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De política y cosas peores

De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

La mujer se casa pensando que el hombre cambiará, y el hombre nunca cambia. El hombre se casa pensando que la mujer no cambiará, y la mujer siempre cambia. Ovonio Grandbolier era el sujeto más perezoso y holgazán del pueblo. En toda su desgraciada vida no completaba un turno de 8 horas de trabajo. Encontró esposa, pues la mujer que aceptó ir con él al matrimonio pensó, ilusa, que lo haría cambiar. Zonza. Primero habría podido alterar el curso del poderoso río Mississippi que conseguir que Ovonio se aviniera a conseguir ocupación, aunque fuera de diputado, donde se trabaja poco. No obstante eso, y para asombro o extrañeza de la gente, la pareja vivía en departamento de lujo, y manejaba automóvil carísimo y del año. Incluso se murmuraba que tenían casa en Houston y una cabaña en la sierra de Arteaga, cerca de Saltillo. Loretela, que así se llamaba la mujer del haragán, se cansó de la pigricia de su esposo, y un día le dijo: "Me voy para siempre de tu lado, Ovonio. Quiero que sepas que me estoy acostando con un hombre rico. Gracias al dinero que él me da tenemos el departamento, y el coche, y la casa de Houston y la cabaña en la sierra de Arteaga. Gracias a él hacemos las tres comidas diarias, y puedo lucir vestidos de modista, y bolsas de marca, y zapatos y accesorios de alto precio que envidian mis amigas. Estoy harta de ti; de tu pereza y tu irresponsabilidad. Me voy a vivir con mi amante". Preguntó Ovonio en tono esperanzado: "¿Me llevas?". He tenido la fortuna de coincidir en la vida con seres de los que llevan el alma a flor de piel y que nos han enriquecido con canciones sin las cuales nuestros recuerdos caerían en el olvido. Evoco a don Armando Villarreal, de humildad franciscana, quien hizo "Morenita mía"; al doctor Carlos González, que escribió "Ojos cafés"; a Fito Galindo, el de "Se vende un caballo" y "La última muñeca"; a Martín Urieta, quien cantó a las "Mujeres divinas";  a Lalo González, "Piporro", que con canciones suyas y del pueblo consagró la imagen del norteño; a Óscar Chávez, que inmortalizó mi parodia "La Casita" y cuya canción "Por ti" tuvo en él mismo su mejor intérprete. Me honró la amistad de Pablo Valdés Hernández, quien vivirá eternamente en las eternas noches bohemias de México gracias a "Conozco a los dos" y "Sentencia". Con don Rubén Fuentes no coincidí más que en el apellido, dos fuentes de distintos manantiales. Su inspiración le dio a nuestro país canciones que se cantarán mientras haya alguien que cante: "Cien años", "La Bikina", "Escándalo", "Que murmuren", "Luz y sombra". Yo pienso que los compositores, igual que los poetas, están tocados. Tocados por el dedo de Dios, que puso en ellos algo de su espíritu. Quienes han escrito un hermoso poema o compuesto una bella canción ya son dueños de la eternidad. Rubén Fuentes sintió hasta el alma el alma del mariachi. Su nombre sonará junto con los acordes de "La Negra" o de "Camino real de Colima". Don Rubén vivirá para siempre en su música, que es nuestra música. Ahora que se ha ido sabemos que jamás se irá. Eran dos amigas, Penina y Feliza, y tenían algún tiempo de no reunirse. El azar las hizo toparse cierto día en el centro comercial. Penina se veía desanimada, pesarosa y abatida; Feliza lucía pimpante, rozagante, exuberante. Feliza le preguntó a Penina: "¿Por qué te ves tan triste?". Respondió ella: "Los quebrantos de la vida, amiga. En cambio tú eres la imagen de la alegría. ¿Cómo le haces?". Respondió Feliza: "Todos los días recibo sicoterapia". "¿De veras?" -se interesó Penina. "Sí -confirmó Feliza-. Me compro un paquete de condones Sico, y la terapia no falta quién me la dé". FIN.

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