Sostiene la mirada ante el brillo de la computadora. Casi ha terminado de redactar una demanda, es el encargo de un cliente. Hermelinda Ávila Pérez teclea documentos con fina ortografía en un local del Mercado Juárez. Se sabe portadora de un oficio en extinción, patrimonio inmaterial de una vocación heredada por su madre: el escritorio público.
"Este negocio se inició hace más de 50 años por mi madre, la señora Guadalupe Pérez. Posteriormente, yo me quedé aquí, a cargo del negocio. Se podría decir que tengo más de 20 años trabajando".
La escriba es propietaria del último escritorio público que queda en el mercado. Al costado de su local había otro, pero el encargado no ha vuelto desde el inicio de la pandemia. Su vida es inmersión en letras, frases, formatos, mismos que generalmente realiza de manera digital, aunque en ocasiones sigue empleando la máquina de escribir.
El artefacto lo heredó de su madre, constituye una vieja máquina Olympia que descansa sobre un escritorio de triplay y mantiene sus funciones al cien por ciento. La mecanografía es un arte que Hermelinda aprendió de forma autodidácta, sin más instrucción que el instinto mismo, por eso decide mostrar sus dotes. Toma una hoja, la mete entre los rodillos de la máquina. Se coloca los lentes para enfocar la vista y comienza a llenar de letras el documento. Su tecleo es percusión al pasado.
"Ya tiene varios años. La llegó a utilizar mi madre. Y uno se acostumbra a cierto tipo de máquinas. Pienso que si agarrara otra, batallaría para poder trabajar. Sí la trabajaría, pero esta ya tiene muchísimos años y es herencia de mi madre también".
Cuando la máquina se descompone, la manda arreglar. Alguna veces encuentra obstáculos, pues es difícil dar con las piezas originales de ese tipo de aparatos. Los fabricantes han dejado de producirlas y el uso de las computadoras ha empolvado el empleo de las máquinas de escribir. No obstante, todavía hay quien pide un formato a máquina y Hermelinda con gusto lo hace.
"A veces vienen con los presupuestos, a veces vienen con recibos, a veces llegan con demandas. Generalmente las demandas de los abogados las hago en la computadora, pero hay gente que las pide a máquina. Son formatos que no se pueden llenar en la computadora. Es la verdad, todavía hay formatos que se tienen que llenar aquí en la máquina".
La propietaria del pequeño negocio se sincera, comenta que ella prefiere escribir a máquina. Le parece lo más práctico, pues sus manos están mejor acostumbradas a ella y ólo usa la computadora porque el constante cambio del mundo le obligó a actualizarse. "Para mí es una satisfacción poder seguir a la gente. No sé, me gusta, me gusta mi trabajo. Más que nada poder ayudar. Eso es lo que yo siento".
Rutina
Hermelinda comienza su jornada a las ocho de la mañana. Abre el negocio y alista su escritura. Hay clientes que llegan temprano, otros no. Sin embargo, después de mediodía la clientela empieza a menguar y esa es la razón por la que prefiere cerrar a las tres de la tarde.
"En la tarde no hay trabajo, por eso me fijé ese horario. Como te digo, llego, a veces hay gente y a veces no, como todo. A veces hay mucho trabajo, a veces está más tranquilo. Pero como te digo, gracias a Dios todavía hay trabajo".
Por un oficio en hoja de máquina tamaño carta, la escriba puede cobrar hasta quince pesos por cuartilla. El precio puede aumentar si el cliente requiere un formato en tamaño oficio. "Hay gente que me dice que son precios accesibles, otra que por qué cobro tan barato mi trabajo. Bueno, lo hago por ayudar también".
La propietaria del escritorio público teclea sus encargos mientras recibe la visita de La Güera, una gata huésped del mercado que suele pasar mucho tiempo en su local. Lo que más le gusta es hacer las demandas que le encargan los abogados, pues ha aprendido términos que desconocería de no ser por su oficio.
De pronto, hace un viaje al ayer y recuerda los documentos que realizaba su madre. En anteriores épocas, el trabajo era abundante y requerían extender el horario laboral en casa. Solían redactar tesis de grandes extensiones, entre otros tipos de encargos.
"Mi madre platicaba de mucha gente que venía aquí con ella. Era todo tipo de personas, hasta personas que hacían curaciones, mandaban cartas de amor o diferentes documentos a los que hay ahorita en la actualidad"
Doña Guadalupe Pérez, su madre, desbordaba sensibilidad. Hermelinda recalca que esa es la razón de que tuviera tanta conexión con los enamorados, quienes le encargaban redactar sus cartas. Al sentimiento de sus clientes le añadía su sazón, untaba el texto con frases profundas y llegadoras, cuyo éxito podría dar paso al flechazo deseado y generar que la gente la recomendara.
"Ella se soltaba. Mi mamá tenía mucha facilidad para escribir ese tipo de cosas. A ella le gustaba mucho, mucho. Así que a ella sí se le dio por ese lado. Yo no lo llegué a hacer, prácticamente".
Lamentablemente, Hermelinda es la única de su familia que ha continuado con el legado de su madre. Le entristece, pero lo acepta. Comenta que ejercerá el oficio hasta que la vida se lo permita, pero que no cree que alguien tome su relevo.
"No creo que a mi familia le interese, la mera verdad. Pienso que yo voy a estar hasta que Dios quiera, porque nadie en mi familia se ha interesado. No, en realidad no. Yo soy la única, de todos mis hermanos y familiares, que ha seguido con la tradición de mi madre".
Hermelinda Ávila es fiel a su trabajo y le entrega lo mejor de su tiempo. Pese a ser un oficio casi en extinción, prefiere aferrarse a una perspectiva menos trágica, pues considera que mediante su labor puede ayudar a gente que todavía lo necesita.
"Siento que todavía hay gente que necesita este tipo de trabajo. La otra vez vino una persona y me dijo: 'Qué bueno que todavía están aquí, qué bueno que hay este tipo de negocios, que no debe perderse. Por eso digo que todavía son necesarios este tipo de negocios".
El escritorio público de doña Hermelinda Ávila sobrevive en un local del Mercado Juárez (VERÓNICA RIVERA)