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Armando Camorra

De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

“¡Ay, quién tuviera la dicha del gallo, que nomás se le antoja y se monta a caballo!”. Ese picaresco dicho mexicano es aplicable al caso de un tal Mercuriano, agente vendedor de productos para el campo.

Fue a visitar la granja de don Poseidón, y en ausencia del propietario lo atendió su hija Glafira, zagala en plenitud de vida y dueña de agradable rostroy opimas prendas físicas. Los visibles encantos de la joven despertaron los rijos del viajero, que no hallabala forma de dar a conocer a la muchacha los impulsos que en él había suscitado su belleza. En eso el tipo vio a un gallo que cumplía su natural función con una gallinita. Le dijo a Glafira con meloso e insinuativo acento: “¡Cómo me gustaría hacer lo mismo!”.

“Tendrá que aguantarse las ganas -replicó ella- . La gallina no es nuestra”. El buen Padre Ripalda enunció en su hoy olvidado Catecismo las siete cualidades opuestas a los siete pecados capitales: contra ira, paciencia; contra lujuria, castidad; contra avaricia, largueza; contra soberbia, humildad; contra pereza, diligencia; contra gula, templanza; contra envidia, caridad. Ninguno de esos valiosos atributos poseía Usurino Matatías, el hombre más avaro de la comarca.

Tenía un hijo, mozallón de 20 años, florida edad (a la cual personalmente no me gustaría regresar) en que el varón necesita salir con amigos, y con amigas más. No obstante eso Matatías le tenía asignada a su retoño una miserable cantidad para sus gastos: 15 pesos a la semana. En sus tiempos tal suma habría bastado para comprar 30 tacos de pollo de a tostón, o para ir tres veces con las chicas malas, pero a Chuchino -así le decían al hijo del cutre, llamado también Usurino- ese dinero no le alcanzaba ni para pagar una soda colorada sabor ponche tropical. Y con esto de la inflación galopante, peor. Así las cosas, el muchacho le pidió ayer a su cicatero padre: “Apá: necesito que me aumente mi domingo. En vez de darme 15 pesos deme 20”. “¡20 pesos! -profirió escandalizado Matatías-. ¡Qué barbaridad! ¡A mí tú no me engañas! ¡Tienes una querida!”. “Te noto algo nerviosa, vida mía”. Eso le dijo el enamorado novio a su desposada cuando estaban ya en el tálamo nupcial la noche de sus bodas. “Tienes razón -aceptó ella-. Es que es la primera vez que estoy en la cama con un hombre”. “¡Amor mío!” -se conmovió el ilusionado galán. “Sí -reiteró su dulcinea-. Todas las demás veces han sido en el asiento trasero de un coche”. (Nota de la redacción. Y compacto, por más señas). Mientras don Frustracio le hacía el amor a su mujer, doña Frigidia, ella veía su serie de Netflix. En un momento dado la señora le reprochó a su acezante marido: “Eres un hombre sin entrañas, Fru. Tú aquí goza y goza, y acá la pobre Marigard llorando por el abandono de su amado”. Grande fue la sorpresa de aquel matrimonio joven cuando en el jardín de su casa aterrizó un OVNI, objeto volador no identificado. Del platívolo descendió una pareja de marcianos, él y ella. Les dijeron: “Hemos venido a ver cómo los terrícolas hacen a sus bebés. ¿Podrían darnos una demostración?”.

Gustosamente accedieron a ello los jóvenes esposos, y ante los ojos de los visitantes (uno por cada uno) procedieron a realizar el acto que en este planeta se efectúa para perpetuar la especie. Terminado el trance el muchacho les indicó a los marcianos: “Ésta es la forma en que los terrícolas hacemos a nuestros bebés”. Preguntó, intrigado el de Marte: “¿Y dónde está el bebé?”. Respondió el joven terrícola: “Tardará nueve meses en llegar”. “¿Nueve meses? -se sorprendió el alienígena-. ¿Y entonces por qué al final le dieron tan aprisa?”.

FIN.

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