta que a diario salen de sus celdas (dormitorios) para abrazar al mundo con sus plegarias. Se lee: “Son gestos silenciosos y exteriormente insignificantes, rutinarios, escondidos. Y sin embargo, la Iglesia nunca hubiera surcado los mares, ni hubiera traspasado todas las fronteras para compartir su fe en Jesucristo, sin la fuerza de la oración de estas mujeres”.
Lo ignoramos, pero mientras dormimos, o realizamos las actividades que nos dicta el día, las Carmelitas Descalzas oran por nosotros. “Hay personas que no nos conocen, que no saben qué hacemos, pero igual… aunque tampoco las conocemos, sabemos que hay necesidades en el mundo, y por medio de la oración se las presentamos al Señor”, explica la Madre Luz desde el lugar que ocupan para orar en comunidad. El espacio se ubica del otro lado de la reja, la expresión física que indica que sólo ellas, el Papa, el Obispo y el Presidente de la República pueden cruzar. La priora Estela del Espíritu Santo autorizó mi acceso a ciertas áreas de la clausura, por eso tengo un lugar para ser parte de la oración de la una y media de la tarde: la sexta del libro Liturgia de las horas tomo IV.
La grabadora Olympus registra la sonoridad de las campanas que activa la tañedora, es el anuncio que llama a las hermanas a capilla. Las seis bancas comunitarias comienzan a ser ocupadas por el resto de las consagradas. Pauso la grabación y asesorada por la Madre Luz, quien me presta un libro con indicaciones escritas en post-it, formo parte de la oración, primero de la liturgia y luego de la personal, que se realiza en un silencio total.
REPASO EN LA HORA DE COMIDA
Concluimos la oración y damos gracias a Dios. La Madre Luz me informa que debido al claustro no podré comer con ellas. Amable me lleva al sitio que ocuparé los días que viviré en el monasterio. Agradezco las atenciones.
Separada del grupo de monjas, utilizo el tiempo de comida para hacer un repaso del primer acercamiento a la comunidad. Mientras devoro unos chiles rellenos, espaguetis y calabazas con sazón carmeliano, hago apuntes de la plática introductoria de la Madre Luz.
Escribo: de una manera simple, se puede explicar que la vida de estas nueve mujeres se resume a una rutina muy bien definida: eucaristía, rezo de la liturgia, oración personal, trabajo, estudio y recreación. Su actitud es contemplativa, tanto en la oración como en la vida. Su comunicación con Dios es constante. Las reglas de esta orden son la obediencia, la pobreza personal, la castidad y la clausura.
Sobre la fundación del convento, registro: proviene del monasterio de Aguascalientes, lugar de donde salieron, en 1949, las hermanas Teresa González Bolaños (fundadora), María Magdalena Vargas Velásquez, María Guadalupe de Cristo Rey Espino y María Gemma del Niño Jesús Vargas Becerra, junto con las jóvenes, Elvira Chairez, María del Refugio Martín, Julia Medina y Benita Alcalá, ellas iniciaron su vida consagrada en Gómez Palacio con el nombre religioso de: María Antonia del Niño Jesús, María Encarnación de Divino Verbo, Ana María de San Bartolomé y María del Santísimo de Santa Teresa.
Dato importante: la última hermana mencionada, aún forma parte de la comunidad, tiene 93 años de edad y lleva 71 en el monasterio. Su fe, fue de los primeros fuegos que encendieron el espíritu de las carmelitas de Gómez Palacio, y aunque los años se le imponen, su llama permanece encendida. Un calor que, percibo, reconforta el estar de sus otras ocho hermanas.
Más datos: la señora Ana Pimentel de Torres fue la donante del terreno que se ubica sobre la avenida Aldama en el centro de Gómez Palacio. La erección canónica, es decir, el proceso de construcción y fundación del recinto religioso tuvo lugar el 18 de julio de 1950. En 1997 se realizó una remodelación.
En todos los monasterios del mundo tienen un límite: sólo 21 monjas pueden formar parte de la comunidad. En algún tiempo, el lugar en el que me encuentro sí llegó a alcanzar esa cifra, luego, experimentó una carencia de religiosas. La ayuda tuvo que ser solicitada. Hermanas de otros estados arribaron a La Laguna y el Monasterio de Nuestra Señora del Sagrado Corazón y San José fue recuperando su fuerza.
Curiosidad: las Carmelitas Descalzas de Gómez Palacio son conocidas como las madres que hacen las hostias o venden unas suculentas galletas. Y sí, el comercio de estos y demás productos religiosos es la vía con la que se mantienen económicamente, aparte de la ayuda de los benefactores. Pero pocos conocen el verdadero trabajo de estas mujeres de hábito. Sus briosas jornadas de oración son desconocidas por la mayor parte de la población lagunera. Son minoría los que saben que detrás de los muros de ladrillo habitan nueve mujeres que no salen, que encuentran plenitud en el encierro y que eligieron la oración como profesión. ¿Cómo explicarlo? Subrayo la cuestión en rojo.
Hago sobremesa en solitario. Pienso en lo que mencionó la Madre Luz sobre la soledad. Dijo que es el estado idóneo para conectar con nuestro Yo interno. Ellas, la mayor parte del día están solas, orando. “Ahí es cuando se logra una comunicación más íntima con Dios y con uno mismo”, resuena esa frase en mi cabeza. Luego, recuerdo que el poeta español Federico García Lorca escribió algo similar: “la soledad es la gran talladora del espíritu”. Y de pronto yo ya estoy tallando, pero los trastes. Nadie me acompaña. El silencio que me rodea es avasallante.
MOMENTO DE RECREACIÓN
Después de comida me encontraré con las madres en el locutorio. Se trata del espacio donde reciben visitas. Estamos en tiempo de recreación, y aunque ellas comúnmente lo pasan en el comedor, en esta ocasión realizan un cambio de sede para que yo pueda ser parte.
Abro la puerta y me encuentro con siete hermanas sentadas en sillas formando una luna menguante. La reja negra nos divide, pero no impide que nos conozcamos. Primero, les agradezco que permitieran a una extraña entrar a su comunidad. Conocen de mi intención de contar su historia, por eso de pronto me entero que les gusta el futbol y que le van al Santos, también manifiestan que ven los juegos de la Selección Mexicana. Las Olimpiadas las emocionan. Los gustos musicales varían: unas optan por Rafael, a otras les gusta Leo Dan, y a algunas más Piporro. La madre superiora se asume fan de los Ángeles Azules. Cuando pueden, dicen, ven la tele. Algunas sí usan celular.
Pienso que, tal vez, me entregan estos datos porque intentan borrar un poco la falsa imagen que se tiene de ellas en el exterior. “Creen que nos aburrimos mucho, he escuchado que se preguntan: ‘habiendo tantas cosas que hacer, ¿Por qué están encerradas?’”, comparte la madre superiora. Pero...sólo ellas saben por qué, y al primer acercamiento lo tengo claro: no necesitan que las entendamos. Estoy frente a siete consagradas que proclaman con euforia que fueron flechadas por el amor de Dios. Se asumen como “esposas del Señor”, y su semblante no es de quien vive en un compromiso infeliz, sino todo lo contrario.
En el locutorio, durante el tiempo que estaré en el monasterio, tendré la oportunidad de conocer más a fondo la historia personal de tres Carmelitas Descalzas laguneras. Asimismo compartiré tiempo de juego, de trabajo y entablaré charlas profundas con la Madre Luz como parte de mis horas de estudio. Aunque me ubicaré del otro lado, por momentos, me sentiré parte de su mundo.
HISTORIAS DEL CLAUSTRO: ENCONTRAR LIBERTAD EN EL ENCIERRO
Al preguntarle cuál sería su principal miedo, sin titubeos responde que salir. Y es que Blanca Estela de la Agonía de Cristo encontró, aunque suene a metáfora, más libertad en el encierro. El próximo abril cumplirá 15 años como Carmelita.
Relata que sin referentes religiosos de su familia, cuando era niña, sintió atracción por un grupo de consagradas que visitaban su colonia. “En mi casa nunca se vivió eso, era católica pero de compromiso, te bautizaban porque decían que así se te quitaban los cuernos”.
Al ser tan pequeña se cuestionaba por qué le atraía una forma de vida que su familia simplemente no practicaba. Aun así se vinculó a actividades de la iglesia. Su parroquia era atendida por franciscanos, que al conocerla, pronto la empezaron a llamar carmelita. Ella se negaba.
El llamado ocurrió cuando uno de sus amigos frailes se ordenó. Blanca tenía 12 años de edad y acudió, a escondidas de sus papás, a la ceremonia en la que observó cómo el hombre se postró como símbolo de humildad y muerte al mundo para renacer en Cristo. “Mi corazón latía a mil por hora, decía ‘¿qué es esto que me está pasando? Yo nunca había sentido eso’”. Para Blanca fue Dios llamándola. Le comunicó su sentir al sacerdote, “me dijo que estaba muy chiquita para decidir. Pero que si eso persistía, ya sabía dónde encontrarlo”.
El sentimiento perduró. Cuando cumplió 20 años, Blanca fue desterrada de su casa. Sus padres no estuvieron de acuerdo con el anhelo de vida consagrada que pretendía. Tuvo que buscar asilo con los franciscanos. Luego, se entregó sola al Monasterio de Carmelitas descalzas de Tlacopac México. Dice que, desde entonces, ha regresado contadas cuatro veces a su matriz.
A La Laguna llegó hace cuatro años. Ella misma solicitó su traslado, la razón fue que ya no se encontraba cómoda en el otro monasterio. “Me sentía un poco incómoda. Somos humanos y las relaciones a veces no se dan, y hay esta opción, es decir, yo amo mi vocación, pero ya no podía estar ahí. Pedí mi traslado”.
Le pregunto si alguna vez ha dudado de la decisión de ser carmelita. El “no” es rotundo. “Llegué y fue como si me hubiera encontrado la perla del evangelio”. Su más grande sueño es morir sirviendo a sus hermanas. “Cuando muera no iré a la muerte, sino a la vida”…
DE CORAZÓN DE PIEDRA, A CORAZÓN DE CARNE
Es sábado, mi horario impreso indica que a las cuatro de la tarde tengo programada una entrevista. Me apresuro al locutorio. Ahí, ya está la hermana Isabel de la Santísima Trinidad, coloca una silla frente a la mía, en medio de nosotros está la reja y una mesa de mármol. Literalmente, la consagrada se confesará en cuanto yo active el REC.
Antes de ser religiosa, se asumía en el mundo como María de Jesús Graciano Lamas y se dedicaba al sector de la belleza. Estudió cosmetología y su sueño era liderar un salón. En eso anduvo, pero siempre se sintió incompleta. Y es que sus pensamientos se vinculaban más al cielo. Ahí, sin querer, buscaba a Dios, y siempre esperaba que un ángel le respondiera.
La vida religiosa comenzó a llamarla. Conoció a las Carmelitas de Jerez en Guadalajara y sintió que ese era su hábitat. Curiosamente, una hermana de sangre también optó por una vida consagrada. A su familiar, dice, su papá sí la entregó al monasterio, a ella no.
Profesó a los 27 años, a Gómez Palacio llegó cuando tenía 36. Próximamente cumplirá 60. “Cuando llegué a la oración, descubrí la paz”. Dice que “con determinada, determinación” llegó al carmelo para quedarse.
La hermana Isabel está contenta porque manifiesta vivir una vida que Dios eligió para ella. Aunque comparte que si no hubiera sido así, le hubiera gustado ser aeromoza, un oficio, que, de igual forma, se relaciona con el cielo.
María de Jesús transmutó al alma de Isabel. La consagrada relaciona su transformación a la cita del profeta Ezequiel 11:19 que dice: "Yo les daré un solo corazón y pondré un espíritu nuevo dentro de ellos. Y quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne”. En el suyo, no queda duda, bombea ferviente la sangre del carmelo.
UN APOYO QUE SE ENRAIZÓ AL MONASTERIO
En mayo de 2001, el monasterio de Gómez Palacio se vio obligado a solicitar, de otras comunidades, el préstamo de algunas religiosas debido a que en La Laguna se sufría una carencia de Carmelitas.
Aún no sabe cómo lo decidió, pero Gemma del Espíritu Santo, fue una de las hermanas que arribó con los refuerzos. Su idea nunca fue irse de su tierra, era plena en el Monasterio de Nuestra Señora de La Soledad y San José, en Puebla. Como dato, se trata del segundo convento de Carmelitas que se fundó en México, el primero, el Convento de San José y de Santa Teresa, se edificó en 1604, y se ubica también en Puebla.
Aunque su presencia en el monasterio de Gómez Palacio, se pactó, sería sólo por cinco años, la madre Gemma decidió quedarse. “Yo siempre digo que fue el Señor el que me trajo”. De eso ya pasaron 20 años.
La hermana poblana es bajita y risueña, es la segunda de nueve hermanos. De esa camada, ella y otra mujer, decantaron por la vida consagrada. Su hermana decidió ser Apostólica, que a diferencia de su carisma, ella sí podría retornar al nido.
“Para mi papá fue muy difícil que yo eligiera la vida de claustro, de vida contemplativa. A mi hermana siempre la apoyaron porque era Apostólica, ella sí iba a poder ir a la casa […] mis papás siempre dijeron: ‘no estamos de acuerdo, pero te apoyamos’”. Pero ni ante la nula aprobación de los seres que le dieron la vida, Gemma claudicó, es recia al decir: “Si vuelvo a nacer, vuelvo a ser carmelita”.
Relata que el famoso llamado lo sintió cuando, siendo visita, pasó por primera vez el umbral del monasterio en Puebla, “abrieron una puerta y dije: ‘esto es lo que yo quiero. Mi lugar es aquí’”. Y ahí, en el carisma del carmelo, es donde Gemma perdura.
Pronuncia que todos los seres humanos tenemos sed del infinito y que sin saberlo caminamos los días en búsqueda de Dios. Ella ya sació esa necesidad. Desde hace cuatro décadas expresa vivir el amor puro. Entre los muros del monasterio Gemma se reconoce, se ama. Sonríe porque está convencida de que el Señor camina a su lado. Se describe como una mujer plena.
Sólo hay una cosa que intranquiliza a la diminuta Carmelita, y tiene que ver con la crisis de vocación que su población padece. “Me preocupa un poco qué será de nosotras sino entran vocaciones. Pero pronto me tranquilizo porque recuerdo lo que un sacerdote me decía, ‘tú no te preocupes, el changarro es de Dios y él siempre sabrá que hacer”.
VENID Y LO VEREÍS
Un pasaje evangélico de san Juan describe el momento cuando Jesús pregunta a dos discípulos del Bautista: “¿Qué buscáis?” Y ellos responden: “Maestro, ¿dónde vives?”; a lo que Jesús responde: “Venid y lo veréis”.
El primer día que llegué la Madre Luz me cuestionó durante el tiempo de estudio: “¿Qué anda buscando Dani?” No respondí. Pero me quedé a conocer su mundo.
Es domingo. Lo último que marca mi horario son las vísperas de las 6:30. En capilla, mi asesora espiritual me informa que al final realizaremos una adoración eucarística. El Santísimo Sacramento será expuesto. Dice la Madre Luz que se trata de un momento muy cercano con el de arriba. “Has de cuenta que estás viendo a Dios a los ojos”.
Después de la oración vespertina, llega la hora en la que, me expresa la Madre Luz, podré tener (si así me lo propongo) una conexión íntima y directa con el Señor.
En silencio, la hermana Gemma extrae al Santísmo del Sagrario y lo coloca en el Altar de la capilla. Las luces se apagan y una melodía religiosa se acopla en el ambiente sonoro. Nadie habla. Desde nuestra posición, las presentes fijamos profundamente la mirada sobre el símbolo que representa la sustancia de Cristo.
En ese instante, siete monjas y yo entramos en un trance de armonía absoluta. Ellas son las residentes. Yo, sólo la visita que hace dos días tocó a su puerta en busca de respuestas…
Las hermanas laguneras en claustro:
- Estela del Espíritu Santo (Madre superiora)
- María del Santísimo de Santa Teresa
- María de la Luz de San Juan de la Cruz
- María Teresa de Jesús
- Gemma del Espíritu Santo
- Isabel de la Santísima Trinidad
- Claudia de Sor Isabel de la Trinidad
- Blanca Estela de la Agonía de Cristo
- Luz Elena Teresa del Santísimo Redentor