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Xenofobia

Trescientos tres, una cifra que pide memoria en Torreón

Entre el 13 y el 15 de mayo de 1911, 303 migrantes chinos fueron asesinados por las tropas maderistas que habían tomado la ciudad y por grupos de laguneros con ideología antichina

Previo a los acontecimientos de mayo de 1911, la comunidad china de Torreón propagó comunicados donde se exhortaba a sus compatriotas a no salir de sus casas durante la revuelta. Lamentablemente, muchos de ellos se refugiaron en el Banco Chino, símbolo de bonanza económica. (ÉRICK SOTOMAYOR)

Previo a los acontecimientos de mayo de 1911, la comunidad china de Torreón propagó comunicados donde se exhortaba a sus compatriotas a no salir de sus casas durante la revuelta. Lamentablemente, muchos de ellos se refugiaron en el Banco Chino, símbolo de bonanza económica. (ÉRICK SOTOMAYOR)

SAÚL RODRÍGUEZ

En la colonia Aquiles Serdán los vehículos no dejan de pasar por la avenida Constitución: automóviles, motocicletas, taxis y autobuses de la ruta San Joaquín dejan su huella de esmog en esa vereda que separa al Cerro de la Cruz y al Panteón Municipal Número 1.

La carretera vibra y el tráfico del barrio contrasta con la serenidad del camposanto adjunto. Son las dos de la tarde, el sol cae a plomo, inmisericorde, sin piedad, ataca a cada ingenuo que tiene la ocurrencia de caminar a esas horas. Cerca hay un pequeño espacio con juegos infantiles cuyo plástico se tuesta al compás del abandono. Además, cuatro bancas de metal le dan la espalda a la carretera, como si negaran algo. Sobre las paredes de lo que fue una antigua finca de adobe se pueden leer mensajes en pro del deporte y la salud, cubiertos por algunos grafitis.

Enseguida, un arco azul se mantiene como adorno inerte. Se supone que debería tener columpios pero no. Ni siquiera la encargada de la miscelánea cercana tiene certeza de qué pasó con ellos: "Quién sabe. De seguro fueron unos muchachos que se los robaron para venderlos".

Bajo la falda del cerro, dos vecinas platican sobre asuntos electorales en el arropo de una pequeña sombra. En tiempos de elecciones los barrios del poniente son un fértil bastión político. Ante la pregunta sobre si tienen conocimiento de que, entre los desiertos juegos infantiles y la barda del panteón, yacen sepultados más de un centenar de chinos masacrados durante la toma de Torreón de 1911, una de ellas responde: "Sí, pues dicen. Aquí antes todo esto era terracería. También dicen que sepultaron allá por Abastos, en la Moctezuma, que allá todo eso eran colonias de chinos. Viera que aquí sí se escuchan cosas".

Entre los engaños del rumor, es verdad que este lugar fue la última morada para muchos de aquellos chinos víctimas de violencia irracional. El relato se ha contado hasta el cansancio: entre el 13 y el 15 de mayo de 1911, 303 migrantes chinos fueron asesinados en Torreón por las tropas maderistas que habían tomado la ciudad y por grupos de laguneros con ideología antichina. ¿La causa? La xenofobia que imperaba en esa época debido a la bonanza económica de algunos orientales.

"El relato de un historiador debe abarcar por fuerza las maneras que tiene cada localidad de contar el tiempo", escribe la poeta canadiense Anne Carson en su libro Hombres en sus horas libres (2007), pero el tiempo en La Laguna sigue arrojando negativas e indiferencias. A pesar del esfuerzo de los historiadores locales como Carlos Castañón Cuadros, Ilhuicamina Rico Maciel o Jesús Sotomayor por difundir y hacer conciencia de este acontecimiento, siguen rondando los fantasmas de las mentiras: que si los chinos ayudaron a los federales, que si fueron asesinados por Francisco Villa, que si ellos se lo buscaron, etcétera.

Cuando se hizo público que el presidente Andrés Manuel López Obrador visitaría La Laguna para ofrecer disculpas a la comunidad china por esta matanza, las reacciones entre la población discreparon: "¿Y por qué le vamos a pedir disculpas a los chinos?", "¿A nosotros qué? ¡El presidente debe tener cosas más importantes de qué preocuparse!", fueron algunos de los comentarios ante las notas periodísticas. La desinformación es un mal que provoca este tipo de opiniones, pues el suceso ni siquiera es mencionado en los textos de educación básica.

Lo cierto es que, en más de cien años, ningún presidente de México había tomado la iniciativa para subrayar a nivel nacional esta masacre. En su momento, Francisco I. Madero prometió indemnizar con tres millones de pesos a los familiares de las víctimas, pero él mismo fue asesinado poco después. En 2007, en el marco del centenario de Torreón, se realizó una ceremonia con la presencia del entonces embajador chino Ren-Jingyu para conmemorar los actos. Se colocó la escultura de El Hortelano en el Bosque Venustiano Carranza, pero después tuvo que ser resguardada por la familia Lee Soriano tras varios intentos de robo.

Regresando a la historia, en el libro Tulitas en Torreón. Reminiscencias de una vida en México, una carta del médico William Billie Jamienson (esposo de Tulitas Wulff) narra que al finalizar la batalla de aquel 15 de mayo "llegó el entierro de los muertos. Los cargaron en carretilla hasta el cementerio. Los mexicanos descansaron dentro del camposanto y los chinos fueron dejados afuera"

A pesar de ser victimados, no se permitió que los cuerpos de los chinos ingresaran al cementerio municipal. En lugar de eso se abrió una zanja a las afueras y se arrojó a los muertos como si fueran bultos de cualquier cosa. Ni siquiera se les concedió el descanso eterno ni la serenidad del panteón. Fueron condenados sin juicio alguno a esta tumba que ahora se ha cubierto de asfalto y vibra al pasar de los vehículos, mientras que con espontaneidad suele escucharse el pitido del ferrocarril rebotando en los cerros. Sí, el ferrocarril, ese transporte en el que irónicamente muchos chinos llegaron a Torreón en busca de prosperidad.

TRAS EL PROGRESO

En la esquina de la calzada Colón y avenida Presidente Carranza se encuentra Oficentro, negocio fundado hace 50 años por don Antonio Lee Cháirez, quien es hijo de Juan Lee Cuan, uno de los sobrevivientes de la matanza de chinos de 1911.

Entre mobiliario de oficina y una férrea disciplina por el trabajo, don Antonio ha forjado su patrimonio. Ahora tiene 90 años, pero conserva el temple y la fuerza de quien se encuentra en su mejor forma. Incluso invita a subir al segundo piso del local, mientras busca algunos documentos en su oficina. Tarda un breve lapso de tiempo, hasta que las nueve décadas que lo componen aparecen ascendiendo por las escaleras.

Bajo su regazo porta una libreta verde de papel bond, camina hasta señalar un lugar: "Aquí está bien". Toma asiento en una mesa de juntas que tiene en venta y posiciona la libreta a su lado derecho. "¿En qué le puedo ayudar?". La respuesta provoca que las memorias de su familia broten como imágenes dibujadas por su voz.

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Tuvo repercusiones de carácter internacional por las reclamaciones que con todo derecho hicieron llegar al Gobierno federal los representantes del imperio oriental

"Para que yo estuviera aquí fue necesario que mi padre viniera a México en 1901, es decir, hace 120 años, que se aventara la travesía de más de un mes para cruzar el Pacífico y llegara acá. Llegó por la costa, por Manzanillo. Estuvo trabajando por el área de la costa, por el Pacífico, llegó incluso hasta la Sierra Tarahumara. Anduvo en la agricultura y le tocó trabajar cuando estaban haciendo las vías del ferrocarril de Chihuahua a Creel", relata.

Entre el ruido de los automóviles que circulan por la avenida Carranza, la voz de don Antonio emite una palabra clave para entender por qué los chinos progresaron en México: unidad. "Siempre han sido muy unidos con sus familias, con sus paisanos. Siempre buscaron a otros paisanos chinos que estuvieran establecidos para trabajar con ellos. Hacían sociedad y todo".

Tras pasar crudos inviernos en la sierra y estar delicado de salud, Juan Lee fue notificado de que su hermano José estaba trabajando en Torreón. Hay que resaltar que ni Juan ni José eran los nombres verdaderos de estos migrantes, sino que así eran registrados al momento de ingresar a México en un intento por adaptar sus nombres reales al español.

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En ese entonces, José laboraba en El Pajonal, una zona de cultivos donde ahora se ubica el Bosque Venustiano Carranza y zonas aledañas (los chinos fueron pioneros en sembrar y comerciar hortalizas para la región). Juan llegó en 1906 y progresó tanto que instaló una tienda de abarrotes cerca del Hospital Civil (ahora Hospital Universitario).

"En clima de trabajo, haces amistades. Mi padre siempre tuvo buen don de gente, sus propios clientes eran sus amigos. Así estaban las cosas cuando estalló la Revolución y llegaron los acontecimientos que ya conoces. No pienso que vamos a hablar de ello porque sabemos que hubo una matanza desastrosa, terrible, injusta. Había un sentimiento de odio y de envidia hacia los chinos, porque los chinos venían y a pesar de todo progresaban".

HÉROE OLVIDADO

El Panteón Municipal Número 1 fue proyectado en 1894 y su barda perimetral (hecha con piedra de la Sierra de las Noas), así como sus oficinas, se terminaron en 1906, el mismo año que Juan Lee llegó a la región.

Sin embargo, el crecimiento desmesurado de la población provocó que el panteón se saturara y que incluso se empezara a sepultar a los muertos sobre las calzadas que dividían a los grupos de tumbas. Para el 15 de mayo de 1911, había muy pocos espacios en el camposanto, así que en un acto improvisado, se abrió una fosa a las afueras y se sepultaron a aproximadamente 114 chinos víctimas de la matanza. Sin embargo, algunos miembros de la comunidad china que fallecieron en años posteriores sí lograron ingresar.

Hoy el panteón conserva la fachada de 1906 y alberga casi tres mil tumbas. Su reja está entreabierta, como disimulando la entrada de los pocos dolientes que se dan cita en pleno 11 de mayo, pues todos los cementerios de la ciudad estuvieron cerrados durante el Día de las Madres a causa de la pandemia por COVID-19.

Tras caminar 30 metros desde la entrada, un viejo árbol encalado aparece a siniestra. En la segunda fila acentúa una vieja tumba rodeada por tubos negros. Sobre su pilar de cantera mordisqueado por los años aparecen inscritas letras chinas y en su lápida se puede apreciar la leyenda: "El Partido Nacionalista Chino dedica este recuerdo". Aquí yace el doctor J. Wong Lim, un héroe olvidado de la matanza de chinos de 1911, fallecido en 1920.

Según el historiador Carlos Castañón, Lim fue un médico de origen chino que arribó a la región en pleno auge del Porfiriato. Ya en 1899 Torreón era un imán económico para los migrantes, porque no solo en México se corría la voz de su bonanza, sino también en latitudes internacionales.

"Por eso vinieron migrantes de otras partes del mundo, no nomás de la república. El doctor Lim precisamente venía de China, tenía una formación inglesa y viene a Torreón llamado por una serie de inversiones que hicieron varios empresarios chinos en La Laguna".

Esas inversiones incluyeron el antiguo Banco Chino (Wah Yick), el proyecto de una empresa de tranvías que conectaría a Torreón con Matamoros y otro donde enlazaría una ruta desde China a Mazatlán, para posteriormente emplear a La Laguna como centro económico de un camino que llegaría hasta Nueva York.

"Era la ruta de los migrantes chinos y la ruta también de los capitales grandes y pequeños, por eso había la necesidad de un banco para transportar el dinero. Entonces, imagínate a chinos mandando remesas desde Torreón hasta China a través de Estados Unidos". Sobra decir que estos importantes proyectos tuvieron que interrumpirse.

En la ciudad, Lim ejerció como médico, pero además realizó funciones diplomáticas, apoyó la inversión en el Banco Chino (donde incluso tenía una oficina) y también fue inversionista en varias compras inmobiliarias y de terrenos en el Centro de Torreón.

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En el marco del 110 aniversario de la matanza de chinos ocurrida en 1911

El importante capital que poseía le permitió construir en 1905 una casona en la zona de El Pajonal. La finca de ladrillo rojo, tejados verdes y cimentada en una base de piedra de la Sierra de las Noas, se encuentra en medio de amplios y silenciosos jardines donde antiguamente se sembraban hortalizas para dar empleo a otros migrantes chinos. Desde 2007, el edificio alberga al Museo de la Revolución y es administrado por el Gobierno del estado de Coahuila.

Seis meses después de iniciada la Revolución mexicana, en mayo de 1911 las tropas rebeldes entraron a la finca del doctor Lim y a los sembradíos circunvecinos. La familia del médico estuvo a punto de ser asesinada pero fue protegida por un vecino norteamericano. Otros chinos hortelanos no corrieron con esa suerte.

Billee Jamienson, quien se encontraba en las instalaciones de la Cruz Roja laborando en las brigadas de rescate, narra en Tulitas de Torreón que los disparos comenzaron en el este de la ciudad. A las brigadas también se unieron otros médicos, entre ellos el propio doctor Lim.

"Él tuvo la valentía y el arrojo, como líder que era, de apoyar las brigadas de rescate después de la matanza. No obstante que le pudo haber costado la vida, él se arriesgó para organizar esas brigadas de rescate de los ciudadanos chinos", comenta Castañón.

Las tropas rebeldes se enteraron de que un chino estaba participando en las brigadas y lo apresaron. Sin embargo, Lim tuvo la suerte de que el consulado inglés intercedió para que pudiera ser liberado.

Hoy, la tumba de este héroe se mantiene solitaria, con huellas de vandalismo, sin flores ni mantenimiento, como muchos de los sepulcros que se encuentran en el panteón. Su opaca presencia contrasta con la colorida y floreada tumba del general Gregorio García, otro personaje de la Revolución que fue sepultado metros más adelante.

SOLIDARIDAD

Al igual que el norteamericano que protegió a la familia del doctor Lim, don Antonio Lee comenta que un ciudadano lagunero le brindó ayuda a su padre para que este pudiera escapar de la turba. "Cuando estalla la Revolución, por casualidad, un día antes (debió ser el 12 de mayo), fue a visitar a su hermano en las hortalizas. Lo encontró enfermo y se lo trajo a su tienda. Cuando llega la matanza del 15, donde mataron a mucha gente en el Banco Chino y en el área del centro, mi padre se tuvo que esconder. Lapidaron su tienda y lo andaban buscando porque mucha gente del pueblo que andaban haciendo la matanza junto con los revolucionarios. Entonces uno de sus amigos vecinos lo protegió, se llamaba Manuel Cháirez".

El lagunero escondió a Juan Lee durante varios días. Don Antonio dice desconocer exactamente el lugar, pero menciona que debió haber sido en las inmediaciones de calle 12 y avenida Juárez, donde se ubicaba la casa de su padre. "Mi padre también administraba el restaurante de un paisano y el restaurante del Hotel Ferrocarril, ese restaurante le daba servicio a los trenes que iban hasta Ciudad Juárez y Ciudad de México. Entonces, mi padre se salvó gracias a un amigo".

Antonio Lee afirma que otras familias recibieron el resguardo de laguneros y extranjeros que no estaban de acuerdo con la avanzada xenófoba. En ese momento, cerca de 600 chinos residían en Torreón. Los sobrevivientes se vieron obligados a escapar de la región o a mantenerse escondidos. Don Antonio se dice agradecido con personas como Manuel Cháirez, porque sabe que sin su ayuda él jamás hubiera venido a este mundo.

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"Manuel Cháirez tenía una hija única (María Ignacia Cháirez Ríos). Mi padre y ella se hicieron novios. Después de la matanza la cosa en Torreón se puso muy difícil para los ciudadanos chinos porque tenían que trabajar y andarse escondiendo, pues había muchos grupos antichinos".

Ante la hostilidad, a finales de 1911 Juan Lee decidió regresar a China. por lo que pidió la mano de su amada para que lo acompañara. Manuel Cháirez se negó, argumentando que el clima bélico que azotaba al país y los problemas sociales en China no hacían viable la boda. Lee acató la decisión y le pidió a María que esperara su retorno.

Juan Lee mantuvo correspondencia con su amada y volvió a Torreón en 1913, junto a un grupo de parientes y paisanos. Se casó con María en la Iglesia de Guadalupe el 12 de diciembre de 1915. Un año después, este matrimonio enamorado en la revuelta tuvo a su primer hijo, lo llamaron Enrique. Lamentablemente, el infante enfermó y falleció al año de edad.

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Don Antonio Lee es el menor de ocho hermanos. Solo sobreviven dos: Aurora, de 96 años, y él mismo. Pero su relato acentúa a Enriqueta, la hermana mayor que nació después de que el pequeño Enrique falleciera. Entonces, el empresario se dirige a su libreta verde y revela textos escritos con tinta azul. "Esto que ves aquí está escrito por el puño y letra de mi hermana mayor. Ella ya murió. Murió de 101 años, hace aproximadamente un año. Son memorias de la familia".

Durante décadas, la familia de Juan Lee se trasladó por distintos puntos del norte de México hasta que en 1936, Lee decidió instalarse en Delicias, Chihuahua. Don Antonio pudo cursar sus estudios profesionales en la capital de ese estado. Tras graduarse, su padre decidió regresar a La Laguna.

Antes de la matanza, Juan Lee se nacionalizó mexicano, don Antonio conserva la prueba firmada por el propio Porfirio Díaz. También tiene una fotografía de la boda de sus padres, pero aunque tiene sus recuerdos latentes, lleva cuatro años sin poder visitar su tumba, ya que esta se encuentra en la zona inundada del Panteón Jardines del Carmen.

Antes de terminar la conversación, el empresario expresa su sentir sobre el acontecimiento histórico de mañana. Como descendiente de un sobreviviente, Don Antonio ve positiva la iniciativa del Gobierno federal, evento donde participará como representante de la comunidad china.

"Es un gesto de humildad por parte del Gobierno, de justicia. Siento que va a ayudar mucho a que los sentimientos que todavía hay por ahí de odio, coraje o impotencia por parte de algunos descendientes de los sobrevivientes chinos para que cambien, porque ya son otros tiempos. Ya no puedo decir que por ser chino soy menor o soy superior. Ahora todos somos iguales".

LA ACTUALIDAD

Previo a los acontecimientos de mayo de 1911, la comunidad china de Torreón propagó comunicados donde se exhortaba a sus compatriotas a no salir de sus casas durante la revuelta. Lamentablemente, muchos de ellos se refugiaron en el Banco Chino, símbolo de bonanza económica y uno de los grandes proyectos de la comunidad, pues parecía ser el lugar más seguro para escapar de las amenazas.

Y es que el miedo no era para menos. Un año antes, el 16 de septiembre de 1910 durante los festejos por la Independencia, el clamor popular emitió insultos xenófobos en contra de los chinos e inmediatamente muchos de sus negocios fueron apedreados.

El canto de muerte se entonó aquella madrugada del 15 de mayo de 1911, cuando las tropas federales decidieron retirarse al verse rebasadas por los rebeldes. Al calor de la batalla la situación se salió de control: la turba comenzó a saquear negocios como la Casa Lack, abrieron la cava del Casino de La Laguna, se emborracharon y entonces algunos líderes maderistas gritaron: "¡Maten a los chinos!" .

Ese periodo de la matanza, quizá el más relatado, duró aproximadamente tres horas. La turba logró entrar al Banco Chino y asesinó a los refugiados de la forma más ruin, cobarde e inverosímil que se pueda imaginar. Incluso algunos de ellos fueron lanzados por las ventanas. No se respetó ni a mujeres ni a niños. Pronto la calle se llenó de cadáveres.

Hoy el Banco Chino forma parte del Museo Arocena, institución que lo recibió en comodato en 2012. El llamado Anexo Edificio Russek se convirtió en una sala de exposiciones que actualmente alberga a la XVI Bienal Internacional del Cártel, donde cabe señalar se exponen 12 obras de diseñadores chinos.

En uno de los espacios está la única ventana del edificio que no ha sido obstruida. Abajo, automóviles y transeúntes circulan por la avenida Juárez de manera cotidiana, también se puede apreciar la vida en la Plaza de Armas (que en 1911 era conocida como Plaza 2 de abril). Es inevitable pensar que quizá esta fue la última vista para varios de aquellos migrantes.

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Con motivo del evento de ofrecimiento de disculpas a la comunidad china

Al otro extremo se encuentra la Sala Familia Iriarte Maisterrena donde, bajo lámparas rojas de papel, personal del museo trabaja en la instalación de un memorial que será inaugurado mañana a las 12:30 horas. Este homenaje contiene los nombres completos de las 303 víctimas y su investigación fue trabajo del Archivo Municipal de Torreón.

Mientras tanto, sobre la acera de la avenida Juárez, el ventrílocuo Carlos Rodríguez Coronado y su muñeco Pancholín, intentan ganarse el pan como desde hace 17 años. Carlos dice conocer la historia de la matanza y reflexiona sobre los ciudadanos que ante el Banco Chino pasan indiferentes.

"Yo digo que la gente ni conoce la historia porque no la difunden y porque pasan por ese lugar como si no hubiera pasado nada, y es una cosa importante en la historia de Torreón".

DISCULPAS A LA COMUNIDAD

En punto de las 9:00 horas de este lunes 17 de mayo, Andrés Manuel López Obrador ofrecerá disculpas como presidente, a la comunidad china de Torreón por la matanza de 1911. La ceremonia se efectuará en el Bosque Venustiano Carranza, sector que algún día albergó los fértiles campos de El Pajonal y donde ya se construye un monolito para reinstalar la escultura de El Hortelano.

El Bosque Venustiano Carranza se encuentra a 4.5 kilómetros de la fosa de chinos que yace sepultada bajo asfalto a las afueras del Panteón Municipal Número 1. Aquí, sobre el pavimento, no hay lugar para orar ni para dejar flores. Las carrozas que transportan a los nuevos muertos continúan pasando sobre la fosa de los chinos para entrar al camposanto. Parece un escarnio a los migrantes, una broma de mal gusto en la que siguen esperando su turno.

A 110 años de los sucesos, preguntarse quiénes fueron los culpables puede formular direcciones en busca de rostros y nombres de revolucionarios. Pero quizá la respuesta más sincera a esa pregunta la tiene Juan Puig en el epílogo de Entre el Río Perla y el Río Nazas:

"A los chinos los mató el pueblo. El pueblo menesteroso: ese fue su verdugo. Lo mismo si cayeron bajo las balas de los guerrilleros que bajo los machetes y cuchillos de obreros y campesinos de La Laguna".

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