Desde hace muchos años, al menos desde el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), hemos pasado varios momentos en los que percibo que México se nos va de las manos.
Si desde aquellos años revisamos cifras de homicidios dolosos, de ejecuciones políticas, de periodistas ultimados, de violaciones, de feminicidios, de asesinatos de mujeres, de extorsiones, de secuestros, de asaltos en el transporte público, y si constatamos la impunidad de esos delitos (90% o más) y su tendencia creciente en buena parte del país, entonces resulta que sí, que México ya se nos fue de las manos varias veces.
Remontémonos documentalmente al inicio de este siglo, a los tiempos de la ineficacia y la futilidad de Vicente Fox y Martha Sahagún, y encontraremos que ahí se dejaron crecer los abusos del crimen organizado, a tal grado que había decenas de poblaciones, en al menos la mitad de los estados de la república, que estaban literalmente a merced de las bandas criminales. Eran lugares, los más remotos en las sierras, donde a veces la gente no podía ni siquiera salir a surtirse de alimentos. A la menor insurrección, los delincuentes arrasaban con fuego, como alguna vez reporté desde las montañas de Durango.
Fue por eso que, durante los meses finales de aquel estéril sexenio, algunos periodistas exigimos: "El Ejército a las calles, ya". Era un riesgo, sí, pero ¿qué hacíamos? Las policías municipales, con sus viejos revólveres y seis balas, estaban sometidos. Los policías estatales de pronto tenían arrestos para enfrentarse a los narcos, pero eran reducidos en unas cuantas semanas, ya que su poder de fuego y de inteligencia solía ser nulo. Además, con sus míseros salarios, eran (y son) presa fácil de la corrupción. Y hoy, estamos igual.
En sus tiempos bravucones, Felipe Calderón tampoco escuchó a periodistas ni académicos, pero sí oyó con atención al entonces gobernador de Michoacán, Lázaro Cárdenas Batel (hoy colaborador cercano de AMLO), quien le informó que los grupos criminales literalmente gobernaban el estado, sobre todo en Tierra Caliente, donde el cártel de Los Caballeros Templarios tenía en su nómina a prácticamente todos los alcaldes y jefes policiales de la región, pero no solo eso: como se comprobó periodísticamente años después, tenía acceso a los presupuestos municipales, cobraba porcentajes por cada obra, y ponía y quitaba autoridades a su gusto, incluso a través de procesos electorales.
Luego pasamos a los años insolentes y corruptos de Enrique Peña Nieto, que tuvo la brillante idea, desde el primer momento de su sexenio, de pretender acallar a los medios y a los periodistas (que no es necesariamente lo mismo), para que no se hablara del desastre criminal. Y claro, la realidad lo arrolló. El gobierno federal pretendió minimizar los hechos hasta que las imágenes de televisión (pueblos sitiados por criminales, gente sin alimentos y combustibles) fueron tan elocuentes que no tuvo más remedio que intervenir.
Con un país lleno de fosas, sembrado de ejecutados, de mujeres violadas, desaparecidas o asesinadas, de miles de cuerpos sin identificar; así tratamos de avanzar en estos días confusos, pero el Presidente no ha entendido en tres años que el México real es una nación cuyo tejido social está destrozado: yace bajo el yugo del machismo más depredador de la historia, no solo porque destaza mujeres, sino porque ha generado una guerra interminable cuyos grupos machos NO dejarán de matarse NUNCA, porque tienen la imperiosa necesidad fálica de ver quién tiene el pene más grande en el mundo criminal de las extorsiones, secuestros, tráfico de personas, explotación sexual y trasiego y venta de drogas, y quién compra más lealtades gubernamentales.
Mientras no aceptemos que existe un México atroz, y en tanto el Presidente y los gobernadores sigan en negación sobre el pantano en el que estamos inmovilizados, lo siento mucho pero nos seguiremos hundiendo en una nación criminalizada e inmisericorde…