En la primera ola de muertes, los negros eran más susceptibles. (ARCHIVO)
Jerry Ramos pasó sus últimos días en un hospital de California conectado a una máquina de oxígeno con coágulos de sangre en sus pulmones causados por el COVID-19 y recordando a su hija de 3 años.
"Tengo que estar aquí para ver crecer a mi princesa", escribió en Facebook el mexicoestadounidense empleado de un restaurante. "Mi corazón se siente hecho pedazos".
Ramos no vivió para verlo. Murió el 15 de febrero a los 32 años, convirtiéndose no sólo en uno de los casi 600,000 estadounidenses que han fallecido durante el brote de coronavirus, sino en otro ejemplo del impacto desigual y cambiante del brote en los grupos étnicos y raciales del país.
La cercana marca de los 600,000 fallecidos, según la Universidad Johns Hopkins es mayor a la población de Baltimore o Milwaukee. Equivale aproximadamente a la misma cantidad de estadounidenses que murieron de cáncer en 2019. Y, por mala que sea, la cantidad real es probablemente mucho mayor.
Rumbo al próximo número redondo, el virus ha demostrado su habilidad para explotar las desigualdades en Estados Unidos, según un análisis de Associated Press.
En la primera ola de muertes, en abril de 2020, las personas de raza negra eran mucho más susceptibles a morir comparado con otros grupos étnicos o raciales, cuando el virus devastaba las zonas urbanas del noreste y ciudades con altas poblaciones de afroestadounidenses como Detroit y Nueva Orleans.
El verano pasado, durante una segunda ola, los hispanos fueron los más afectados con una cantidad superior de muertes en Texas y Florida. Para el invierno, durante la tercera y más letal etapa, el virus se había propagado por toda la nación, y las diferencias raciales en las tasas de mortalidad semanales se habían reducido tanto que los blancos fueron los más afectados, seguidos de cerca por hispanos.
Ahora, conforme decae el brote y más personas se vacunan, parece que vuelve a surgir la diferencia racial al morir mayores cantidades de afroestadounidenses que otros grupos.
En general, los estadounidenses negros e hispanos tienen menos acceso a atención médica y su salud es peor, con mayores tasas de padecimientos como diabetes e hipertensión. También es más probable que tengan trabajos considerados como esenciales, menos posibilidad de trabajar desde casa y más probabilidad de vivir en viviendas atestadas con miembros de diversas generaciones, algunos de los cuales podrían trabajar y exponer a otros al virus.