El periodista Joseph Zárate relata los ecos pandémicos en su nuevo libro
Su deber periodístico lo mantuvo en las calles de Lima, registrando los sucesos desprendidos de una implacable pandemia. Joseph Zárate trabajaba para un medio de investigación y reporteaba el subregistro de fallecidos por COVID-19. En esa línea de trabajo, logró acceder a los registros de unos hospitales, agencias funerarias y crematorios, logrando publicar que, mientras el gobierno daba una cifra oficial de muertos por COVID-19, la cifra sumada de las instituciones era tres o cuatro veces mayor a esa cifra.
“Lo que hice fue tratar de profundizar más allá de ese hecho, de esa cifra y tratar de registrar las historias humanas. Es decir, las historias de estos obreros funerarios (en su mayoría venezolanos) que recogían a los muertos. Me puse el traje, las botas y la mascarilla para poder trabajar junto con ella y poder contar de primera mano lo que estaba ocurriendo en mi ciudad”, indica el periodista en entrevista exclusiva para El Siglo de Torreón.
Esa experiencia pandémica junto a los trabajadores funerarios, se ha impreso en el libro Algo nuestro sobre la tierra (Alfaguara, 2021), un volumen de 128 páginas dotadas de humanidad, sensibilidad y, a la vez, del rigor periodístico que sostiene a toda investigación. Pues, si bien, en las noticias televisivas se mostraban algunas imágenes de los fallecimientos, la realidad en las calles era mucho más amplia en temas de desempleo, violencia y rezago social en aquellos que no pudieron darse el lujo de confinarse. “El libro da cuenta de eso, de lo que la gente no conoció y no pudo ver desde su casa”.
La negación
Un factor que estuvo un presente en muchos países durante la primera etapa de la pandemia fue precisamente la negación. Este fenómeno no solamente fue exclusivo de Latinoamérica, también lo fue de partes del mundo. Aunque es verdad que, en suelo latinoamericano, esto ocurría con mucha frecuencia y tal vez pueda explicarse con la gran raíz religiosa que ostenta la región, sumada a la raíz prehispánica.
“En la Amazonía, por ejemplo, la presencia de las epidemias con virus como el COVID-19, está asociada a brujería, al mal de cierto espíritu del bosque traído por los extranjeros. Hay interpretaciones de ese tiempo en muchos pueblos también latinoamericanos, pero, si ves por el otro lado, en Europa también hay comunidades antivacunas, que piensan que te van a implantar el chip 5G, comunidades religiosas que creen en la marca de la bestia. Hay muchas narrativas alrededor de lo que no comprendemos, de lo que nos causa miedo”.
La muerte, la final de la existencia humana, es un suceso que siempre ha causado temor en el individuo. Por tal razón se crean narrativas, rituales, religiones, con la esperanza de generar algún sentido. El periodista comenta que la pandemia por COVID-19 trastocó esa construcción cultural que se atribuye a las cosas que no se comprenden, como las experiencias de la muerte.
“Simplemente paralizó todo. No podíamos hacer nuestros rituales, no podíamos hacer nuestros funerales, no podíamos despedirnos de alguna manera. Entonces hay todavía como una desolación contenida en todos nosotros, que con el tiempo sabremos qué secuela deja. […] Es más fácil pensar que el virus es un enemigo al que tenemos que combatir, a pensar que el enemigo en realidad somos nosotros mismos, que nos estamos autodestruyendo”.
Sin despedida
En el primer capítulo del libro, Joseph Zárate relata el encuentro con el cuerpo de Celestino Guillen, un fallecido por COVID-19 que llevaba más de 23 horas muerto en la sala de su casa. En un acento de crónica, el periodista muestra la labor de los trabajadores funerarios, los procedimientos empleados para tratar y levantar el cuerpo, pero también da cupo al sentido humano y a la situación de la familia que llora la partida del cadáver, siendo una de los pocas que pudieron despedir a sus seres queridos.
“Celestino Guillen es un nombre muy potente. Celestino Guillen que vive en un cerro, casi cerca de las nubes. Nació el 28 de julio, vive en el Pasaje Perú y viene a Cucho, que en quechua significa ‘Rincón de los muertos’. Involuntariamente, la vida presentaba la vida de este hombre de una manera muy literaria, y también de una manera muy conmovedora, porque fue el primer muerto que recogí. Me pareció que, para poder contar esta historia, la historia de Celestino podría ser la historia más adecuada, porque además, la mayoría de la gente que vive en Lima tiene origen migrante”.
La situación de los fallecimientos en Lima fue agravándose a tal grado que, en un apartado, un trabajador funerario comenta al periodista que ni siquiera durante el incendio de Mesa Redonda (acontecido en 2001 y el cual cobró la vida de 227 personas, más 180 desaparecidas) había visto tantos muertos.
“Es bien curioso que mencione al incendio, porque va apareciendo como un acontecimiento a lo largo del libro. Es interesante porque el incendio fue causado por negligencia de la fiscalización de la municipalidad. Se permitió que se vendieran pirotécnicos en la calle y un día, un chispazo generó toda esa tragedia. Prácticamente, era una bomba de tiempo […] El incendio parece una metáfora de cosas como la pandemia, causada también por mano del hombre, causada también en términos de no poder contenerlo, por la ineficacia, la corrupción de nuestros gobernantes. Ahora la gente ha vuelto otra vez a su vida y la pregunta es: ¿Podemos aprender algo?”.