La madrugada del 24 de febrero la historia del mundo dio un giro de 180 grados cuando Rusia invadió a su vecina Ucrania. Desde la anexión rusa de la península de Crimea en 2014, los ucranianos sabían que solamente era cuestión de tiempo para que se desatara una guerra abierta con un vecino casi siempre hostil.
Treinta años atrás, cuando la desintegración de la antigua Unión Soviética se oficializó con la declaración de independencia de los países que la conformaban, el mundo vivía una transformación que parecía haber escrito en piedra el triunfo de la democracia liberal.
El cambio que vino después no tuvo parangón. En las últimas décadas la proporción de la población mundial que vive en pobreza extrema se redujo casi a la mitad. La expansión de los derechos humanos se extendió hasta rincones desconocidos logrando que incluso en países de bajos ingresos, más del 65 por ciento de las niñas lograran terminar la escuela primaria, o que la esperanza de vida pasara de 64 a 73 años en tres décadas.
Sin embargo, con los años hemos visto que al parecer la victoria se cantó muy pronto. A la par de las increíbles transformaciones llegaron también otros retos mayúsculos. La sobrepoblación, el deterioro ambiental, el cambio climático, el surgimiento del terrorismo global y de conflictos violentos, sumados a recurrentes crisis económicas y a la pandemia que impactaron a millones de personas en el mundo, llevaron a la democracia a estar contra las cuerdas.
Lejos de desaparecer, los conflictos, en muchos casos, no han hecho mas que incrementarse. No solo entre Rusia y sus ex Repúblicas. El último lustro particularmente, se han puesto en evidencia las enormes grietas que amenazan a la democracia como la conocemos y cuya supervivencia también está atada a la forma en que termine la guerra en Ucrania.
El auge del populismo (de derecha y de izquierda) protagonizada por políticos con una gran hambre de poder y pocos escrúpulos no ha hecho sino profundizar los retos sin realmente solucionarlos. Los líderes populistas que hoy gobiernan buena parte del orbe, han puesto en vilo la viabilidad económica, política y social de nuestras sociedades. Vladimir Putin, Xi Jinping, Recep Tayyip Erdogan, Nicolás Maduro son el vivo ejemplo del mas peligroso populismo dictatorial.
Y el más terrible de los peligros lo encabeza hoy Vladimir Putin con su sangrienta invasión a Ucrania. Hoy, diez meses después de aquel fatídico día de febrero, contra todo pronóstico, Ucrania sigue en pie. Los ucranianos siguen demostrando que luchan por su supervivencia, pero también están luchando por su democracia y su derecho a existir como un Estado independiente e íntegro. Sin embargo, el resultado aún es nebuloso.
En su reciente visita a Washington, el presidente de Ucrania demostró que tiene bien ganado el terreno discursivo haciendo eco del sufrimiento de su población y de la necesidad de más ayuda. Sin embargo, aún con los aplausos, el fin del conflicto puede no llegar pronto y eso tensará aún más las cuerdas para los ucranianos que hoy viven en las sombras y en el frío.
Cerramos el año con más preguntas que respuestas. La incertidumbre por lo que ocurrirá a nivel global con la guerra, las múltiples tensiones internacionales, los conflictos olvidados, la pérdida de derechos para las mujeres y un, aparentemente generalizado, retroceso de la democracia. El 2023 será un año crucial para la historia mundial.
Esta columna descansará las próximas dos semanas. Nos volveremos a leer en enero. ¡Felices Fiestas!
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