Nombrado cronista de Torreón desde julio de 2017, la memoria de Jesús Sotomayor dibuja una infancia siempre cobijada por la historia. La inquietud surgida a partir de conocer la existencia de las culturas precolombinas en México y Sudamérica, fueron preámbulo para una señal más fuerte al llegar el segundo nivel de secundaria, en la escuela Venustiano Carranza que se ubicaba frente al bosque.
Nombrado cronista de Torreón desde julio de 2017, la memoria de Jesús Sotomayor dibuja una infancia siempre cobijada por la historia. La inquietud surgida a partir de conocer la existencia de las culturas precolombinas en México y Sudamérica, fueron preámbulo para una señal más fuerte al llegar el segundo nivel de secundaria, en la escuela Venustiano Carranza que se ubicaba frente al bosque.
Don Jesús menciona que el maestro don Raymundo de la Cruz López fue quien terminó por detonar su vocación, al impartirle la materia sobre la historia de México. A esto se sumó la lectura de bastantes libros que llegaban a sus manos.
“Poco a poco fue acrecentándose en mí esa idea de conocer nuestros orígenes, nuestros antepasados, sobre todo locales. En mi concepto, una lección muy permanente y de mucho mérito es que nuestros antepasados no aceptaron el sojuzgamiento que les hacían los conquistadores españoles y prefirieron morir, porque hubo una matanza tremenda, o huir a las serranías colindantes en la región para morir allá”.Con el derecho como el eje formativo de su vida profesional, Jesús Sotomayor ha incursionado también en la historia de la abogacía a la par que indaga en los registros más antiguos sobre la vida en La Laguna. Por eso tiene claro quiénes han sido sus maestros en la crónica de Torreón: Eduardo Guerra (a quien considera el pionero), Pablo M. Cuéllar, Homero del Bosque, el doctor Manuel Terán Lira o Sergio Corona. También nombra a la camada más nueva liderada por Carlos Castañón.
Su reciente libro, Anales de Torreón (2021), editado por la Universidad Autónoma de Coahula (UAdeC), refleja precisamente su amor por la región y la historia. En orden cronológico, Sotomayor registra los acontecimientos más importantes que dieron identidad al suelo torreonense. Su pluma zarpa desde el origen, cuando la región era el mar de Tetis. Posteriormente se encamina con los primeros pobladores, para así pasar a la llegada de los españoles y el establecimiento de las misiones evangelizadoras.
Los últimos años del siglo XIX, la evolución de rancho a ciudad, el progreso industrial de la primera década del siglo XX, el papel de la urbe en la Revolución mexicana, los años posteriores a la guerra, la construcción de edificios emblemáticos y los principales centros educativos también forman parte del volumen.
En general, el también colaborador de El Siglo de Torreón habla de temas ya conocidos, sólo incluye un tema inédito: los cadetes de la escuela Centenario. Según Sotomayor, se trata de un grupo de 30 chicos que en 1910 cursaban el quinto grado de primaria (aunque tenían entre 14 y 15 años de edad) y siguieron a su maestro Federico Chapoy en la causa revolucionaria.
“Ya eran unos jóvenes, unos adolescentes que decidieron seguir a su profesor y se fueron con él, participaron en varios combates. Dice el nieto de uno de ellos, del teniente en retiro don Daniel R. García, me señala que cuando la primera incursión que tuvieron los cadetes de la Centenario, don Francisco I. Madero les obsequió mil pesos y un diploma a cada uno. Después, cuando asesinan a Madero, la gran mayoría de esos estudiantes vuelve y se dan de alta ya con fuerzas revolucionaras de Pancho Villa, sobre todo”.
El autor considera que este y otros sucesos deben ser del conocimiento de los torreonenses. Como cronista de la ciudad, desde el primer día comenzó a impartir pláticas en distintas instituciones educativas, así como organizaciones de profesionistas. Tuvo intensa actividad al respecto hasta el arribo de la pandemia. Su nuevo libro es una secuencia de la obra que publicó en 1992, titulada Anales de La Laguna.