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ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

John Dee no pudo terminar la traducción que hacía de las Confesiones de San Agustín.

El amor le detuvo la mano. Quiero decir que se enamoró de una mujer joven y hermosa, y dejó sus libros para irse con ella, libre.

Cuando estaba con la muchacha le decía:

-Estoy seguro que el obispo de Hipona habría cambiado todas sus obras por una noche como ésta.

Sonreía ella:

-¿Te parece si hacemos que nos envidie otra vez?

-Fantástico -sonreía a su vez Dee-. Y mañana haremos que nos envidie Santo Tomás de Aquino.

En las horas de pasión John Dee ponía la mano en el sexo de la mujer y le decía:

-Aquí caben todas las filosofías.

Preguntaba ella, coqueta:

-¿También las tuyas?

Replicaba Dee:

-Desde que vivo contigo dejé de tener filosofías. Ya no las necesito.

¡Hasta mañana!...

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