La periodista ha transportado el tema de los feminicidios al páramo poético. (SAÚL RODRÍGUEZ)
La periodista Rocío G. Benítez ha transportado el tema de los feminicidios al páramo poético. Su obra, Donde una vez tus ojos ahora crecen orquídeas (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2021), al igual que sus poemarios anteriores, tiene línea paralela entre el periodismo y la literatura.
Las estadísticas no mienten: cada mujer en México ha sufrido algún tipo de violencia o acoso por lo menos una vez en su vida. El libro de Benítez justo tiene como raíz un texto del periodista José Antonio Gurrea, en el que se retrata la historia de una mujer que pierde a su hija.
“Su hija un día ya no regresa a la casa. Ella se dedica a buscarla y un día le llaman para decirle: ‘Encontramos a su hija, pero lo único que encontramos son dos fragmentos de cráneo’. Me empiezan a llegar muchísimas dudas sobre qué era lo que estaba pasando. Pero mi shock fue darme cuenta de que esta historia que leía es una historia que es cúmulo de otras historias, va más atrás”.
A pesar de que labora en el ámbito periodístico, jamás había tocado el tema con sus compañeros. Es por eso que el texto citado con anterioridad le tocó fibras, no sólo desde el punto de vista profesional, sino también como mujer.
“También fue darme cuenta, como usuaria de redes, de que todas estas historias se comparten en las redes, están en Internet y muchas veces no las vemos, las omitimos, las dejamos pasar de largo”.
Con Donde una vez tus ojos ahora crecen orquídeas, Benítez resultó ganadora del I Premio Iberoamericano de Poesía Minerva Margarita Villarreal 2020. Su estructura se divide en cuatro momentos: Aquí había una mujer, Cuerpo llano, Ese es su vientre y Amo mi país. Cada verso es pilar colocado con preguntas hechas por la misma autora. En sí, el libro, como las desapariciones, es una gran interrogante.
Justo en Aquí había una mujer, se percibe la incertidumbre de una madre que busca a su hija. La autora remite al proceso de escritura, trato de dar otra visión a este asunto que se ha vuelto tan cotidiano y, no obstante, la sociedad trata de darle la vuelta, de cambiar página a algo escrito con tinta permanente.
“Es lo que estamos viviendo a diario. Y si nos ponemos a indagar en las historias pasadas de nuestras familias, de nuestros amigos, de nuestros círculos de trabajo, podemos encontrar que, en algún caso, se ha presentado un tipo de violencia hacia las mujeres pero no se ha dicho. Esta problemática ha estado ahí, pertenece dentro de nuestra historia, pero el gran problema que ha tenido es que se ha silenciado”.
Muchos de los poemas de Benítez son resultado de una exploración en redes sociales, donde analizaba los comentarios hechos por usuarios en las notas de feminicidios. Muchos de estos comentarios revictimizan a las afectadas, emitiendo cuestionamientos: “¿Qué hacía de noche? ¿Con quién iba? ¿Dónde está la familia?”.
“Como si la familia fuera responsable de lo que pasó. A final de cuentas hay muchas interrogantes y si algo pretendiera este libro (muy lejano lo veo), sería crear una empatía de todos esto. Eso es lo que esperaría. ¿Qué podemos hacer? Era algo que también me preguntaba, ya no como periodista, sino como persona, como ciudadana: ‘¿Qué puedo hacer ante todo esto que estoy viendo?’, pues mínimamente lo que puedo hacer es mostrar empatía y si no tengo nada que decir, guardar silencio”.
La raíz del poemario se remonta al apoyo del PECDA Querétaro 2017-2018. A pesar del tema, Benítez no quería que fuera violento. Ya las voces en la historia narrada derraman lo propio de sí mismas. Entonces, la autora se entregó a un proceso de visión, a reflexionar sobre los espacios y generar un diálogo entre dos voces: la madre y la hija.
“He trabajado mucho en la edición del periódico y pensaba mucho en sus espacios, cuando llegan y te dicen: ‘Oye, hay que recortar. Nomás entra tal texto’. Tienes que dejar lo esencial. Iba mucho con la idea de hacer ese trabajo de edición. Y en sí, cuando empecé a hacer consciente la voz de la madre y la de la hija, lo que quería era que resaltaran esas dos voces. En algún momento hago un intercalado de que estuviera un poema con la voz de la madre, con la voz de la hija. Pero finalmente decidí apartarlas un poco, porque tampoco quería que se confundiera; quería que quedara muy claro cuál era una voz y cuál era la otra”.
La ilustración en la portada del libro es obra del artista Víctor López y fue elegida por la autora debido a su estética y temática relacionada con los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa.