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Mario Lavista

Mario Lavista, compositor que hablaba con poetas

'Para mí la música no es una profesión, es una forma de ser', compartió el maestro

'Para mí la música no es una profesión, es una forma de ser', compartió el maestro. (EL UNIVERSAL)

'Para mí la música no es una profesión, es una forma de ser', compartió el maestro. (EL UNIVERSAL)

SAÚL RODRÍGUEZ

“Para mí la música no es una profesión, es una forma de ser, una forma de relacionarse con el mundo y con uno mismo”, dijo Mario Lavista en septiembre de 2019, cuando la grabadora de El Siglo de Torreón registró su voz durante el Festival Visiones Sonoras de Morelia.

Se ha dicho que la música empieza donde acaban las palabras, pero el maestro Lavista, fallecido este jueves 4 de noviembre a la edad de 78 años, siempre estuvo unido a los poetas porque, al igual que la música, la poesía es umbral para el descubrimiento de la existencia humana.

“Siempre he visto a la poesía y a la música como dos artes superiores. Dos artes que son capaces de penetrar en lo más profundo del ser humano, del alma, del espíritu del hombre. Siempre nos han acompañado. Su existencia, su nacimiento mismo, se confunde. No sabemos qué fue primero, si la palabra o el canto. Probablemente, si en un principio fue la palabra, también lo fue el canto. Ése es básicamente mi interés por la poesía. Me considero un buen lector y en mi música han tenido gran influencia los puntos de vista de poetas y escritores”.

Nacido el 3 de abril de 1943 en Ciudad de México, Mario Lavista contempló su destino musical a los ocho años, cuando tomó por primera vez clases de piano con la maestra Adelina Benítez. A la cita sonora arribaron Bach, Mozart, Beethoven y Chopin. Aunque en su juventud intentó encaminarse en la ingeniería, la música lo llamó, su madre se opuso y el maestro terminó escapando de casa.

Una tarde su tío Guillermo le cuestionó si en verdad deseaba ser músico. Lavista asintió. Don Guillermo le recalcó la dificultad de la profesión. Mario reafirmó su deseo y replicó que estaba dispuesto a aprender durante toda su vida. Su tío sentenció: “Entonces, manda al carajo a tu madre y no le hagas caso, se acabó”.

Pero ese no sería el último obstáculo al que se enfrentaría. Años más tarde, un lagunero aparecería ante él para provocarle un trago amargo. El compositor gomezpalatino Joaquín Amparán, director del Conservatorio Nacional de 1960 a 1967, fue quien le negó la entrada a la reconocida institución. Mario Lavista no tuvo más remedio que escribir sus propios caminos fuera de la academia.

“Es curioso cómo el azar te pone en ciertas situaciones. A mí no me aceptaron en el Conservatorio. El director Joaquín Amparán no sólo no me aceptó, ¡no me oyó ni tocar! Me dijo que yo era muy grande. Tendría unos dieciséis, diecisiete años y le dije: ‘¡Pero, maestro! Llevo ocho o nueve años estudiando música. Toco bien el piano. Tengo un buen repertorio. He dejado todo por la música’. Fue muy insensible y me dijo: ‘No lo voy a aceptar’. Para mí fue uno de los días más tristes de mi vida, porque pensé que se acababa todo”.

Por fortuna, pronto encontró a alguien que sí confío en su talento e ímpetu por entregarse a la música. Fue el propio Carlos Chávez, considerado uno de los mejores compositores mexicanos de todos los tiempos, quien alumbró con sonidos el oscuro laberinto en el que Lavista se encontraba.

“A diferencia de Amparán, Chávez me oyó tocar, se portó muy bien y me dijo: ‘Inclusive, tal vez sea mejor que no lo aceptaran en el Conservatorio, porque si usted estudia armonía con maestros particulares, lo que hacen allá en cuatro años usted lo puede hacer en uno o dos. Todo lo que va a estudiar lo puede hacer en cuatro años y en el Conservatorio le puede llevar hasta diez’. Seguí al pie de la letra sus indicaciones y luego entré al taller de composición. El ritmo de trabajo era una maravilla, porque eran ocho horas diarias y no había vacaciones (él nunca las tuvo). Chávez es la persona con más capacidad de trabajo que he conocido. Nada más piensa: era compositor, director de orquesta, tocaba el piano y era funcionario, pero no funcionario menor, ¡era director de Bellas Artes! No me puedo imaginar el ‘trabajal’ que era eso. Y todo lo hizo muy bien. En fin, tuve una gran suerte de tener a Chávez, de conocerlo durante tantos años”.

Lo que vino después está escrito en el pentagrama del repertorio nacional. Lavista pudo tomar clases en Francia con maestros como Nadia Boulanger y Jean-Étienne Marie, también fue cercano a John Cage y tomó cursos con Karlheinz Stockhausen.

En sus composiciones, giró su vista hacia los libros y desde la poesía extrajo sonoridades con los que diseñaba estrofas de notas: la ópera Aura (1988) inspirada en la obra de Carlos Fuentes, Simurg (1980) en Jorge Luis Borges, Reflejos de la noche (1984) en Xavier Villaurrutia, Monólogo (1966) en Nicolás Gogol, Dos canciones (1966) en Octavio Paz, son solo algunos ejemplos de la relación que tuvo Lavista con la poesía.

“¿Por qué nos gusta la poesía? Porque nos leemos en ella, descubrimos con palabras lo que hemos pensado o intuido. En la música me pasa lo mismo. Hay música que oigo y digo: ‘Esto ya lo sabía o lo intuía, o me está descubriendo algo que está demasiado escondido en mi ser interior’. Si la música es un recipiente de la memoria del hombre, hay que recurrir a ella para conocernos, para conocer al mundo. No para hacernos mejores, porque a un fascista le puede encantar Schubert. No se trata de eso. Estoy hablando de algo muy individual, no de un movimiento político ni mucho menos”.

La Secretaría de Cultura del Gobierno de México ofreció un homenaje de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes. El féretro de Mario Lavista se colocó justo ante las escalinatas, donde antes también estuvieron los restos de intelectuales como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Fernando del Paso o Gabriel García Márquez.

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