La periodista Daniela Pastrana oye al presidente, pero lo más importante, escucha a la gente.
“Escribir
para decir el grito
para arrancarlo para convertirlo
para transformarlo
para desmenuzarlo
para eliminarlo escribir el dolor
para proyectarlo
para actuar sobre él con la palabra".
-Chantal Maillard-
Todos los días, de manera puntual, el presidente de la República ofrece su ya famosa rueda de prensa “La mañanera”. Ahí, desde temprano, se dicta una agenda. Él habla y los medios de comunicación, casi al momento, replican sus palabras en diversos formatos.
Que hay menos violencia, que se combate a la pobreza, que han bajado los índices de la delincuencia. Refuta Andrés Manuel López Obrador ante periodistas que poco cuestionan, porque a los que lo hacen, los evidencia al día siguiente en las misma mañanera y los vincula, sin reparo, a sus enemigos los “conservadores”.
En ese escenario, como comúnmente se dice, hay de dos sopas. Una, que los reporteros se queden solamente con la versión oficial, o dos, que repliquen lo que el mandatario pronuncia. Y es que en el Palacio Nacional se manejan otros datos, pero afuera, el pueblo sobrevive a la cruenta realidad.
La periodista Daniela Pastrana oye al presidente, pero lo más importante, escucha a la gente. Desde 2017 se asume como independiente. Una tarea nada fácil en un país, en el que, sólo en lo que va del año, lleva el registro de 17 periodistas asesinados.
Con los cinco sentidos afinados Pastrana camina el oficio. Es una periodista de a pie. Una cazadora de historias. Por ejemplo, su olfato periodístico la hizo acercarse a Raúl Tercero Arriola, un padre que junto a su esposa Evelyn realizaron un plantón en el Zócalo de la Ciudad de México para exigirle al gobierno que el cuerpo de Damián Genovez Tercero, su hijo de crianza, encontrara retorno a su casa, en Chiapas.
El muchacho tuvo que emigrar a Nuevo Laredo porque su lugar de origen no supo brindarle mejores oportunidades. Buscaba un futuro, pero, el joven de 18 años, lo que encontró fue la muerte. Militares lo ejecutaron a dos mil kilómetros lejos de su hogar.
La historia estaba ahí: dos padres pasaron hambre, frío y malos tiempos por cuatro meses a escasos 50 metros de Palacio Nacional, un punto diario de encuentro de medios y en dónde, en su interior, se habla de un país alterno, en dónde no, los padres no suplican por la ausencia de hijos muertos o desaparecidos, porque son cosas que no pasan, o que bajo el cobijo del gobierno en turno, cada vez pasan menos. La historia estaba ahí, evidente para todos. Pero solo Daniela Pastrana supo (o quiso) verla.
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