El objetivo de la política económica es incrementar el bienestar de la población. La forma más común de hacerlo es promoviendo el crecimiento del PIB, la riqueza generada por cada país. Este indicador, sin embargo, tiene muchos problemas, desde técnicos -por no contabilizar toda la actividad económica, como el trabajo doméstico- hasta contabilizar cosas contrarias al bienestar, como cuántos recursos se usan para construir y mantener prisiones. Tampoco considera la distribución de esa riqueza entre la población.
La OCDE exploró, hace varios años, medidas más precisas para medir el bienestar. En todas competíamos con Turquía para no estar en el último lugar entre los países miembros. Había una excepción: cuando se le preguntaba a la gente si era feliz. Ahí, México quedaba en el segundo lugar, por debajo de Dinamarca, si recuerdo correctamente.
El 21 de mayo del 2020, cuando el PIB ya estaba desacelerándose, AMLO prometió que usaría una medida distinta de bienestar. Esta incluiría "sí, crecimiento, pero también bienestar, también grados de desigualdad social. (...) Y otro ingrediente en este nuevo parámetro, en este nuevo paradigma, la felicidad del pueblo".
La medida nunca se presentó. El World Happiness Report 2022, recién publicado, es un indicador similar al prometido por AMLO. Este año México ocupa el lugar 46, frente al 36 del 2021 y el 24 del 2020. Cada vez somos menos felices respecto a los países del mundo.
Los seguidores de AMLO ¿no debían estar mucho más felices y compensar la tristeza de quienes están inconformes con los resultados de este Gobierno? El índice no se basa en la percepción, sino que contempla nivel del PIB, esperanza de vida, generosidad, seguridad social, libertad y corrupción.
AMLO arrancó su gobierno con una población muy optimista y esperanzada. Se creía que finalmente podríamos construir una sociedad más justa y lograr un mayor crecimiento, en fin, ser más felices.
Para contrarrestar la falta de resultados, incluido el tener más pobres que antes, una estrategia utilizada por AMLO ha sido polarizar y achacar los problemas a los adversarios. Funciona bastante bien, sus fans le creen casi todo, pero a costa de sembrar más desasosiego. Muchos amlovers parecen estar muy enojados. No están disfrutando tener al presidente más humanista de la historia.
De cara al 2024, los aspirantes a la Presidencia contrarios a AMLO tienen dos opciones: ofrecer nuevamente un cambio para traer felicidad a todos los mexicanos, o bien, apostar a la polarización, como Bolsonaro en Brasil, y sembrar aún más divisiones.
Pienso que, a diferencia de Estados Unidos o Brasil, la polarización en México es menos profunda. No hay muchos temas que nos dividan de fondo. AMLO es quien polariza. Por ello, si antes estaba contra los militares y ahora a favor, seguidores y opositores siguen su pauta.
Si la oposición encuentra un candidato nuevo, unificador y esperanzador, la dinámica puede ser más parecida a la del 2018 de lo que hoy podemos imaginar, aunque con Morena en el poder. Por el contrario, para quien abandere a Morena, le será difícil hacer campaña a partir de prometer continuar con la supuesta felicidad en la que estamos. Tendrá que polarizar. La favorita de AMLO ya empezó a adoptar esa estrategia.
Morena llegará al 2024 más fuerte de lo que estaba el PRI en el 2018. Sin embargo, el votante que en encuestas hoy dice no sentirse representado por partido político alguno, cerca de la mitad de los mexicanos, puede decantarse por un candidato que le dé esperanza.
En los siguientes dos años es difícil que el Gobierno cumpla sus compromisos de aumentar el crecimiento económico y disminuir la inseguridad, los dos temas que más le importan al ciudadano. Para este, no es una prioridad hacer una reforma eléctrica, la cual solo nos alejaría más de esa felicidad prometida, aunque el Gobierno parece querer sacarla a toda costa.
