La semana pasada revisamos la agenda global para 2023 en clave geopolítica, veamos ahora a dónde apunta el año que está por iniciar en la cuestión económica mundial. La mayoría de los análisis se centran en los temas más evidentes e inmediatos. El primero de ellos es el fantasma del binomio recesión-inflación que se posa sobre la mayor parte de las principales economías desarrolladas y emergentes. Los esfuerzos por contener la inflación global más alta en cuatro décadas, tendientes a encarecer el precio del dinero y, por ende, su disponibilidad, convergen con las consecuencias de la guerra en Ucrania en el mercado de los hidrocarburos, granos y fertilizantes, además del mantenimiento de la guerra comercial y tecnológica emprendida por EUA contra China, que no tiene visos de terminar pronto. La exigencia de aumentos salariales en varios países en donde ya comienzan a aplicarse aunado al incremento de los costos en el transporte marítimo, ambos factores que contribuyen a la inflación, ralentizan el ritmo de inversión de las empresas, muchas de las cuales se han enfocado más en garantizar los beneficios de sus accionistas que en la expansión y modernización de su capacidad productiva. Por si fuera poco, el repunte exponencial de contagios de Covid-19 en China tras la eliminación parcial de las restricciones podría ocasionar complicaciones en la producción industrial del mayor taller del mundo y, en consecuencia, en el comercio mundial, el cual se prevé que se contraiga en 2023 luego del rebote que tuvo en 2022 tras la caída de 2020 y 2021 ocasionada por la pandemia. Con este coctel de elementos, la pregunta parece no ser si habrá recesión o no, sino qué tan profunda y duradera será. Se estima que el crecimiento del PIB global no rebase el 1.2 % en valor real.
La alta inflación aunada a un estancamiento o incluso recesión abre la puerta a dificultades relacionada con la deuda de los países, empresas e individuos. Por una parte, la subida de los tipos de interés aumenta los costos de los endeudamientos y, por la otra, la falta de recursos monetarios lleva a los gobiernos, las empresas y personas a echar mano de los créditos para cubrir sus gastos urgentes, como los derivados por la pandemia, o de mediano plazo. El problema no es menor, ya que en los últimos tres años la deuda global ha alcanzado niveles récord con incrementos no vistos desde la Segunda Guerra Mundial al grado de que ya representa casi tres veces el PIB mundial. Un orden global apalancado en el endeudamiento representa riesgos sistémicos de consideración debido a las reacciones en cadena que puede generar el impago de entidades públicas o privadas de peso. Además, buena parte de los proyectos macroeconómicos, como la Nueva Ruta de la Seda, están fundamentados en la contratación de deuda para llevar a cabo obras de infraestructura carretera, ferroviaria, portuaria, aeroportuaria, industrial, comercial y energética que conecten la gran fábrica china con el resto del mundo. La quiebra de Sri Lanka es sólo un aviso de lo que puede ocurrir a una mayor escala. La burbuja inmobiliaria china, con similitudes y diferencias a la estadounidense, no ha dejado de representar un riesgo para la economía de la potencia asiática y, por ende, de todo el orbe. A lo anterior hay que sumar la deuda de los crecientes activos ocultos, es decir, aquellos que escapan a los ojos de la banca ya que son depositados en entidades no financieras, como las criptomonedas, mismas que se encuentran en una etapa de fuertes turbulencias.
Pero más allá de estos fenómenos que acaparan los reflectores de medios y analistas, hay otro del que poco se habla debido a que no es tan inmediato y requiere un enfoque de horizonte temporal más amplio. Es quizá el fenómeno más importante de nuestro tiempo, el que marca un cambio de era. Se trata del reacomodo de la globalización. Es un hecho que la integración económica global ha sufrido un freno producto de la crisis de 2008, el regreso del proteccionismo y nacionalismo económico, la guerra comercial y tecnológica, la pandemia y la guerra en Ucrania. El paradigma de la era global liderada por EUA fue buscar la mayor rentabilidad de capitales a través de la desregulación neoliberal de los mercados de recursos naturales, trabajo y consumo para permitir el libre flujo de dinero, materias primas y mercancías. Esto llevó a la creación de extensas cadenas globales de valor, suministro y producción que, mientras el mundo se mantuvo relativamente estable bajo la hegemonía indiscutida de EUA, pudieron abastecer a los crecientes mercados de consumo de bienes de todo tipo sin importar la distancia para la inversión y el traslado de materias primas y productos. Fue en esa época en la que se dio la amalgama sino-americana que permitió el crecimiento acelerado de la economía desarrollista y mercantilista China y agudizó la desindustrialización de amplios sectores de EUA mientras se veía inundado de productos baratos adquiridos por una deuda que en buena parte era financiada por Pekín. Las recientes crisis del capitalismo global, la pérdida de poder real de la potencia americana en el mundo y el ascenso de China han llevado a Washington a replantear el panorama de la globalización en donde las cadenas nacionales (onshoring) y regionales (nearshoring) de producción tengan un mayor peso que las cadenas globales (farshoring). El paradigma de privilegiar el bajo costo productivo está siendo sustituido por otras consideraciones.
El onshoring y nearshoring ofrecen un mayor control sobre el proceso productivo, menores costos de transporte, procesos más cortos y una menor la vulnerabilidad frente a riesgos geopolíticos como los que actualmente se viven. De la hiperglobalización de los últimos 40 años transitamos hacia una globalización de otro tipo en la que se prevé que los grandes mercados regionales tengan un rol mucho más protagónico. En 2023 debemos observar qué tanto se logran consolidar las tres principales áreas de integración y libre comercio del mundo: Norteamérica, cuyo centro es EUA; la Unión Europea, cuyo motor es Alemania, y Asia Oriental, con eje en China. Se trata de un reajuste en el que las políticas económicas influyen, pero también las decisiones empresariales. Respecto a esto último, ocurre ya que industrias clave para EUA están relocalizando (reshoring) sus inversiones originalmente proyectadas o instaladas en Asia Oriental para instalarlas en Norteamérica. De acuerdo con el estudio México en la fábrica de América del Norte y el nearshoring (Celso Garrido, Cepal-ONU, 2022), dichos sectores son: semiconductores, herramientas avanzadas de empaquetado, baterías para autos eléctricos, minerales y materias primas críticas y componentes farmacéuticos activos. De todos los asuntos de la agenda econmica para 2023, el reacomodo de la globalización es el principal foco al que hay que dar seguimiento.
@Artgonzaga