La ciudadanía lleva muchos años desilusionada con la política. Se suponía que, primero, las reformas restaurarían la capacidad de crecimiento económico y, después, que la democracia reduciría la corrupción y acercaría a los políticos -los supuestos representantes de los votantes- con los electores. Ninguna de estas dos cosas ocurrió, al menos no de manera cabal. Primero iban a "sacar al PRI de los Pinos"; luego vino el sexenio de "mover a México", y ahora estamos en el periodo de la "honestidad valiente". Cambios, muchos cambios, pero la realidad sigue igual para la abrumadora mayoría de la población.
El fenómeno no es nuevo ni especialmente mexicano en naturaleza. En un ensayo sobre el escepticismo político de los ciudadanos en las democracias* Bertrand Russell especula sobre las motivaciones cada vez que un votante asiste a las urnas. "La mayoría de los [ciudadanos] está convencida que todos los males que sufre se remedian de llegar al poder un determinado partido. Por eso se mueve el péndulo. Un hombre que vota por un partido y sigue siendo desgraciado deduce que el otro partido es el que lo iba a hacer exitoso. Cuando se ha desilusionado de todos los partidos, es ya viejo y la muerte le acecha; sus hijos conservan su fe de juventud y el sube y baja continúa". ¿Estaremos condenados a ese péndulo de mediocridad?
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