"Tómate el vino, pero que el vino no te tome a ti". Tal recomendación hace don Abundio, viejo campesino que sabe más que dos doctores en filosofía juntos. Astatrasio Garrajarra no conoce esa útil máxima, o si la conoce no la sigue. Una noche llegó a su casa en perfecto estado incróspido, que así se dice en lengua popular del que se pone briago, borracho o temulento. Entró haciendo más eses que las que en su nombre tiene el ISSSTE; subió por la escalera cayendo y levantando, y en la alcoba se despojó trabajosamente de su ropa y se metió en la cama. Lo sintió su esposa y le preguntó, adormilada: "¿Eres tú, Astatrasio?". Farfulló el ebrio: "Creo que sí. Pero si no soy yo vas a ver la pelotera que se va a armar". El experto en relaciones familiares dio una conferencia dedicada especialmente a señoras que tenía ya un hijo y esperaban el segundo. Les indicó: "No cometan el error de decirle al niño: 'Te quiero tanto que te voy a traer otro hermanito'. ¿Les gustaría a ustedes que su marido les dijera: 'Te quiero tanto que te voy a traer otra esposa'?". Desde el fondo se oyó la pregunta de una de las señoras: "¿Sabe cocinar?".De los 70 pasaba ya don Gerontino, pero los años no habían sedado en él los rijos de la carne, y gustaba de visitar a cierta dama del antiguo oficio, la cual todos los jueves lo esperaba a las 21 horas en una casa mala donde el maduro señor era conocido y apreciado, tanto que le decían "don Gerito". Una de aquellas noches la madama del establecimiento se preocupó bastante, pues el provecto cliente y su pareja tardaban más que de costumbre en salir de la habitación en la que tenía lugar su semanal encuentro. Discretamente llamó a la puerta del cuarto y preguntó con cautela: "¿Se puede?". Desde adentro se oyó la feble voz de don Gerito: "Se trata". En el curso de la partida el campeón de ajedrez se caló unas espuelas. Dijo en voz baja el cronista que reseñaba el encuentro: "Todo indica que el maestro Rasparov va a mover su caballo". Picio era un hombre muy feo. En otro tiempo se decía: "El hombre y el oso, mientras más feo más hermoso". Tratándose de la mujer se postulaba: "La gordura es hermosura". Incluso Darío, el de los cisnes y los pavos reales, el de las princesas lánguidas, habla en uno de sus poemas de "una muchacha gorda y bonita". Pero estábamos con Picio. (Mejor sería estar con la muchacha gorda y bonita). Era muy feo, dije. Y sin embargo halló mujer que quiso desposarlo. Nunca falta un roto para un descosido, asegura el pueblo. Sucedió que un día su esposa regresó de un viaje antes de lo esperado y lo sorprendió en el lecho conyugal en ilícito trance con una damisela de no mala catadura. En vez de enojarse la señora se asombró. Le dijo estupefacta a su marido: "¡Caramba, Picio! ¿Cómo hiciste para convencerla?". (Hay una explicación posible: rollo mata carita, y billete mara carita y rollo. No importa que tengas el don, con tal de que tengas el din. Siempre habrá quien pague por pecar y quien peque por la paga. En ese sentido el mundo actual no es diferente del que conoció Sor Juana). El pato se enfureció al ver a su patita en la indebida compañía de un ganso. Antes de que el ofendido palmípedo pudiera decir cua le dijo la patita: "Acuérdate, Pascual: siempre te dije que me gustaban mucho los gansitos". Doña Fecundina era madre ya de 14 hijos. Una trabajadora social habló con ella seriamente: "Ya no debería usted tener más familia. Piense en la explosión demográfica". Con un suspiro contestó la prolífica mujer: "¿Cómo puedo pensar en esa explosión, señorita, si todas las noches a mi marido se le enciende la mecha?". FIN.