“¿Cuál es la parte del cuerpo del varón que puede ponerse dura como el acero?”. Esa preguntale hizo el doctor Testuto, maestro de Anatomía, a la alumna Dulcibella. “Me niego a responder -contestó indignada la estudiante-. Esa pregunta es sexista y malintencionada”. “Señorita Dulcibella -le dijo el profesor-. La parte del cuerpo del varón que puede ponerse dura como el acero es la corteza de las uñas. Usted es muy malpensada. Y me temo que también demasiado optimista”.
Los papás de Pepito lo llevaron a visitar a su abuelo. De regreso la señora le dijo a su esposo: “¡Qué viejecito está tu padre!”. Al punto sugirió el chiquillo: “Tráiganlo a la casa y llévenlo al cuarto de Charletina”. Charletina era la joven y curvilínea muchacha de servicio. La mamá de Pepito se sorprendió al escuchar aquella sugerencia. Le preguntó: “¿Por qué dices eso?”. Explicó el crío: “Anoche que tú no estabas mi papá entró al cuarto de Charletina; estuvo ahí un buen rato, y cuando salió oí que le dijo: ‘Me devolviste mi juventud, preciosa’”. Candidito es un virtuoso mancebo, semejante a aquéllos que Monseñor Tihamér Tóth describió en libros como “Energía y pureza”, “El joven de carácter”, etcétera, y con cualidades como las que el español Arturo Cuyás propuso en su obra “Hace falta un muchacho”. En mi adolescencia yo leí esos libros, pero desgraciadamente susenseñanzas no me aprovecharon, pues al mismo tiempo leía cosas como “Flor de Fango”, de don José María Vargas Vila, o “La virgen desnuda”, de El Caballero Audaz, y así ni manera de tomar el buen camino. Pero veo que estoy divagando. Retomo el hilo del relato. Candidito casó con Pirulina, joven mujer que conocía bien la o por lo redondo y todas las demás letras por sus respectivas formas.
El desposado jamás había conocido mujer en el sentido bíblico del término, de modo que antes de proceder al procedimiento procedió a disculparse con su dulcinea. Le dijo con cierta pena: “Pirulina: no esperes mucha experiencia de mi parte”. Al punto repuso ella: “Y de la mía no esperes mucha virginidad”. (Nota. Se ve que Pirulina no había leído “Pureza y hermosura”, del antedicho monseñor). Babalucas y un su amigo fueron al Bar Ahúnda y bebieron abundantemente. De pronto el amigo declaró: “No beberé más. Ya estoy viendo doble”. “Pos no seas pendejo -le indicó el badulaque-. Cierra un ojo”. Don Poseidón, granjero acomodado, entró en el granero para buscar una herramienta que necesitaba. Lo que vio ahí lo dejó estupefacto: su hija Glafira y el hijo del vecino estaban retozando sobre la paja, y sus retozos no eran precisamente infantiles. El vejancón se dirigió, furioso, al mozalbete: “¿Cómo es que te encuentro así con mi hija, descastado? ¡Dime, bribón! ¿Cómo es eso?”. Con gran satisfacción respondió el interrogado: “¡Es maravilloso, señor!”.
(Nota. En efecto, hacer el amor sobre la paja tiene algo de bucólico o rural muy deleitable, con algo de Berceo o del Marqués de Santillana. Quien lo ha hecho así una vez ya no lo olvida nunca, y el aroma campesino que la experiencia deja permanece para siempre. Esto no lo digo yo; lo escribió en una de sus novelas el antedicho Caballero Audaz).
Ya conocemos a Capronio. Es un sujeto ruin y desconsiderado. Ayer fue con el médico y éste le anunció: “Tiene usted tuberculosis. Y todo indica que ya se la contagió a su señora suegra”. Comentó Capronio: “Bueno, dentro de lo malo.”. La mamá daba consejos a su hija que se iba a casar. “Recuerda -le dijo- que el camino al corazón de un hombre pasa por su estómago”. Acotó la chica. “Yo conozco otro caminito que no pasa tan arriba”.FIN.