John Dee no pudo terminar la traducción que hacía de las Confesiones de San Agustín.
El amor le detuvo la mano. Quiero decir que se enamoró de una mujer joven y hermosa, y dejó sus libros para irse con ella, libre.
Cuando estaba con la muchacha le decía:
-Estoy seguro que el obispo de Hipona habría cambiado todas sus obras por una noche como ésta.
Sonreía ella:
-¿Te parece si hacemos que nos envidie otra vez?
-Fantástico -sonreía a su vez Dee-. Y mañana haremos que nos envidie Santo Tomás de Aquino.
En las horas de pasión John Dee ponía la mano en el sexo de la mujer y le decía:
-Aquí caben todas las filosofías.
Preguntaba ella, coqueta:
-¿También las tuyas?
Replicaba Dee:
-Desde que vivo contigo dejé de tener filosofías. Ya no las necesito.
¡Hasta mañana!...