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Herida de una crisis alimentaria global

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HÉCTOR ESPARZA

El misérrimo pescado parecía un rescoldo pegado en el centro del comal abollado. No era un charal sino la cría de una especie más grande con la que se intentó complementar la comida del día. La familia visitada por el reportero en El Edén –pueblo construido en la rivera sur del río Grijalva, en Chiapas, México- fue lo único que pescó al final de la primavera de 1994; la creciente del majestuoso río les impidió obtener algo de mayor talla. La joven madre anfitriona de la improvisada comida, colocó al centro de la mesa de tablas un plato de barro hondo, el único, con frijoles negros y a su lado apiló las grandes tortillas de maíz hechas a mano; sus hijos, tres apacibles menores de seis años de edad, las partieron en triángulos y con habilidad recogieron del plato una porción de alimento caldoso para llevarla a la boca. El pescado no alcanzaba para nadie, medía menos de diez centímetros de largo y la mitad de sus escamas y carne se quedó pegada al comal; lo poco que rescató la señora del arrebato del anafre lo ofreció a los visitantes. “No vayas a rechazar la comida, lo tomarían como una ofensa” aconsejó al reportero Patricia Rueda, entonces funcionaria de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados, antes de llegar a la choza de madera, paja y piso de tierra levantada en el engañoso edén.

El paisaje chiapaneco es una paleta de múltiples tonalidades verdes y sólo se aprecian lunares amarillos cuando el maíz sembrado en las laderas está seco. En la mayoría de las comunidades desmontan las faldas de los cerros para sembrar maíz que crece con las lluvias. Los canutos despojados de las mazorcas se parecen a las mujeres indígenas cargadas con manojos de leña cuando se miran a contraluz andando sobre las crestas de los lomeríos.

En Chiapas poco ha cambiado en el tiempo a pesar del levantamiento zapatista del 94 que buscaba justicia para las comunidades indígenas. La miseria es perenne así como la desigualdad y el monopolio de los cultivos.

En aquella época convulsa, el 98 por ciento de las tierras destinadas a la siembra de maíz para consumo humano era de temporal, es decir, dependía totalmente de las lluvias para el crecimiento del alimento; esta proporción no cambió en 26 años: En 2020, de acuerdo al Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP) de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural del gobierno federal mexicano, el 98 por ciento de la superficie sembrada con maíz continúa sujeta a los regímenes de las lluvias para su germinación, lo que impide la productividad: por cada hectárea de temporal se obtiene menos de media tonelada de grano, muy por debajo de las seis toneladas que se cosecharían con el riego controlado y uso de agroquímicos.

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