Eran los años setenta. La imagen del Señor de los Rayos comenzó a ser venerada en una vivienda de la colonia Compresora. Esta devoción creció y en 1983, con ayuda de la comerciante Socorro Samaniego, el padre Jesús Santillán (entonces encargado de la parroquia de la Sagrada Familia) edificó un templo en la colonia José R. Mijares, al pie de un cerro, en el poniente de Torreón. La placa del Santuario de Jesucristo Nuestro Señor de los Rayos fecha la bendición del recinto el 23 de octubre de 1983.
Es el último domingo de mayo, desde temprano la comunidad ha instalado puestos de comida y aguas frescas en el atrio de la iglesia. El aroma a enchiladas, mole, asado y otros guisos fluctúa en el ambiente. Al interior, el altar ha sido decorado con flores y globos blancos y amarillos. La imagen del Señor de los Rayos, bendecida por abades de Temastián, se muestra en medio de un círculo de mármol que representa la hostia. El coro afina sus acordes. Se alista la eucaristía y la posterior verbena. En unos instantes arribará una peregrinación compuesta por feligreses y una decena de grupos de danza, quienes desde las 10:30 horas marcan paso cerro arriba sobre la calzada Gustavo A. Madero.
Dos años pasaron para que esta tradición pudiera volver a realizarse de manera presencial. La devoción aguardó mostrarse sobre la arteria principal de colonias como la Morelos, la Polvorera y la citada, José R. Mijares. La pandemia se llevó consigo a algunos fieles, limitó las celebraciones, pero no así la fe.
“En tiempo de pandemia, en 2020, suspendimos todo. Estuvieron hablando los encargados y capitanes de las danzas de que si se iba a hacer o no la peregrinación. Dijimos que no, acatando y obedeciendo a las normas de salud, de prevención. Se cerraron los templos, los restaurantes y lugares públicos”, señala el padre Eduardo Garay, responsable de la parroquia de la Sagrada Familia, de la cual depende el Santuario del Señor de los Rayos.
La peregrinación en el poniente se celebra en el marco de las Fiestas de la Ascensión. El recorrido inicia sobre la calzada Industria, frente al Complejo Cultural y Deportivo La Jabonera. Desde ese punto, los guajes, arcos, nagüillas, cascabeles y tamboras, acompañados de rezos y oraciones, sonorizan al barrio durante los 40 minutos que se emplean para llegar al recinto religioso.
Danzar por devoción
José Alejandro Rivas Domínguez golpea la tambora en el Grupo de Danza de la Calle Cuarta, integrado por matlachines pertenecientes a la colonia Morelos. Carga un pañuelo negro con el que se retira el sudor. El sol cae sin clemencia cuando el reloj apunta hacia el mediodía, pero José no cesa en su tarea. El grupo se fundó hace 36 años y la devoción por el Señor de los Rayos es herencia de su madre. “Es un sacrificio muy grande, pero con la devoción sale todo bien”.
El grupo de danza que lidera José es el primero en llegar a la iglesia. El padre los recibe con rocíos de agua bendita almacenada en un balde de aluminio. Los penachos amarillos danzan en el atrio. Se da la señal para que entren. El sonido se intensifica gracias a la reverberación que genera el alto techo del recinto. Los guajes se agitan frente al altar. Cuando la danza culmina, algunos integrantes manifiestan su fe en silencio, con miradas dirigidas hacia la santa imagen.
“Esta tradición ya tiene algunos añitos. Es una tradición muy antigua aquí en Torreón y pues es algo muy bonito. Cada vez se unen más grupos de danza, porque la devoción va creciendo más hacia el Señor de los Rayos”, comenta José al salir del santuario.
En el templo continúa la llegada de danzantes y feligreses. Algunos hacen penitencia de rodillas, con veladoras entre las manos. Una mujer decide sostener a su hijo recién nacido. Junto al Grupo de Danza de La Constancia se ingresa otra imagen, la cual se coloca en el altar ante el grito de “¡Viva el Señor de los Rayos!”. La iglesia está repleta de teléfonos celulares que registran el momento.
Anabel Martínez y Alejandro Icaza cantan y rasguean sus mandolinas, al tiempo que lideran al Grupo de Danza Xochipilli Cozcacuahtli, de la colonia La Amistad. “Lo de nosotros se llama danza de concheros, danza de conquista, que es una variante de la danza azteca”.
Alejandro carga una mandolina hecha con caparazón de armadillo, un animal que considera siempre va hacia adelante, como lo fue su peregrinación. Su vestuario tiene plasmada una greca, que simboliza al licor que fecunda la tierra para que nazca ella maíz, alrededor de sus tobillos cuelgan cascabeles y sobre la frente una banda roja se humedece con el líquido de su piel. “No hay otra cosa más honesta que podamos ofrecer que una gotita de sudor”.
Otra integrante del grupo se adelanta al altar y cubre de copal a la imagen ingresada con los danzantes de La Constancia. Forma una cruz con el humo, en representación de los cuatro elementos: aire, agua, tierra y fuego. Se trata de tradiciones milenarias que les han sido heredadas y luchan para que no se pierdan.
“Esta tradición queda guardada a través de cantos rituales. En este caso, hicimos un canto al Señor de los Rayos, que representa el sol para nosotros. Ahí quedan guardada todas estas formas que nosotros trabajamos, estas tradiciones que son milenarias”.
El padre Eduardo Garay ha recibido a los danzantes durante casi una hora. Espera a que llegue el último grupo y se dirige al altar para realizar la eucaristía. Allí emplea el micrófono, hace un llamado a la paz en el mundo. Menciona la guerra entre Rusia y Ucrania, pero también resalta las situaciones de violencia que azotan al país.
Tras otra hora, la misa termina. Irrumpe el arte musical del mariachi. Las mañanitas, Hermoso cariño y Ángeles de Dios se corean en tonos de fe.
(VERÓNICA RIVERA)
